Con los terribles atentados y ataques terroristas de carácter yihadista en el mundo vivimos un fuerte proceso de mediatización de las noticias. Cuando se producen en suelo europeo, y así lo estamos viviendo tristemente en París, Niza, Normandía, Berlín, Bruselas, Estocolmo, Manchester, Londres, Madrid o Barcelona, la cobertura es máxima. Durante días enteros consiguen que el último atentado sea el tema principal en cada casa, en cada tertulia o en cada artículo de opinión.
Sin embargo, cuando se producen atentados yihadistas fuera de suelo europeo o de Estados Unidos, en países como Nigeria, República Centroafricana, Yemen, Congo, Irak, Siria, Egipto, Afganistán o Pakistán, tan sólo por citar algunos de los más afectados, no se da noticia de ello. Por eso, cuando alguien te lanza como una bofetada al rostro el dato de que en el mes de julio del 2017 se produjeron en el mundo 154 ataques terroristas de este signo y fueron asesinadas 744 personas, preferimos ignorarlo para que no nos afecte demasiado.
Orígenes y fundamentación del Islam. Mahoma. La «Jihad»
Para analizar el fenómeno del terrorismo islámico actual debemos retroceder a sus orígenes. Decir que el islam es una religión de paz o, como he leído recientemente en un artículo de opinión de un diario generalista, que Mahoma, como Jesucristo, fomentaba la paz y la fraternidad de todos los hombres es, o bien una gran falacia, o una ignorancia supina. También es cierto que sería sumamente simplista atribuir todo el fenómeno del terrorismo yihadista sólo a los fundamentos de la religión islámica.
Nadie puede dudar que determinados contextos políticos internacionales, como todo lo sucedido en los últimos años en Afganistán, la mal llamada «primavera árabe» con sus consecuencias y cambios políticos y las guerras aún vigentes de Irak y, sobre todo, de Siria, junto con factores como el paro, la pobreza o la injusticia, cuando confluyen crean un caldo de cultivo perfecto para que los grupos más fundamentalistas del islam, como las corrientes salafistas y wahabitas, tengan sus propias facciones armadas dispuestas a eliminar al infiel y a los musulmanes no auténticos.
Desde sus inicios la religión de Mahoma proclamó el concepto fundamental de la «Jihad», que no es sino la lucha por Dios, o guerra santa, tal y como la traducen los propios musulmanes. Algunos investigadores, sobre todo occidentales, han querido entender que esta guerra santa se trataba de una guerra interior, de una lucha, de un esfuerzo interior del bien contra el mal. Pero tanto en el plano histórico, desde el Corán en adelante, como en el plano sociológico el significado de la jihad es unívoco, tal y como afirma el experto jesuita Samir Khalil Samir, y designa la guerra islámica hecha en nombre de Dios para defender el islam.
La «Jihad» es una obligación para todos los musulmanes adultos. Solo el imán tiene el derecho-deber de proclamarla y, desde ese momento todos los varones adultos deben adherirse a ella. La guerra santa deberá continuar hasta que se haya marchado o haya muerto el mismo enemigo.
Las guerras actuales del islam
El mundo islámico hoy en día está inmerso en dos guerras: la fundamental y más desconocida en el mundo occidental, es la que libra la corriente mayoritaria del islam, los sunitas, contra los chiíes. Unos a otros se consideran herejes y cada uno se considera a sí mismos los auténticos seguidores de Mahoma.
La segunda gran guerra es contra los infieles, es decir los judíos y los cristianos. Esta Jihad se ha desarrollado durante siglos, y actualmente los más radicales han hecho una curiosa equiparación de Occidente con «cruzados» o cristianos, pues así nos llaman a los herederos de aquellos hechos. De tal manera que cualquier ciudadano europeo, americano o australiano, sin importar su religión o su agnosticismo, es un cruzado y objeto de su ira y de sus ataques.
Gracias a Dios, de los casi 1.700 millones de musulmanes que hay en el mundo, la grandísima mayoría de ellos no se considera, al menos de hecho, un contendiente en ninguna de estas dos guerras. Otro tema más complejo sería saber cuántos de ellos viven o sienten en su interior este espíritu guerrero o este odio contra sus ancestrales enemigos.
La libertad religiosa en el islam. La «sharía»
Quizás uno de los principales problemas es conocer la forma que tiene el mundo islámico de entender el concepto y las implicaciones del derecho a la libertad religiosa. Este derecho supone que el Estado ponga los recursos para que todos los credos religiosos se puedan vivir en libertad, para que se pueda tener, mantener o cambiar de credo religioso sin que eso le suponga al individuo ningún tipo de discriminación y también para que se pueda expresar libremente esa fe en privado y en público, personal o colectivamente.
En la mayor parte de los países musulmanes la implantación de la sharía o ley islámica legitimada por la revelación, no contempla la libertad de que un musulmán se convierta a otro credo religioso y esto está castigado socialmente y en muchos casos con penas de prisión o incluso de muerte. El islam no es compatible ni con la democracia ni con la libertad, tal y como lo entendemos en el resto del mundo no islámico.
Es evidente que el islam no es simplemente una religión. Se trata de un sistema social y también de una ideología política, eso sí con un trasfondo religioso. La sharía lleva consigo diferentes normas y recomendaciones que afectan a toda la vida social. Líderes y partidos islamistas en Europa están reclamando la aplicación de la sharía.
