«Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra confío a tu Inmaculado Corazón,
a los jóvenes de todo el mundo que impulsados por el Espíritu Santo quieran ser como tú
alabanza de la Santísima Trinidad hoy y siempre.
Humilde sierva del Señor, tú que conoces los retos diarios de tus hijos,
las asechanzas del mundo y las seducciones del pecado sé su celestial intercesora
para que puedan derrotar al Maligno con la firmeza de la fe.
Bienaventurada Virgen María, tus hijos congregados aquí
–provenientes de todas partes del mundo–
quieren sed fieles a tus enseñanzas, vivir el misterio de la Eucaristía
y orar a Dios Padre meditando la vida de tu Hijo con el Rosario.
Ilumina su camino para responder con generosidad a la vocación que Él les inspire
y alcanzar así la vida eterna.
Al finalizar esta Jornada Mundial,
imploro tu protección sobre todos ellos y sobre todos nosotros,
para que todos ellos y nosotros, los mayores
podamos ser auténticos discípulos y misioneros
de modo que el Reino de justicia y de paz
que tu Hijo inauguró con su primera venida
se expanda por toda la tierra».