El año 1888 fue un año importante en la vida de la familia Martin, especialmente, en la de su padre, Luis. El día 9 de abril, Teresita, su reinecita, entró en el Carmelo y en el mes de mayo Celina le confía, que también ella quiere ser carmelita.
Pocos días después Luis, plenamente gozoso, en un viaje a Alençon, acudió a la iglesia de Ntra. Sra., lugar de la que guardaba grandes recuerdos, pues en ella se casó con Celia, en ella bautizó algunas de sus hijas, en ella hacía la adoración nocturna, y se ofreció a Jesús como víctima.
Él mismo, pocos días después, explicó este suceso a sus hijas del Carmelo: «Hijas mías, vuelvo de Alençon en cuya iglesia de Ntra. Sra. he recibido gracias y consuelos tan grandes que he dirigido al Señor esta oración: ¡Dios mío, soy demasiado feliz; así no es posible ir al Cielo, quiero sufrir algo por vos, y me he ofrecido como …..»
Luis fue un hombre de muy buena salud y tan solo en 1876, a la edad de 53 años sufrió una picada tras de oreja de una mosca carbuncosa que le creó problemas locales, sin ningún problema, de momento, para continuar su vida ordinaria. El 1 de mayo de 1887, tuvo un ataque de hemiplejia, pero con su acostumbrada energía lo superó, de forma que pudo recibir las confidencias vocacionales de Teresa, realizar todos los viajes y trámites necesarios en el obispado para poder entrar en el Carmelo, incluso el viaje a Roma.
Pocos días después de este acto de ofrenda, el Señor le tomó la palabra y ya en seguida su estado de salud mental causó inquietud a sus hijas, especialmente Celina. En el mes de julio se agravó su estado de salud y el día 23 de julio se fue de casa sin avisar y lo encontraron en Le Havre, el día 27. En los meses siguientes, dice Celina, hizo varios viajes a París para poner en orden sus negocios y así asegurar el porvenir de sus hijas. En el mes de agosto volvió a tener un fuerte ataque y a partir de entonces ha de ser vigilado constantemente. Como es lógico, las hijas, tanto Celina y Leonia, que estaban con él, como las hermanas carmelitas sufren al ver a su padre en esta situación y así lo recoge Teresa en sus manuscritos. Esta situación se fue agravando y Luis tuvo que ser internado en la casa de salud Bon Sauveur de Caen en febrero de 1889, tras otro peligroso ataque.
Pero la prueba que el Señor le envió también afectó a sus negocios y bienes.
En 1881 el Estado francés, a iniciativa de Fernando de Lesseps crea una empresa para la construcción del Canal de Panamá. Muchos franceses creen en esta empresa e invierten mucho capital en ella, hasta llegar a los 400 millones de dólares. Luis Martin invirtió en ella 50.000 francos. El proyecto parece que no era el más apropiado para la construcción del Canal y la empresa empezó a tener graves problemas técnicos y, sobre todo, la muerte de 22.000 operarios, principalmente por enfermedades tropicales.
En carta de 1 de julio de 1888, conocida ya la difícil situación de la empresa, la madre Inés de Jesús (Paulina) le escribe a su padre: «Hombres de ingenio pueden muy bien ocuparse en acortar el camino a través de Panamá, nosotros también, podríamos acortar a todo lo que nos puede atar a esta tierra y será entonces cuando el océano del amor nos rodeará por todas partes».
Cuando el escándalo de Panamá se conoció por toda Francia, por la bancarrota de la empresa, muchos franceses se arruinaron. Celina confesó, más tarde, la pérdida de esta inversión y de otros bienes, coincidiendo con el agravamiento de la salud de su padre.
En una nota, fechada el 10 de diciembre, que la madre María de Gonzaga le dirigió a Teresa, que se preparaba para recibir su toma de hábito, le decía: «Si, niña de Jesús, ¡la cruz es lo nuestro! ¡Alegrémonos de esta bendición! Es cosa del Cielo y no de la tierra. ¡Qué alegría, una humillación! ¡Vale más que todos los tesoros de Panamá!».
Pocos días más tarde, el 13 de diciembre, la madre María de Gonzaga en otra nota, le decía a Teresa: «Mi querido grano de arena se rió del “premio gordo” de Panamá en comparación con su pequeña humillación…. Una pequeña humillación bien aceptada y con alegría vale más para el Corazón de Jesús que las más grandes cruces, si en ellas hay la más pequeña gota de amor propio».
En las declaraciones del proceso de beatificación de Teresa, sor María de la Trinidad, novicia suya, narra una conversación tenida con su maestra de novicias: «Yo había deseado ser muy rica a fin de sentir el gozo de ofrecerle a Dios en sacrificio todos los placeres que hubiera podido procurarme con mi gran fortuna. Dios, que escucha todos mis deseos, colmó éste también. En el momento de hacer mi profesión, supe que una empresa en la que mi padre había invertido una fuerte suma de dinero, estaba a punto de ir a la quiebra. No podía decir cuán feliz se sintió mi corazón, ofreciéndole a Jesús sacrificar la fortuna que en aquellas circunstancias hubiera podido esperar».
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