Paquistán, con una población de más de 200 millones de personas, es el quinto país más poblado del mundo. El país de los puros, nacido de los restos del Raj británico, ha sido noticia en los últimos años no sólo por ser potencia nuclear, sino por su complicidad con los talibanes del vecino Afganistán y por las crecientes discriminaciones contra los cristianos, que constituyen algo más del 2% de la población. La ley contra la blasfemia, que representa una carta en blanco para encarcelar arbitrariamente a los cristianos molestos, ha provocado, a través del caso de Asia Bibi, la madre de cinco hijos que espera la ejecución desde 2010, que el mundo entero tome conciencia de la situación real en el país.
Es por ello que se esperaba con interés el resultado de las elecciones del pasado mes de julio, en las que resultó ganador Imran Khan, una ex estrella del mundo del cricket cuya esposa fue íntima amiga de la princesa Diana de Inglaterra. Las expectativas favorables para la minoría cristiana se han evaporado pronto: Imran Khan se ha convertido en un musulmán «piadoso» bajo la guía de su tercera esposa, que se proclama como su «entrenador» espiritual. Khan, a su popularidad deportiva, añadió su nueva imagen de musulmán que renuncia a los lujos, que viste el traje tradicional, que jura por el Corán y anuncia la justicia para todos para conseguir la victoria electoral. Una imagen que incluso recibió los elogios de algunos obispos católicos que acaban de descubrir la realidad: Imran Khan, oficialmente Primer Ministro desde el 17 de agosto, ya se ha comprometido a preservar las leyes de blasfemia inventadas por el dictador Zia ul-Haq en 1986 y a construir «un estado del bienestar islámico como había imaginado Allama Muhammad Iqbal». La referencia no es trivial: normalmente los líderes de Paquistán hacen referencia al padre de la patria, Muhammad Ali Jinnah, que en su discurso fundacional del 11 de agosto de 1947 afirmaba querer un país donde hubiera plena libertad religiosa. Por el contrario, Allama Muhammad Iqbal, el presidente de la Liga Musulmana en la década de los treinta, abogaba por un país plenamente islámico en que se aplicara estrictamente la sharía. Por desgracia, no estamos sólo ante palabras: en el nuevo gobierno de Imran Khan ya no hay ministros ni consejeros cristianos y el ministerio de las minorías religiosas, que fue dirigido por el mártir Shahbaz Bhatti, simplemente ha desaparecido.