Zen, yoga, mindfulness, biodanza… Cada vez oímos hablar más de «nuevas espiritualidades» que muchas veces se ofrecen como soluciones «alternativas» a una «espiritualidad tradicional» que no se «siente» adecuada para el hombre de hoy. Así, por ejemplo, una conocida casa de venta de libros por internet ofrecía sólo en este mes de diciembre 101 nuevos libros de autoayuda y espiritualidad.
Aunque pueda parecer paradójico –escribía el arzobispo de Burgos, monseñor Fidel Herráez, a sus feligreses hace ya casi año y medio–, resulta lógico que en nuestra sociedad secularizada, externamente caracterizada por la increencia y la indiferencia ante el hecho religioso, surja en muchas personas el anhelo de una experiencia espiritual que aporte sentido y calor a su existencia. Es comprensible, dado el estilo de vida dominado por el estrés, la competitividad, el hastío, el anonimato, la soledad… Y dada también la dimensión espiritual, reconocida o no, de los seres humanos.
Por eso muchos recurren a métodos como el yoga o el zen, procedentes del hinduismo o del budismo, de la sabiduría oriental y vinculados frecuentemente al movimiento denominado «New Age», que en sus diversas manifestaciones es también un «conjunto de creencias y prácticas místico-esotéricas, que se ofrece como una experiencia espiritual consoladora y benéfica para los insatisfechos ante el materialismo y el racionalismo deshumanizante del mundo occidental». También en encuentros de oración o talleres de meditación, ofrecidos en centros católicos o en grupos eclesiales, se recurre al yoga o al zen. Puede suceder que bajo un ropaje cristiano se oculte una espiritualidad no cristiana, que pretende ir más allá de las religiones, también de la religión cristiana; y en el mejor de los casos se puede prestar a confusión. La espiritualidad cristiana tiene unas características que deben ser diferenciadas, vividas y conservadas con claridad. Determinadas prácticas corporales pueden ayudar a la oración. Pero no pueden oscurecer lo peculiar de la oración cristiana, que es, en palabras del papa Francisco, «la oración de adoración al Padre, de alabanza a la Trinidad, la oración de agradecimiento, también la oración de pedir cosas al Señor, pero la oración desde el corazón».
La «nueva espiritualidad» –continuaba el arzobispo de Burgos– es usada frecuentemente como una terapia para solucionar el malestar psicológico o emocional y para lograr la serenidad, y la paz interior. Para ello intenta ampliar la propia conciencia aspirando a la fusión con la divinidad, con la naturaleza o la energía cósmica, en el fondo con algo impersonal. Ello normalmente provoca el encerrarse en uno mismo y el alejamiento de los demás. De este modo se difumina la conciencia, la libertad, la responsabilidad y la capacidad de amar. Es la «espiritualidad del espejo», de la que también nos advierte el Papa, por la que uno se mira y se ilumina a sí mismo, pudiendo quedarse en su propio bienestar y armonía interior. La espiritualidad cristiana, por el contrario, vive de una relación personal con alguien que, por propia iniciativa, nos ha amado el primero. Esta relación se vive siempre en el seno de la Iglesia y se abre con generosidad a las necesidades de los demás.
Las comunidades cristianas –concluía el arzobispo de Burgos– deberíamos desarrollar más la práctica de la oración, desde la tradición espiritual y mística cristiana. A ello os animo gustosamente, pues, como dice el papa Francisco, «una sesión de yoga jamás podrá enseñar a un corazón a «sentir» la paternidad de Dios ni un curso de espiritualidad zen lo volverá más libre para amar».
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