Finalmente sucedió: las disputas entre judíos seculares y religiosos dieron al traste con las negociaciones para formar un gobierno en Israel presidido por Benjamín Netanyahu. Para conseguirlo, Netanyahu necesitaba el apoyo de una coalición de partidos que tenía que incluir, por un lado a los partidos ultraortodoxos o haredim y, por otro, al partido de Lieberman, que recoge los votos de gran parte de los judíos de origen ruso. Pero este último había anunciado que no apoyaría a un gobierno que no se comprometiera a anular la exención del servicio militar de la que se benefician los ultraortodoxos desde tiempos de Ben-Gurion, cuando eran muy pocos y aquella concesión era poco más que un gesto simbólico. Lo que parecía un tema menor se ha convertido en la piedra donde han tropezado las aspiraciones de Netanyahu, que se ha visto obligado a ir a nuevas elecciones con la esperanza de que la nueva Knesset resultante de ellas fuera más favorable a sus intereses.
No ha sido así. Aunque la situación de los bloques se mantiene aproximadamente igual, esto es, en un bloqueo difícil de superar, el Likud ha perdido algunos escaños, quedándose en 31, y su posición se ha debilitado. Por el contrario, el principal partido de la oposición, Azul y Blanco, ha superado al Likud, obteniendo 33 escaños. Como consecuencia, los dos bloques siguen sin sumar suficientes escaños para formar gobierno y la única posibilidad es un gobierno de unidad nacional que reúna a los dos grandes partidos, una opción que choca con las aspiraciones personales de ambos líderes, Netanyahu y el ex jefe del Estado Mayor israelí Benny Gantz, y que el próximo juicio contra Netanyahu por corrupción hace muy difícil. Por otro lado, es de reseñar que la Lista conjunta que agrupa a los cuatro partidos árabes ha crecido 3 escaños hasta alcanzar los 13, convirtiéndose en el tercer partido más votado, con 470.000 votos.
Israel se sitúa, pues, en una situación de difícil gobernabilidad, derivada de una creciente fragmentación del país. Las tensiones derivadas del crecimiento demográfico de los ultraortodoxos, que eran una amenaza que se cernía sobre el futuro del país, ya es una realidad. El otro factor de fragmentación viene de la mano del otro grupo étnico con crecimiento demográfico fuerte, el árabe.
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La era de Robert Mugabe como dictador en Zimbabue (la antigua Rodesia) ha llegado a su fin. Tras 37 años el país está sumido en una profunda crisis que, una vez más, vuelve a poner en evidencia el fracaso...