Al atardecer del 6 de junio de 1919, pocos días después de que España fuera consagrada al Corazón de Jesús, llegaba el cardenal de Sevilla don Enrique Almaraz y Santos a la aldea del Rocío, donde una multitud, encabezada por la Hermandad Matriz de Almonte, lo recibía entre aclamaciones.
Todo estaba ya preparado para que Nuestra Señora del Rocío, célebre por «la fama de sus prodigios, la antigüedad de su culto y la constante y fervorosa veneración de la religiosa piedad de los pueblos circunvecinos, (…) fuese decorada con aquella corona áurea con que suelen ser coronadas las más prodigiosas imágenes de la Madre de Dios».
Los tradicionales cultos rocieros, que de muy antigua tradición celebraban las hermandades al terminar el día de la Ascensión, se revistieron aquel año de mayor solemnidad y fervor. La romería se prometía grandiosa, así por los actos de la solemne coronación como por el número de romeros que acudirían, y así efectivamente resultó, superando todos los cálculos.
«En la mañana del sábado día 7, relata Juan Infante-Galán, cuando ya las caravanas de hermandades y romeros se acercaban a la aldea, el señor cardenal celebró misa ante la Santísima Virgen. Por todos los caminos (…) afluían al Rocío riadas de peregrinos inundando la aldea de candente alegría fervorosa, que se rompe en oleadas de oraciones, vítores, lágrimas y cantares al pie del altar de la Virgen, Señora del hermoso mirar.
»Aquella tarde, a hora de vísperas, se cantaron en la ermita las letanías lauretanas y el Ave Maris Stella (…) y a eso de las seis comenzó la presentación o “entrada” de las hermandades [Triana, Rociana, Villamanrique, Benacazón, Umbrete, Coria del Río, Pilas, La Palma, San Juan del Puerto, Sanlúcar de Barrameda, Huelva, Moguer; en total, 514 carretas y 120 coches]. Desde el balcón de la ermita, donde colgaba a modo de repostero el rico y antiguo Simpecado de Almonte, presenció el desfile el señor cardenal.
» (…) Lentamente fue haciéndose el silencio velador de la noche. Antes de romper el alba, en el callado silencio de la aldea, desiertos los aledaños, salía de la ermita la Virgen hacia el estrado donde horas después habría de ser coronada. Lleváronla sobre sus hombros el párroco de Almonte, el de Carrión de los Céspedes, el de Castilleja del Campo, el presbítero de La Palma, el presidente de la Hermandad Matriz de Almonte [y otros tres señores] sin que en el breve camino dejaran de sumárseles los escasos rocieros que pudieron advertirlo.
»Es ya domingo de Pentecostés, 8 de junio. El temprano despertar de los romeros fue sorprendido con la Virgen ya colocada en el estrado del Real; la multitud fue creciendo más cada vez en torno al estrado. Desde el alba, celebráronse en los distintos altares de la ermita innumerables misas. (…) A eso de las diez de la mañana salió de la santería el cortejo que acompañó al señor cardenal hasta el lugar de la coronación. (…) Comenzó el acto con la lectura del escrito que concede el privilegio de la coronación canónica; seguidamente, el señor cardenal bendijo las coronas del Niño y de la Virgen, conforme al rito. Y tomó juramento a los señores designados cualificados testigos: de que las coronas de oro así bendecidas, con las cuales iban a ser coronadas el Niño Jesús y la Virgen del Rocío, serían fielmente custodiadas, y que no se consentiría que se destinasen a otros fines sino a aquel para el cual la piedad de los fieles las ofrecían y dedicaban.
»Según el rito de la coronación, comenzó luego la santa misa (…). El señor cardenal predicó la homilía. Se congratuló con Almonte y con las hermandades filiales por la coronación canónica de la Santísima Virgen del Rocío, su titular; sintiendo con la Iglesia y con el Papa –profundamente preocupado entonces con las consecuencias de la primera guerra mundial–, encargó y rogó a los fieles que pidiesen, por intercesión de la Virgen, la paz del mundo; sólo la gracia de Dios, el rocío del Cielo, produce la verdadera paz de los espíritus; sólo la práctica sincera de la religión y de la caridad cristiana nos dará la verdadera paz y la corona del Cielo.
»Se acercaba el momento más solemne. Revestido el señor cardenal, asume la mitra y recibe el báculo; bendice primero a la multitud; vuélvese luego, sube al paso y, con suma reverencia, pone la corona de oro sobre las sienes del sonriente Pastorcito de las Marismas. A su lado, don Juan Francisco Muñoz y Pabón, que la tiene en sus temblorosas manos, le ofrece la corona de oro de la Virgen. Son las once y cuarto en punto de la mañana cuando el señor cardenal, lentamente, mirando profundamente conmovido el rostro de la Virgen, pone sobre su cabeza la corona de oro, mientras pronuncia las palabras de ritual: Así como te coronamos en la tierra, merezcamos, por tu intercesión, ser coronados en el Cielo.
»Lo demás –acaba Juan Infante-Galán–, el fervor clamante de la multitud, los atronadores aplausos, los vítores, las aclamaciones, los dejamos a tu imaginación. Siempre te quedarás corto».
Aproximándonos ya al centenario de este acontecimiento la Hermandad Matriz de Almonte, bajo el lema «Reina del Rocío, caminar con María hacia Cristo» se ha propuesto promover un conjunto de iniciativas programadas que ayuden a los almonteños y rocieros en general a tomar conciencia de su significado, y a renovar su compromiso con esta devoción, como camino permanente de perfección personal y colectiva para llegar a Cristo y para seguir cumpliendo su misión en el mundo contemporáneo.
Y el pasado 8 de abril, durante la LXII Asamblea General de Presidentes y Hermanos Mayores del Rocío, el obispo de Huelva, don José Vilaplana, anunció –de manera oficiosa– la concesión a Almonte de un Año Jubilar para 2019, que incluye una ampliación (desde el 8 de junio de 2019 hasta el 7 de junio de 2020) de la fecha del año jubilar celebrado cada siete años para que éste incluya la conmemoración del centenario de la dicha coronación canónica de la Virgen del Rocío.
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