Es evidente que la Rusia de Putin ha regresado con fuerza al tablero de la política internacional y que asistimos a un renacer del patriotismo ruso que hace extrañas amalgamas entre el pasado imperial zarista y las gestas soviéticas. Sin embargo, no parece que Putin esté consiguiendo solventar el gran problema de fondo al que se enfrenta Rusia: la crisis demográfica, herencia del comunismo y de unas terribles tasas de aborto.
Lo que nos indican los datos es que a lo largo de la última década la población de Rusia se ha estabilizado en torno a unos 144 millones, ayudada por la incorporación de más de dos millones de personas de la península de Crimea. Sin embargo, están apareciendo datos que parecen indicar que esta estabilización puede haber terminado para regresar a las caídas de población que caracterizaron el periodo 1990-2005. Según el Moscow Times, en la primera mitad de 2018 la población rusa disminuyó en casi 92.000 personas, de acuerdo a la agencia de estadísticas Rosstat. Una disminución pequeña pero que marca un cambio de tendencia. De hecho, la inmigración, que ha sido clave para estabilizar la población rusa a falta de un cambio sustancial en los índices de fecundidad, se ha frenado. Al mismo tiempo las tasas de mortalidad aumentaron en 54 de las 85 regiones de Rusia, mientras que la tasa de natalidad de 10,9 nacimientos por cada 1.000 personas en el primer semestre de 2018 presenta un descenso continuado desde 2011. Por último, los 1,69 millones de bebés nacidos en 2017 marcan el número más bajo desde 2007.
Esta última cifra se explica en parte por las consecuencias del pasado: el hundimiento de la natalidad rusa a principios de la década de los noventa significa que el número de mujeres que ahora están entrando en los primeros años de la maternidad sea comparativamente más reducido y, a su vez, tengan menos hijos. Y es que la demografía no tiene prisa, pero nunca perdona.
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