El pasado 2 de octubre de 2019 el Tribunal de Empleo de Birmingham fallaba contra el doctor David Mackereth, que había denunciado al Departamento de Trabajo y Pensiones (DWP) del Reino Unido y a la agencia de empleo Advanced Personnel Management Group, Ltd. (APM) por discriminación religiosa al ser despedido de su trabajo como asesor de Salud y Discapacidad de dicho Departamento por dirigirse a sus pacientes por su sexo biológico y no por su género autopercibido.
El motivo alegado para el despido es que el doctor Mackereth se había negado a seguir la política de reasignación de género establecida por el DWP, basada en la Ley de Igualdad (Equality Act 2010) para toda Gran Bretaña, en la que se establece que los clientes deben ser tratados en todo momento según el sexo/género que ellos mismo elijan y que negarse a ello constituye una discriminación ilegal o acoso.
En su alegato el doctor Mackereth basaba su conducta en su conciencia como médico cristiano, que cree en el Génesis –que afirma que «Dios creó al ser humano a imagen suya; a imagen de Dios le creó; hombre y mujer los creó» (Gen 1, 27)–, no acepta la ideología transgénero –que afirma que es posible a una persona cambiar su sexo/género y que referirse a una persona por su sexo opuesto puede ser beneficioso para él y/o que la sociedad debe acomodarse y/o alentar que cualquiera sea tratado por el sexo que elija– y tiene derecho a la objeción de conciencia al considerar irresponsable y deshonesto para un profesional de la salud el referirse a una paciente por su sexo opuesto.
En su fallo el tribunal británico reconoce que, según la mencionada Ley de Igualdad, la religión –como la reasignación de género– es una de las características a proteger contra la discriminación. Sin embargo, las ideas religiosas del doctor, manifestadas a través de su comportamiento en la consulta, entran en conflicto con el derecho de los individuos de ser llamados según el género que ellos prefieran. Y en la resolución de dicho conflicto, la Corte de Birmingham afirma que «los tres motivos alegados por doctor Mackereth son incompatibles con la dignidad humana» y, por tanto, suponen un rechazo a respetar la dignidad de las personas transgénero, cuyo deseo constituye un «derecho fundamental» que debe ser garantizado por el Estado. Los efectos discriminatorios, el daño que puede ocasionar al servicio a los usuarios y la falta de medios para prevenir que esto vuelva a ocurrir debido a la ausencia de alternativa por parte de los pacientes de escoger el médico, justifican la procedencia del despido del doctor, dando la razón al DWP y a la APM.
En una entrevista concedida a Christian Concern el doctor Mackereth denunciaba la imposición por parte de los poderes públicos de «practicar una mentira». «No se nos permite decir lo que creemos, no se nos permite pensar lo que creemos y no se nos permite defender lo que creemos. Los cristianos deben poder mantener y expresar su fe en privado y público y defender las verdades bíblicas y científicas sin temor a perder sus medios de vida. (…) La medicina no puede funcionar sin integridad intelectual y moral, y mis treinta años como médico –concluyó el doctor– ahora se consideran irrelevantes en comparación con el riesgo de que alguien pueda ofenderse, máxime cuando ningún médico, investigador o filósofo puede demostrar que una persona puede cambiar de sexo».
Se puede hablar de libertad y de derechos pero cuando una sociedad considera que es lícito en la vida política apartarse de los preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada e incluso establecer una legislación positiva que los contradiga, está firmando su propia sentencia de muerte. Y si en ocasiones, como afirmó León XIII, es necesario amoldarse a los tiempos, cediendo y acomodándose prudentemente a las exigencias de la administración pública del Estado con una condescendencia razonable que pueda conciliarse con la verdad y con la justicia, la cosa cambia por completo cuando se trata de prácticas y doctrinas introducidas contra todo derecho por la decadencia de la moral y por la aberración intelectual de los espíritus. Ningún período histórico puede vivir sin religión, sin verdad, sin justicia, y, por tanto, no se puede pretender que los cristianos toleren con disimulo el error y la injusticia o favorezca con su connivencia lo que perjudica a la religión.
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