Martes 26 de julio de 2016, el P. Jacques Hamel, como cada mañana, empieza el día invocando la protección del arcángel San Miguel contra todo mal. Tiene 85 años, es desde hace diez años, coadjutor en la parroquia de Saint-Étienne, en la periferia de Rouen, en Normandía. A la edad de 75 años, ha escogido no retirarse. Quiere continuar sirviendo a la Iglesia y a la parroquia. Es lo que está haciendo el verano de 2016: para permitir al párroco, el redentorista Auguste Moanda Phuatti, regresar a su Congo natal durante las vacaciones, él se queda en Saint-Étienne el mes de julio.
Esa mañana asisten a misa un número reducido de personas. Normalmente, los martes suelen ser unos diez, pero hoy solamente están las Hermanas de la Caridad, sor Danièle Delafosse, sor Hélène Decaux y sor Huguette Péron que no fallan nunca a la cita y el matrimonio Coponet, Janine y Guy. Precisamente hoy es el cumpleaños de Guy que cumple 87 años.
A las 9 en punto, el padre Jacques empieza la misa: hoy la Iglesia celebra la fiesta de san Joaquín y santa Ana, padres de la Virgen María.
En el evangelio del día (Mt 13, 36-43), Jesús explica la parábola de la cizaña y habla del fin del mundo y de la obra de Satanás.
Durante el prefacio, se oye un ruido que proviene de la puerta de la sacristía. Un joven entra con prudencia. El padre Hamel, al verlo entrar, le hace una señal a sor Huguette para que lo atienda:
«Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?»
«Quisiera saber cuándo está abierta la iglesia y alguna cosa más…» dice el joven.
«Pues vuelva en diez minutos, la misa habrá acabado y le podremos responder a todo».
El joven se va enseguida.
Después del padrenuestro, como siempre, el padre Jacques guarda un largo silencio, su oración se hace más intensa. Los fieles comulgan bajo las dos especies, como le gusta al padre Jacques.
La misa llega a su fin. «Podéis ir en paz» dice el padre Hamel y añade, como de costumbre: «¡Que tengáis buen día!»
Es entonces cuando todo da un vuelco.
Dos hombres entran con estruendo por la puerta de la sacristía. Unos de ellos es el joven que había entrado durante la misa. Ahora va vestido de negro. Su compañero, con barba, lleva una gorra negra. «Lo entendimos enseguida –cuentan las religiosas–. Tenían el mismo estilo que los terroristas que salen en la tele». Los jóvenes empiezan a gritar en árabe, entre los gritos reconocen el «¡Allahu akbar!». A continuación, en francés, gritan que los cristianos son enemigos de los musulmanes, puesto que no apoyan la lucha islámica. Con un gesto violento, vuelcan todo lo que está sobre el altar. Le dan a Guy su cámara y le ordenan que filme lo que va a suceder. Empiezan una especie de «prédica» delante del altar.
Se oye la voz nerviosa del padre Jacques: «Pero ¿qué hacéis? ¡Calmaos!». Entonces uno de los jóvenes toma al padre Jacques de las manos y le ordena que se ponga de rodillas. Él intenta resistir y, cuando intenta protegerse, recibe el primer cuchillazo. Grita «¡Vete Satanás, vete Satanás!». Son las palabras del Evangelio y de su oración matinal que le vienen a la mente… En este momento, vio al Diablo en persona ante él. Según los testigos, el padre Hamel no quiso condenar a un hombre sino al Diablo que actuaba en él.
Un segundo cuchillazo en la garganta acaba con la vida terrenal del sacerdote.
Con gran estruendo, tiran el candelabro con las velas. «No tocaron ni el sagrario ni la estatua de la Virgen» recuerda sor Huguette. Mientras, Guy es obligado a seguir grabando. «Vi claramente, en la pantalla de la cámara, la mancha roja en el alba blanca del padre Jacques» dice sor Huguette, que está convencida de que van a morir todos. Entonces, con palabras sencillas, confía su vida: «Señor, te ofrezco mi vida» y repite su fe en Dios Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Los terroristas deciden satisfacer su sed de sangre ensañándose con Guy que recibe también cuchillazo en el brazo, la espalda y la garganta. Todos creen que está muerto. Pero Guy no está muerto… Se hace pasar por muerto.
Entonces se entabla una conversación pseudo-religiosa entre sor Hélène y el joven asesino ante los dos cuerpos que yacen en el suelo.
– «¿Le da miedo la muerte?, pregunta desafiante el joven
– «No»
– «¿Por qué no?», se sorprende
– «Porque creo en Dios y sé que seré feliz.»
La respuesta parece satisfacer al joven y su actitud se suaviza… «Yo mismo, no he sido siempre musulmán. Pero Jesús es un hombre. No puede ser Dios» e insiste en este concepto varias veces.
Mientras, Guy que sigue fingiendo estar muerto, mantiene la lucidez: «Por supuesto que pensé que mi hora había llegado. Cuando estaba tumbado en el suelo, recé intensamente». Guy piensa en el hermano Carlos de Foucault, asesinado también por una mano musulmana en el desierto. «En mi fuero interno, recité la oración que tantas veces me había acompañado en mi vida espiritual y que, gracias a Dios, sabía de memoria»:
Padre mío,
me abandono a ti.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.
Con tal de que tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre.
También reza varias veces el avemaría centrándose en la última frase: «Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte» y, convencido que iba a morir, se abandona totalmente en los brazos del Padre con gran paz.
Fuera, los ruidos alrededor de la iglesia delatan que la policía está fuera. Los rostros de los yihadistas se suavizan, y hasta sonríen. A continuación, como en trance, los dos jóvenes entonan versos coránicos. Sor Huguette, cuenta «su rostro cambió de expresión. Sentí como, si en ese canto, expresara su deseo de paraíso. Fue breve, un par de minutos. Era tan suave que transmitía su alegría de ir al paraíso».
A las 10h30, los dos jóvenes se deciden y toman a Jeanine y a sor Hélène por los hombros y las obligan a dirigirse hacia la salida. Aunque parece que quieren utilizarlas como escudos humanos, en cuanto llegan a la puerta, las apartan y salen ellos dos al grito de Allahu Akbar.
Las fuerzas de seguridad no hacen preguntas, son abatidos de inmediato.
Al cabo de una hora, le comunican a Janine que su marido sigue vivo. Con gran emoción exclama: «¡Podremos celebrar nuestro 65º aniversario de boda!»
Sin embargo, para el padre Jacques, el milagro no se ha realizado. Al igual que su Señor, del que acababa de celebrar el don de sí y su Resurrección, y como lo había hecho a lo largo de toda su vida de sacerdote, ha entregado su vida. Jacques Hamel, en su alba manchada de sangre, murió al instante, primer sacerdote asesinado por un yihadista en suelo europeo en este s. xxi.