Nueva masacre islamista en Egipto. Esta vez el objetivo del ataque del Estado Islámico no fue una iglesia copta, sino una mezquita sufí en la península del Sinaí, donde más de trescientas personas fueron asesinadas. Estamos ante el atentado más sangriento de la trágica historia reciente egipcia, un atentado que tiene al menos dos lecturas además de la obvia de la brutalidad terrorista: por una parte las divisiones que recorren el mundo islámico y, por otra, la incapacidad hasta el momento por parte del gobierno egipcio de controlar el Sinaí, objetivo que, después de cuatro años de intensa actividad contra-insurreccional, este atentado demuestra que no se ha alcanzado.
Hasta ahora la rama egipcia del Estado Islámico, con base en la península del Sinaí, había atacado a miembros de las fuerzas de seguridad, del Ejército egipcio y a cristianos. Estamos ahora ante el primer ataque masivo contra fieles musulmanes en una mezquita, si bien se trataba de musulmanes sufíes, una minoría que asciende a quince millones en Egipto. El sufismo, una rama del islam que incorpora elementos místicos, también gnósticos y el culto a reliquias, es considerado por muchas corrientes musulmanas (entre ellas el salafismo al que se adhiere el Estado Islámico) como una herejía, una contaminación de elementos cristianos y gnósticos.
Existe también un elemento étnico en este atentado: las víctimas son mayoritariamente parte del clan beduino Sawarka, que colabora con el ejército egipcio en su lucha contra los terroristas que infestan el Sinaí. Del tamaño de Irlanda, la península del Sinaí está poblada por 1,4 millones y es el epicentro, desde 2011, de una insurrección islamista que a los ataques a las fuerzas armadas egipcias une los frecuentes atentados contra el gaseoducto que va a Israel y Jordania. Esta insurrección se ha ido vertebrando en torno a Ansar Bait al-Maqdis, un grupo compuesto por palestinos, egipcios y beduinos, inicialmente afiliado a Al Qaeda, pero que en 2014 se integró en el Estado Islámico como provincia del Califato del Sinaí.
El Egipto de Al-Sisi no consigue vivir en paz mientras que el islamismo militante no descansa en su tarea de intentar deslegitimar a este jefe de Estado que ha ampliado los derechos de los cristianos y les permite vivir en paz.
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