Afirma el cardenal Giacomo Biffi en el prólogo del libro de Leyendas negras de la Iglesia de Vittorio Messori que «un muchacho que sienta vergüenza de la historia de la Iglesia está en riesgo objetivo de perder la fe».
Y realmente vivimos en un mundo que cree lo mismo que el cardenal, porque sistemática y metódicamente está difundiendo una versión de la historia de la Iglesia (y de España) que si fuera verdadera, evidentemente, produciría vergüenza en los creyentes y les llevaría a la pérdida de la fe. Y muchos la han perdido por este motivo.
Por eso, a todos esos muchachos y no tan muchachos que comienzan a sentir o sienten vergüenza por la «historia» de la Iglesia y de España, hay que recomendarles la lectura de este libro. En verdad, María Elvira Roca Barea es un soplo de aire fresco en el putrefacto olor de las historias oficiales.
La obra de Roca Barea no se caracteriza por aportar datos nuevos o que no podamos encontrar más o menos fácilmente en ediciones divulgativas. Realmente, quien con buen espíritu busca la verdad histórica tiene bibliografía al alcance de la mano para poder descubrirla. Esto lo sabe la autora, y así lo dice, pero lo que pretende explicar es precisamente, por qué, siendo esto así, no se produce un avance en el conocimiento histórico de los hechos que aniquile la leyenda sobre los mismos. «Nuestro propósito con este libro es comprender por qué surgen, qué tópicos las configuran y cómo se expanden, hasta llegar a ser opinión pública y sustituto de la historia».
Afirma Francisco Canals en su obra Política española, pasado y futuro que «también en política la verdad es la realidad de las cosas» y es, en mi opinión, en este contar la realidad de las cosas donde realmente es meritorio el trabajo historiográfico de la autora.
La obra está dividida en tres partes, la primera dedicada a «Imperios y leyendas negras: la inseparable pareja», en la que desarrolla una teoría sobre lo que se puede considerar un «imperio» y revisa algunos de los grandes imperios existentes: Roma, Estados Unidos y Rusia, para acabar ofreciendo un modelo universal de imperiofobia, considerándola con una serie de características comunes: Así, siempre se acusaría a los imperios de que su construcción fue inconsciente para sus artífices, de que eran pueblos bárbaros, crueles e incultos, que además tiene malas costumbres y depravaciones sexuales, su impiedad es manifiesta y que son de sangre mala y baja.
Esta primera parte de la obra es más una tesis de autor, que quiere demostrar como cierta a lo largo de la extensión de la misma, para una vez obtenidas estas características del odio al imperio (imperiofobia) tanto de sus «víctimas» como de las bolsas críticas internas, trata de aplicarlas al estudio de la leyenda negra española.
La segunda parte la va dedicando sucesivamente a «Hispanofobia en la época imperial: orígenes y fisonomía», en ella hace un repaso de la hispanofobia, desde el humanismo italiano, hasta el Imperio americano, pasando por el Sacro Imperio, Países Bajos e Inglaterra «¿guerras de religión o guerras antimperiales?», «Alemania: protestantismo y regresión feudal», «Inglaterra: de las Invencibles a Tony Blair», «Los Países Bajos: el triunfo definitivo de la propaganda», «la Inquisición y la Inquisición». Es en esta parte donde brilla el genio polemista de la autora, en su magnífica labor de aunar hechos, concatenarlos y sacarlos a la luz con toda su lógica aplastante, sin añadir juicios sobre los mismos: aporta datos como la letra del himno holandés «Mi alma se atormenta, pueblo noble y fiel/ viendo cómo te afrenta el español cruel» que los niños aprenden en las escuelas, o cuenta la historia de Blas de Lezo y su victoriosa campaña contra los ingleses, que éstos han borrado, oficialmente y por mandato real, de la historia o relata como la mayor gloria de las letras inglesas pudiera no haber pertenecido a la Iglesia Nacional, explicando que hasta el primado de la Iglesia anglicana, Roman Williams, ha admitido oficialmente que Shakespeare era católico, pero todo ello para explicar la manipulación interesada y con un fin concreto de la interpretación de los mismos.