La lucha por liderar el terrorismo yihadista. El Daesh
Pero volviendo a la realidad que vivimos en la actualidad nos encontramos que, sin menospreciar a otros grupos terroristas de carácter radical islamista que también existen, son dos los que se han disputado su preeminencia como número uno. Al-Qaida y su conocido líder durante muchos años Bin Laden se hicieron tristemente famosos con los terribles atentados del 11 de septiembre del 2001 en USA, con los del 11 de marzo del 2004 en Madrid o con otros muchos. Su actual líder es Ayman al Zawahiri, pero su organización terrorista ha pasado a un segundo plano desde la fulgurante aparición del Daesh, el mal llamado Estado Islámico.
Al-Qaida operaba a través de pequeñas células que trabajaban en diferentes países. Primero adoctrinaban y una vez conseguida la radicalización y, tras un periodo de formación ideológica y en su caso de combate, sus jóvenes miembros eran declarados «mujaidines» listos para la acción. Financiada durante años por Arabia Saudí y por importantes jeques árabes y poderosos hombres de negocio. Son muchísimos los asesinatos que se les imputan y algunos de sus atentados son de sobra conocidos.
El caso del Daesh es diferente. Nacido en Irak en el año 2010 y liderado por Abu Bakr al Baghdadi (autoproclamado califa y descendiente de Mahoma), pronto encuentra una oportunidad cruzando a Siria para enfrentarse al régimen de Bashar al Assad, buscando recuperar el califato histórico de Damasco e implantar allí la sharía. Su decisión, ni siquiera consultada con Al Zawahiri, líder de Al Qaida que en Siria se denomina «Frente Al Nusra», no sienta nada bien a esta organización y pronto se establece una lucha por la hegemonía terrorista, lucha en la que enseguida vence el Daesh. Además, alistando a antiguos militares de Sadam Hussein y a sunitas marginados por el régimen iraquí, rápidamente siembra el terror en Irak, atribuyéndoles 4.622 víctimas mortales en el año 2012 y 9.851 en el 2013.
La pretensión del Daesh es mucho más ambiciosa que la de Al-Qaida, pues no se limita a sembrar el terror mediante atentados y todo tipo de actos violentos sino que tiene la idea de tener un territorio y un estado. Muy recientemente y, tras una lucha incruenta, protagonizada por el ejército iraquí con la inapreciable ayuda de los peshmergas kurdos y de una coalición internacional, Mosul ha vuelto a poder gubernamental. Con ello se está dando pie a que, los más de 120.000 cristianos que tuvieron que huir de las ciudades del Valle del Nínive y otras minorías religiosas como los yazidíes, comiencen a volver de forma paulatina.
Sin embargo, su inicial derrota militar en Irak le están llevando a la dispersión de sus combatientes que buscan nuevos tableros para la guerra. No son pocos los extranjeros alistados que están volviendo a sus países de origen, con el consiguiente problema que origina para la seguridad de Occidente por el riesgo de cometer atentados terroristas y tareas de proselitismo. Al-Qaida, sin embargo, con su estrategia de trabajar más desde el interior en ciertos países, está ahora recogiendo frutos en prestigio y en afiliaciones de miembros desencantados o confusos con el futuro del Daesh.
La situación del islam en Europa
Desde hace ya muchos años son millones los musulmanes que han emigrados desde sus países de origen a Alemania, Reino Unido, España y el resto de Europa. Hay importantes ciudades europeas en las que hasta un 25% de su población es musulmana, que domina de forma total determinados barrios. Hay estimaciones que hablan de que en el 2030 un cuarto de la población europea será musulmana.
Muchos de ellos dejan de practicar su fe al contacto con el mundo materialista y consumista de Occidente. Tristemente es el dios del dinero el que les hace renegar de sus principios y no nuestro Dios cristiano. Porque, desgraciadamente, no ven en los creyentes cristianos, tanto católicos como protestantes u ortodoxos, una coherencia en nuestras vidas. No ven que nuestras creencias marquen nuestras vidas.
La consecuencia inevitable de esto es que vuelven sus ojos a su propia religión, se ratifican en sus verdades olvidadas, y frecuentemente sufren reconversiones a su propia fe, que unidas a mensajes radicales escuchados en muchas mezquitas wahabitas, la atracción y captación a través de Internet junto con el orgullo de pertenecer a un pueblo milenario y a otras muchas condiciones frecuentes de marginación, pobreza y paro forman un terrible cóctel molotov que desemboca en su captación en células yihadistas dispuestas a entregar su vida contra el infiel.
Vías para aminorar los riesgos del yihadismo
Cultivar la educación en valores de libertad, respeto y derechos humanos para las nuevas y en las viejas generaciones, asumiendo que algunos de nuestros principios democráticos no van a poderse aplicar igual en países islámicos.
Control policial de los imanes y del proselitismo yihadista que se hace en las mezquitas de Europa.
Seguir de cerca los nuevos partidos políticos de corte islamista que están surgiendo ya en Europa, sus medios de comunicación y sus redes de influencia.
Estricto control policial, flujo ágil de información de los servicios de inteligencia de los diferentes países y concienciación ciudadana de denunciar todo conocimiento de ideas y de hechos radicales.
Mayor compromiso, autenticidad y coherencia con nuestra fe cristiana, que nos hará mucho más dignos de respeto por los musulmanes.