«Soberano Señor sacramentado: presente está la Guardia Real nocturna de vuestra divina persona. No por nuestros méritos, sino por vuestra infinita misericordia, llegamos a los pies de vuestro trono. ¡Gracias, Señor! Nuestra consigna es adoraros por los que no os adoran, bendeciros por los que os blasfeman y maldicen, expiar nuestros propios pecados, con íntimo dolor del corazón, y desagraviaros por todos los que en el mundo se cometen; unir nuestras intenciones y súplicas con las vuestras para aplacar la ira de Dios justiciero y hacer que desciendan sobre la tierra las bendiciones de su misericordia. Mas, como tenéis dicho: pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá, llamamos ahora a la puerta de vuestro Sagrado Corazón, suplicándoos, por la intercesión de María Santísima y de nuestros santos protectores que nos recibáis y que nos escuchéis en audiencia privada. Como a monarca omnipotente y misericordioso, os presentamos con la mayor humildad y confianza el memorial de nuestras súplicas. Despachadlas favorablemente si conviene a vuestra gloria y a nuestra salvación eterna. Puesto que no sabemos lo demás que os hemos de pedir para agradaros, sugeridnos Vos mismo las peticiones que queráis otorgar y que el Espíritu Santo ore en nosotros con gemidos
inenarrables».
Crónica literaria: El Premio March al Profesor Millos Vallicrosa. Romanticismo y actualidad teatral. La Santa Espada. El tema de la adolescencia en el cine y en la novela
Por: Salvá Miquel, FranciscoFecha: Abr, 1959Número(s) de la revista: 338