Dan Hitchens escribe un interesante comentario en First Things sobre lo que supone la encíclica Humanae vitae de Pablo VI que arroja luz sobre cómo debemos de entender el magisterio pontificio:
«En septiembre de 1988, sólo cinco meses antes de su muerte, e. John Ford, SJ reveló una conversación que tuvo con el papa Pablo VI en los años sesenta. El tema era la anticoncepción, cuestión sobre la que entonces se esperaba que el Papa Pablo se pronunciara de modo definitivo. En la comisión establecida por el Papa para estudiar el asunto, la mayoría de sus miembros habían llegado a dudar de que la anticoncepción fuera intrínsecamente mala. Ford fue uno de los que defendió la doctrina de la Iglesia, tanto por razones filosóficas como por la fuerza de la enseñanza católica permanente sobre el tema, incluyendo la Casti connubii (1930) del papa Pío XI.
He aquí la pregunta que Ford le hizo al papa Pablo VI: «¿Está preparado para decir que Casti connubii puede cambiarse?» El jesuita explicó cuál fue la respuesta: «Pablo VI reaccionó vigorosamente y habló con vehemencia: “¡No!”, dijo. Reaccionó exactamente como si yo estuviera acusándole de ser un traidor a sus creencias».
De hecho, Pablo VI mantuvo la doctrina tradicional en la Humanae vitae, publicada el 25 de julio de 1968. A medida que se acerca su quincuagésimo aniversario, escucharemos mucho sobre la importancia de esa encíclica: cómo afirmó una verdad vital, cómo garantizó que la Iglesia no se rendiría jamás a la revolución sexual, cómo predijo con tanta previsión la ruptura de las relaciones entre los sexos.
Sin embargo, hay una manera de exagerar la importancia de la Humanae vitae. Y es verla como si fuera la obra independiente de un papa pionero. En ocasiones la encíclica es elogiada como si Pablo VI fuera Albert Einstein y la encíclica fuera el escrito sobre la teoría de la relatividad. Lo cierto es que la Humanae vitae fue completamente no original. Como demuestra ese vehemente “¡No!”, Pablo VI estaba afirmando firmemente aquello que había recibido: de las declaraciones de sus predecesores inmediatos y de los juicios constantes del Magisterio; y aún desde más atrás, del Catecismo del Concilio de Trento del siglo xvii, de los teólogos medievales, de los Padres de la Iglesia.
El “¡No!” de Pablo VI, pues, era la expresión de dos milenios de tradición cristiana.»
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