Las protestas en Hong Kong no cesan. El motivo que las desencadenó fue el proyecto de ley de extradición que permitiría a los jueces de la China comunista procesar a los habitantes de Hong Kong, quienes contemplan con enorme preocupación la iniciativa que, en el fondo, muestra que lo que está en juego es el principio que enunció en su día Deng Xiao Ping de «un país, dos sistemas».
La antigua colonia británica fue reintegrada a China en 1997 sobre la base de que la reunificación nacional sería compatible con el mantenimiento del sistema político vigente en Hong Kong, de tipo occidental. Este acuerdo se ha ido erosionando por una China que, si en el plano económico admite todo tipo de libertades, controla con mano de hierro cualquier otra manifestación, ya sea política, religiosa o social. La ley de extradición supone una vuelta de tuerca más en este proceso que avanza hacia la sumisión completa de Hong Kong al régimen chino y que, en cualquier caso, tiene una fecha de caducidad muy clara: el año 2047, cuando la situación de semi-independencia pactada entre Londres y Pekín llegará a su fin y Hong Kong se integrará completamente en la China de ese momento.
Las manifestaciones masivas, en las que la población católica, que constituye el 8%, ha jugado un papel determinante (es frecuente que los manifestantes entonen himnos religiosos), se vienen sucediendo desde hace ya tres meses, desembocando en ocasiones en disturbios y detenciones, pero han conseguido que la presidenta del gobierno de Hong Kong, Carrie Lam, haya retirado el proyecto de ley. Movimiento que no ha dejado satisfechos del todo a la mayoría de los hongkoneses, que consideran que se trata de una retirada momentánea que no aleja verdaderamente el peligro. Y es que, más allá de esta ley, la reiterada violación del acuerdo chino-británico por parte de las autoridades comunistas chinas ha enseñado a la población de Hong Kong a no fiarse del gobierno chino.
Si contemplamos la situación con una visión más amplia, resulta evidente que China aspira a disputar el dominio mundial a los Estados Unidos y que esta aspiración es incompatible con mantener un territorio como Hong Kong, cuya soberanía es teóricamente china pero que no sigue las directrices del gobierno chino. En el trasfondo está también la anhelada reunificación con Taiwán, que tras la evolución de los acontecimientos en Hong Kong es difícil que vaya a aceptar integrarse bajo el fallido paradigma del país con dos sistemas.
Sin embargo, Xi Jinping continúa con la idea de reunificar Taiwán antes del fin de su segundo mandato, que acaba en 2022, un éxito que le aseguraría un merecido tercer mandato. Pero si se descarta la vía hongkonesa sólo queda la posibilidad de una invasión, para lo que habría que enfrentarse a la séptima flota estadounidense y prepararse para una invasión a buen seguro muy costosa en términos de vidas humanas. Un escenario difícil de asumir incluso para China.
Esta consideración a buen seguro habrá pesado a la hora de ceder, aunque sea por el momento, en Hong Kong. Pequín sabe que una intervención que probablemente se saldaría con una masacre al estilo Tiananmen, provocaría fuertes protestas internacionales y acabaría con la prosperidad actual de Hong Kong, un importante centro de negocios financiero del que también se beneficia la propia China. Otra cuestión es la evolución a largo plazo de la situación. Las declaraciones del líder de las protestas Joshua Wong, afirmando la soberanía de la población de Hong Kong sobre su propio territorio, son inadmisibles para China y anuncian, más allá de las refriegas actuales, un escenario de enfrentamiento final en el que difícilmente China puede salir derrotada.
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