El pasado 8 de diciembre tuvo lugar la beatificación de los diecinueve mártires de Argelia. Ya había estado anteriormente en Orán donde pasé tres días con el obispo del lugar, monseñor Jean-Paul Vesco. Ayuda a la Iglesia Necesitada sostiene económicamente a la Iglesia argelina que no posee suficientes recursos. Este vínculo me permitió estar presente en el santuario, en principio únicamente reservado a las familias de los mártires y a las autoridades.
Esa mañana la bruma había invadido Orán y temí no poder contemplar la deslumbrante vista que se divisa desde el promontorio donde se sitúa el santuario de Nuestra Señora de Santa Cruz. Temor inútil, pues el sol disipó las nieblas marítimas como en una simbólica analogía de la luz que parecía irrumpir en la oscuridad de la terrible década que ensangrentó Argelia en los años noventa.
El relato de estas diecinueve vidas, entregadas a Dios por completo, nos sumergía de nuevo en el terrible período en el que cerca de doscientos mil argelinos perdieron la vida. Monseñor Claverie, obispo de Orán, los siete monjes de Tibhirine y otros sacerdotes y religiosos, asesinados entre 1994 y 1996, tuvieron todos ellos la posibilidad de marcharse, como se les había firmemente aconsejado, pero todos escogieron permanecer en Argelia por fidelidad a su misión y al pueblo argelino.
Ya en la víspera, en la catedral, oímos testimonios sobrecogedores, desconcertantes por su sencillez, y que desarmaban por su fraternidad: la hermana de monseñor Pierre Claverie y la madre de Mohamed, su chófer que permaneció hasta el final con «su» obispo pese al peligro, el hermano de Christian de Chergé, el viejo Jean-Pierre y el indestructible Henri, de Tibhirine, y el testimonio de tantas otras historias, cristianas y musulmanas, entrelazadas en el dolor y transfiguradas por la amistad.
Los diecinueve beatos realizaban bajo nuestras miradas una especie de milagro, suscitando entre nosotros una comunión más fuerte que todas nuestras diferencias. La paz, palpable y escurridiza a la vez, unía nuestras oraciones y revestía nuestros corazones para la gracia del día siguiente. Y allí, en las alturas, pudimos gozar de esa paz. Algo pasó este 8 de diciembre y podemos imaginar que habrá «un antes y un después de la beatificación». ¿Cómo será? Nadie lo sabe, pero probablemente podamos afirmar con monseñor Vesco, actual obispo de Orán, que «se estaba escribiendo la historia».
¡De hecho, están sucediendo muchas cosas actualmente en el norte de África! Beatificación de los diecinueve mártires de Argelia en Orán y VIII centenario de los mártires franciscanos en Marruecos y del encuentro de san Francisco de Asís con el sultán Malik al-Kâmil en Egipto ¿Se trata únicamente de conmemoraciones de sucesos del pasado o son quizás las primicias de un futuro asombroso? Este mes de enero de 2019 conmemoramos el martirio de los franciscanos enviados por su fundador todavía en vida. San Francisco se lamentará de no haber formado parte de esta expedición y, poco después, viajará a Egipto para reunirse con el sultán, con el objetivo de anunciarle el Evangelio, pero quizás también secretamente, con el deseo de imitar a sus hermanos en la donación total de su vida.
Por un lado, el testimonio de una presencia fraterna entre los musulmanes. Por el otro, la persistencia del martirio a ocho siglos de distancia. Algunos se centrarán en la amistad, otros en la persecución. ¿Son los dos extremos necesarios? ¿Cómo?
En Orán, todo giró en torno a la amistad y a la fraternidad. En el icono de los mártires incluso estaba representado Mohamed, el chófer de monseñor Claverie. Es cierto que no tenía la aureola de los beatos, pero se intuía que la Iglesia local así lo habría querido. Por supuesto, se mantuvo fiel, una fidelidad hermosa, pero ¿ha sido ya alguien beatificado por la amistad?
A veces, a pesar de la emoción que nos envuelve y de esta amistad sin duda sincera, acabamos no obstante por preguntarnos si no entramos suavemente, pero con claridad en una cierta confusión.
¿La misión de la Iglesia en Argelia o, en general, en los países de mayoría musulmana se limita a dar un testimonio de amistad? ¿O a dar testimonio de Cristo? ¿Pero entonces, como dar testimonio de Cristo si no es a través de la amistad?
En esos abrazos fraternos del 8 de diciembre me pareció, de todos modos, sorprendente que no hubiese musulmanes conversos y Dios sabe, sin embargo, que los hay en Argelia. Fueron un poco los olvidados de la fiesta, pero no sólo en esa bella jornada. Da la impresión de que no son una prioridad pastoral para la Iglesia y, yendo un poco más lejos, que incomodan a la Iglesia por el simple hecho de
existir. Y eso, evidentemente, cuesta entenderlo.
Entre la exaltación de una cierta amistad, a menudo unidireccional por parte de los cristianos, y la persistencia de la persecución, ¿Cómo unir los dos extremos? ¡Que la intercesión de los nuevos beatos nos ayude en este camino! (Marc Fromager, director de AIN en Francia).