Como es tradicional, el papa Francisco se dirigió el pasado 21 de diciembre a toda la Curia romana para desearles una santa y alegre Navidad y un feliz Año Nuevo.
Durante su discurso y en el contexto de la reforma que se está realizando, después de haber hablado en otras ocasiones sobre la Curia romana ad intra, este año el Santo Padre quiso compartir algunas reflexiones sobre la realidad de la Curia ad extra, es decir, sobre la relación de la Curia con las naciones, con las Iglesias particulares, con las Iglesias orientales, con el diálogo ecuménico, con el judaísmo, con el islam y las demás religiones, es decir, con el mundo exterior, teniendo en cuenta que «la universalidad del servicio de la Curia proviene y brota de la catolicidad del ministerio petrino».
Al finalizar el acto, y como ya hizo el año pasado, el Papa obsequió a todos los presentes con un regalo de Navidad: la versión italiana de la obra del beato padre María Eugenio del Niño Jesús, Je veux voir Dieu (Quiero ver a Dios). Se trata de una obra de teología espiritual escrita entre 1948 y 1951 por este fraile de la Orden del Carmen Descalzo que sintetiza las riquezas doctrinales de los grandes maestros del Carmelo reformado, «esclarecidas –según el propio padre María Eugenio del Niño Jesús– por una elevada experiencia de Dios y una maravillosa penetración psicológica de las almas, apoyada en una doctrina teológica que oculta su poderosa estructura bajo fórmulas sencillas y en ocasiones simbólicas, y orientada totalmente en su desarrollo hacia la ascensión de las almas, a quienes tiene como fin llevarlas a las cumbres».
Tomando por guía a santa Teresa de Jesús, acompañada en algunos puntos por san Juan de la Cruz, el beato carmelita muestra en su obra la «sublime sencillez de aquel caminito» que nos conduce con «sorprendente rapidez » a la santidad. Así lo hizo con santa Teresita del Niño Jesús, de quien el padre María Eugenio del Niño Jesús había aprendido, ya desde su juventud, aquella ciencia espiritual. «Reza por mí –escribía a un amigo a los pocos años de entrar en el seminario mayor–, para que llegue a ser, al igual que sor Teresa, un pequeño objeto de Dios, para que pueda hacer de mí lo que quiera, usar de mi vida poco a poco aquí o en otra parte, o quitármela de otra manera y como quiera. Pide para mí esa perfecta conformidad con su voluntad». Esta comunión de espíritu con santa Teresita progresará más tarde, hasta el punto de que la madre Inés de Jesús, hermana mayor de la santa, llegará a decir: «Jamás he visto un alma que se parezca tanto a mi hermana pequeña como el padre María Eugenio».