La situación en Siria va mejorando lentamente; aunque la reconstrucción llevará tiempo después de una guerra de ocho años, la población cristiana va regresando paulatinamente a las localidades de las que tuvo que huir. El balance, cuando aún no se ha pacificado todo el territorio sirio, es devastador: se calcula más de medio millón de muertos, de los que en torno a 100.000 serían civiles. A esta cifra hay que añadir la de los desplazados, que se calcula ascienden a más de cinco millones.
Entre los combatientes, bajas similares entre las fuerzas fieles a Bashar al-Assad y los rebeldes (entre los que se cuentan el Ejército Sirio Libre, los grupos yihadistas vinculados a los salafistas y a los Hermanos Musulmanes, y los que están en la órbita de Al Qaeda y el Estado Islámico). Unas cifras parejas que indican una guerra equilibrada y demuestran que los adversarios del régimen sirio han estado bien armados y abastecidos desde los estados árabes del Golfo, Estados Unidos y Europa.
Decíamos que, aunque en su fase final, la guerra en Siria no ha terminado. En efecto, la provincia de Idlib constituye el último reducto de resistencia yihadista, circundada por una franja desmilitarizada controlada por tropas turcas y rusas, y es el escenario de nuevos abusos y violencias contra la población cristiana que aún permanece en la región por parte de milicias como las surgidas de la descomposición del Frente al-Nusra. La paz definitiva en Siria está cada vez más cerca pero aún no se ha alcanzado.
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