La última semana de julio de 1909 tuvo lugar en Barcelona, la llamada Semana trágica, en la que el anarquista y masón Ferrer y Guardia tuvo un lugar destacado. Tras fuertes disturbios en el puerto, siguió la grave persecución a la Iglesia con la quema de 62 edificios religiosos. Ferrer, tras ser juzgado en consejo de guerra, fue condenado a muerte en octubre del mismo año.
Desde el mismo momento en muchos países de Europa occidental, el librepensamiento, el anarquismo y la masonería, empezaron a crear el mito de Ferrer y Guardia como un héroe que había sido ejecutado injustamente.
El año siguiente, 1910, se celebró en Barcelona un Congreso Librepensador que rendía homenaje a Ferrer con gran concurso de masones y librepensadores, en el que se discutieron temas relacionados con la Iglesia y su eliminación en España.
Uno de los temas tratados, que causaba preocupación a la masonería era el XXI Congreso Eucarístico que se iba a celebrar en Madrid el año siguiente, en junio de 1911.
El joven rey Alfonso XIII, víctima de un atentado en 1906, perpetrado por el mismo Ferrer y Guardia, quiso solemnizar este Congreso Eucarístico con una clausura cargada de simbolismo: el traslado del Santísimo Sacramento desde los Jerónimos hasta el Palacio Real siguiendo el recorrido de los cortejos reales para exponerlo, no en la capilla, sino en el salón del trono. Una vez allí Alfonso XIII, con toda su familia, hizo la primera consagración de España al Sagrado Corazón. Pocos días más tarde ratificaba esta consagración en la cripta de la catedral de la Almudena, igualmente con asistencia de su familia.
Tras este Congreso Eucarístico, el obispo de Madrid-Alcalá, D. José María Salvador, impulsó la vieja idea de construir el Monumento Nacional, prácticamente en el centro geográfico de España, en el Cerro de los Ángeles. El 30 de mayo de 1919, terminada su construcción, se inauguraba el mismo, en presencia de toda la familia real y todo el gobierno, presidido por D. Antonio Maura y una multitud considerable. Allí el rey volvió a consagrar España al Sagrado Corazón con una fórmula redactada por el mismo Jefe de Gobierno, Antonio Maura y revisada por el jesuita P. Rubio, hoy ya canonizado. La leyó el mismo rey Alfonso XIII: «Corazón de Jesús Sacramentado, Corazón de Dios Hombre, Redentor del mundo, Rey de Reyes, Señor de los que dominan,..»
Las reacciones que se produjeron entre los miembros de la masonería y también entre los socialistas y republicanos fueron de una violenta reacción contra el monarca por esta consagración que consideraban una aberración, y lamentaban que «la locura ha hecho presa en nuestros gobernantes», pues veían en ello un trascendente «símbolo religioso».
Alfonso XIII no se arredró y un año más tarde, aunque en un acto de menor relieve, volvió a consagrar el reino, esta vez al Ángel custodio de España, en la iglesia de San José, de la capital de España. La imagen sostiene un escudo con las armas de todas las comunidades españolas y las tres flores de lis de las armas del rey.
Una semana después de la consagración al Sagrado Corazón, Alfonso XIII recibió en audiencia al padre Mateo Crawley-Boevey, religioso de los Sagrados Corazones, cuyo principal apostolado era la consagración de las familias al Sagrado Corazón y la entronización de su imagen en los hogares. Dicho religioso fue quien dio a conocer las insólitas advertencias y proposiciones masónicas al rey.
Alfonso XIII le confesó el gran gusto que tuvo en hacer el acto de consagración como rey de un país católico y más teniendo en cuenta que el «enemigo está en la ciudadela», y le dijo que en este mismo salón «me vi obligado a recibir» una delegación de la masonería internacional, que me dijeron que me garantizaban la paz en España y la conservación de la corona a cambio de aceptar el cumplimiento de cuatro propuestas concretas:
1.- Su adhesión a la masonería.
2.- Decretar a España estado laico.
3.- Promulgar el divorcio para la reforma de la familia.
4.- La instrucción pública y laica.
La delegación, presidida por el Gran Comendador del Gran Oriente, Luis Simarro, uno de los que, en 1906, prepararon el atentado contra el mismo rey, llevaba ya un documento redactado para la firma del monarca.
La contestación del rey, según el padre Crawley, fue clara y tajante: «Esto, ¡jamás! No lo puedo hacer como creyente. Personalmente soy católico, apostólico y romano.» La contestación del portavoz de la masonería fue una profecía que cumplió doce años más tarde: “Lo sentimos, pues Vuestra Majestad acaba de firmar su abdicación como rey de España y su destierro».
El papa Pío XI, años más tarde recibió al rey exiliado, con gran veneración y agradecimiento, pues no sólo había sido un fiel católico sino que como rey y ante los fuertes ataques de la masonería «se había jugado la cara» por la Iglesia, había defendido veinticinco años la patria y la había consagrado al Sagrado Corazón a pesar de todas las amenazas del anticlericalismo y de la masonería.
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