Es una cuestión recurrente: cada cierto tiempo nos vemos sacudidos por alguna emergencia humanitaria, una hambruna, una crisis… entonces los gobiernos occidentales envían innumerables recursos para hacer frente a la catástrofe, aun a sabiendas de que una gran parte de esos recursos van a parar a manos de gobernantes corruptos y, en muchas ocasiones, a regímenes tiránicos que no dudan en explotar e incluso asesinar a una parte de su población. Y así hasta la siguiente ocasión, que por desgracia no suele hacerse esperar mucho.
Esta vez la crisis se centra en el África subsahariana. El pasado 24 de febrero Sudán del Sur declaró el estado de emergencia, siendo seguido a los pocos días por Nigeria, Somalia y Yemen. Más de 20 millones de personas afectadas y 1,4 millones de niños cuya vida está en riesgo. La ONU ha declarado que «estamos viviendo la mayor crisis humanitaria desde la existencia de Naciones Unidas» y que «sin un esfuerzo global colectivo y coordinado morirá mucha gente de hambre y de otras enfermedades vinculadas». A continuación pide que los países desarrollados destinen 4.400 millones de dólares a paliar los efectos de esta gran crisis. Poniéndose la venda antes que la herida, el director del Comité de emergencias de la ONU ha advertido que no importa si una parte importante de este dinero irá a parar a gobernantes corruptos o incluso a grupos armados. Pero lo cierto es que hemos asistido a numerosas crisis como ésta y que se han hecho recurrentes precisamente porque hay agentes interesados en que todo siga así, hasta el punto que podemos afirmar que estas crisis no son catástrofes naturales, sino que son provocadas por los hombres.
La carestía en Sudán del Sur, que afecta a casi 5 millones de personas, el 40% de la población, ha sido provocada por el conflicto étnico desencadenado entre los dinka y los nuer, que ya ha provocado miles de muertos y más de un millón de desplazados. En este caso, incluso la ONU reconoce que las diferentes facciones utilizan el hambre, provocada, como un arma de guerra.
También en Yemen, Nigeria y Somalia la responsabilidad de la carestía es del hombre. Yemen lleva en guerra dos años en un conflicto que enfrenta al gobierno suni, que cuenta con el apoyo de Arabia Saudí, y los chiíes houthis. En Nigeria la carestía se ceba principalmente en el norte, la región infestada desde hace años de yihadistas de Boko Haram. La enorme corrupción del país no se ha detenido ante esta emergencia y ha sido denunciado en diversas ocasiones el robo de ingentes cantidades de ayuda internacional que nunca llegan a su destino. En Somalia, un país devastado por los señores de la guerra, golpeado por el yihadismo de Al Shabaab y con unos dirigentes irresponsables, divididos en clanes enfrentados, la asistencia a la población es una tarea delegada sistemáticamente en las agencias internacionales, ocupados como están los distintos grupos somalíes en matarse y crear las condiciones para que miles de sus compatriotas mueran de hambre, como fue el caso en 2011, cuando 260.000 personas perecieron en la hambruna sufrida.
Lo cierto es que 70 años después de la creación de Naciones Unidas, tras más de medio siglo de cooperación internacional al desarrollo, después de varios «plan Marshall» para África y de los «Objetivos del milenio» contra la pobreza y el hambre, un proyecto multimillonario con más de quince años de recorrido, la recurrencia de estas crisis, cuya gravedad no sólo no disminuye sino que aumenta, pone en evidencia el fracaso del modelo de desarrollo promovido en África.
La colonización no estuvo libre de tremendos errores e injusticias, pero la descolonización que ha entregado estos países a unos tiranos de una corrupción tal que resulta difícil de imaginar ha sido en muchas ocasiones peor. El hambre y la pobreza no se resuelven transfiriendo millones y millones a estos países, unos recursos que consolidan a los clanes tiránicos que gobiernan en esas naciones, ni tampoco alimentando un victimismo anticolonialista en el que se afirma, contra toda evidencia, que Occidente es siempre el culpable. No lo es, los culpables de tantas muertes y de tanto dolor son los corruptos gobernantes de estos países y mientras sigan en el poder todo seguirá igual. Llámenlo neocolonialismo si les apetece, pero esta es la verdad que todos ven y nadie osa decir.