Como un texto enjundioso de este capítulo, y para provocar el interés de quien lea esta reseña traigo aquí una explicación de la autora en su juicio acerca de la influencia protestante en la hispanofobia, hasta nuestros días:
«La identidad colectiva de los pueblos protestantes está levantada sobre la denigración de los católicos y, entre éstos España ocupa un lugar de honor. Cada nación protestante construyó su ser, su necesidad de ser, por oposición y contraste con los demonios del Mediodía. Si este apoyo faltara, ¿dónde buscar el soporte que sostenga la diferencia? A los pueblos católicos les cuesta entender esto porque no hay nada parecido en los mimbres de su identidad. El católico no necesita pensar en el protestante para existir, ni busca considerarlo un ser inferior y moralmente degradado para creer que su catolicismo es lo correcto. Piensa que están equivocados y nada más. No requiere del otro para justificar su existencia en el mundo. Su ser católico no crece ni mengua porque el protestante exista. En cambio, las iglesias protestantes se levantaron contra algo y ese algo tenía y tiene que ser necesariamente muy malo. Por lo tanto no hay esperanza alguna de que decaigan los prejuicios protestantes contra España porque están escritos en el ADN de su identidad colectiva. Cuanto peor es el enemigo, mejores somos nosotros y más razones tenemos para habernos separados de ellos.»
Y eso pese a que la autora declara en su presentación que «no tengo vínculo de ninguna clase con la Iglesia católica. Pertenezco a una familia de masones y republicanos y no he recibido una educación religiosa formal. No comparto con el catolicismo muchos principios morales.»
La tercera parte de la obra se centra especialmente en «la leyenda negra desde la Ilustración a nuestros días. Asunción y negación», pasando por «la hispanofobia en el siglo de las luces», y «el siglo xix: nacionalismo, liberalismo y racismo científico» y acaba haciendo una revisión de «los siglos xx y xxi. A modo de conclusión.»
En esta parte vuelve a relatar datos gratificantes de la presencia del Imperio español en Hispanoamérica, desde el caso asombroso de Lima con una cama por cada 101 habitantes, a las ediciones bibliográficas en materia médica que se editan en Hispanoamérica en tiempos del Imperio español, o como coincide las ediciones de la obra de Bartolomé de las Casas en un país protestante cuando éste tiene una crisis interna y necesita un chivo expiatorio.
En fin, montón de anécdotas y datos, de casos y singularidades históricas, no por estudiar los hechos en sí, sino para ver cómo desde estos hechos concretos se ha puesto en marcha una maquinaria de propaganda, silencios e interpretaciones para conseguir denigrar la labor del Imperio español y de la religión católica.
Por eso la autora señala que: «Es urgente sacar la leyenda negra del estrecho cauce en el que la historiografía al uso le ha mantenido, como un hecho histórico de límites precisos vinculado a las exageraciones de la propaganda de guerra durante los siglos xvi y xvii, con una prolongación en el siglo xviii. La leyenda negra es un fenómeno histórico y social muchísimo más amplio, que nace en la propaganda pero vive en la literatura y la historia, donde cobra realidad y prestigio, hasta convertirse en lo que primordialmente es: un hecho de opinión pública casi universal en Occidente. Es más: si privamos a Europa de la hispanofobia y el anticatolicismo, su historia moderna se torna un sinsentido».
Ella es consciente del universo intelectual donde nos movemos «El intelectual español nace, crece, se reproduce y muere en un hábitat que exige la crítica nacional si se quiere conseguir algún respeto. Quien no la practique con la necesaria virulencia, será calificado como mínimo de ignorante y cateto (no sabe las maravillas que hay más allá de las fronteras) y además de derechas.» Pese a ello este libro está siendo un éxito de ventas, ya ha alcanzado la décimo sexta edición desde el 2016 no así en los ámbitos intelectualoides y pseudo científicos, universitarios o de divulgación, por eso termina diciendo:
«Por eso, para ayudar a poner en claro no el pasado, sino el futuro, se ha escrito este libro».
Se podría matizar a este magnífico trabajo que la religión católica no es un elemento más del Imperio español, sino que es el motor genial que movió a la Europa cristiana a fundar la «Cristiandad» y que está «Cristiandad» merced a la providencia de Dios fue embarcada desde España a América y allí replicada de nuevo. Esto es lo que se combate, hasta tal punto, que, me pregunto yo, si España hubiera tenido Imperio, pero este no hubiera sido una «Cristiandad» ¿sería lo mismo la Leyenda Negra?
Agradezco, desde estas líneas a la autora, este magnífico estudio, y lo recomiendo vivamente especialmente a universitarios. Después de leerlo, puedo exclamar con satisfacción: Gracias Señor, porque soy católico y español.
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La aventura de Sevilla Voy a adentrarme, en los próximos números, en la lectura de algunos fragmentos del capítulo 24 del libro de Las Fundaciones. Cualquier capítulo nos serviría igual. Este es oportuno para ejemplificar lo que pretendo. Presentar...