La religión católica es una religión histórica; y podríamos decir que la única religión histórica. Ya san Agustín enseñaba que Dios quiso manifestarse con «nombre de misericordia» como «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob», un Dios que se encarnó en las purísimas entrañas de una Virgen de Nazaret, desposada con un hombre llamado José, de la casa de David. Y nació en Belén de Judá el año 752 de la fundación de Roma, siendo Augusto emperador y Quirino gobernador de Siria. Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato y al tercer día resucitó. Además, este Dios es un Dios providente, que cada día cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos y guía a su Iglesia a través de los siglos hasta su plena consumación con el retorno de Cristo a la tierra.
Este carácter histórico de la fe cristiana es de suma importancia. San Juan llama anticristo a todo aquel que niegue que Jesús de Nazaret, el hijo de David, es el Cristo (1Jn 2, 22) y san Pablo no duda en afirmar que vana es nuestra fe si Cristo no resucitó como dicen las Escrituras (1Cor 14, 14).
Por todo ello, y aunque la fe es una virtud sobrenatural infundida por Dios, la Iglesia siempre ha tenido en gran estima los diferentes motivos de credibilidad, argumentos históricos que preparan al hombre para el acto de fe. Son los milagros, las profecías y la misma vida de la Iglesia, signos certísimos de la Revelación divina, que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu. Y lo son también, de alguna manera, los descubrimientos arqueológicos que corroboran los datos históricos recogidos en los Libros Sagrados.
El último de que hemos noticia ha sido el hallazgo de un pequeño sello de cerámica con la inscripción «(perteneciente) a Netán-Melék, sirviente del Rey», escrita en paleo-hebraico, y encontrado junto a otro sello de similar tamaño, pero fabricado en ágata azul, en las excavaciones del aparcamiento Givati, en la Ciudad de David de la Jerusalén vieja.
Se trata de la primera referencia arqueológica que se obtiene de la existencia de este personaje, Netán-Melék, del que únicamente se sabía de su existencia por la narración contenida en el segundo libro de los Reyes en la que se describe el reinado de Josías sobre Judá entre 640 y 609 a.C.: «Josías tenía ocho años cuando comenzó a reinar, y reinó treinta y un años en Jerusalén. Su madre se llamaba Yedidá, y era hija de Adaías, de Boscat. Hizo lo que agrada a Yahvé, pues siguió en todo los pasos de su antepasado David, sin desviarse lo más mínimo… (El rey) suprimió los sacerdotes paganos que los reyes de Judá habían designado para quemar incienso en los altozanos, en las poblaciones de Judá y alrededores de Jerusalén, y los que ofrecían incienso a Baal, al sol, a la luna, a las constelaciones y a todo el ejército de los cielos… Retiró los caballos que los reyes de Judá habían dedicado al Sol, situados a la entrada del templo de Yahvé, cerca de la cámara del eunuco Netán-Melék que había en las dependencias. Quemó el carro del Sol y derribó los altares construidos por los reyes de Judá que estaban sobre la azotea de la cámara superior de Ajaz, y los altares que edificó Manasés en los dos patios del templo de Yahvé. Los retiró, los destruyó allí y arrojó sus cenizas al torrente Cedrón» (2Rey 22, 1.2 y 23, 1-12).
Lo interesante de este hallazgo, explica a The Times of Israel el doctor Yiftah Shalev, arqueólogo de la Autoridad de Antigüedades de Israel, es, sobre todo, su vinculación al lugar en el que fueron encontrados y que dicen mucho sobre la Jerusalén de esa época, anterior a la destrucción de la ciudad por los babilonios en 586 a.C.
Otro anillo, éste de cobre y descubierto en 1968-1969 por Gideon Foerster en el Herodión –la fortaleza construida por Herodes el Grande en los alrededores de Belén y utilizada luego por los romanos– ha sido recientemente estudiado con detalle, descubriendo en él una copa rodeada por unas letras griegas parcialmente deformadas con la inscripción «de Pilato», hecho que lo vincula directamente con la figura histórica de Poncio Pilato o bien con alguien a su servicio. Aunque no se ha establecido con exactitud su antigüedad, se descubrió en un jardín junto al pórtico de una estancia construida con materiales de calidad menor, en una capa arqueológica no posterior al año 71. Estaba junto a una gran cantidad de otros objetos de cerámica y metal, entre ellos flechas de hierro y monedas de tiempos de la primera revuelta judía.
Los autores del estudio consideran improbable que una personalidad de la relevancia del gobernador de Judea, rico y poderoso, utilizase un anillo fino de cobre «que utilizaban sobre todo los soldados, los oficiales herodianos y romanos y las personas de clase media». Sin embargo, sí pudo pertenecer a miembros de su familia o a alguno de sus esclavos, identificados así mediante su nombre.
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