San Juan Pablo II, en la carta apostólica Tertio millennio adveniente como preparación del Jubileo del año 2000, afirmaba: «La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires. (…). Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires. (…) Es un testimonio que no hay que olvidar».
Por eso, si en el pasado número de la revista nos hacíamos eco en estas páginas de la beatificación de los cuatro mártires de Nembra (Asturias), este mes la Iglesia nos vuelve a proponer el testimonio de 4 monjes benedictinos martirizados en Madrid durante los primeros meses del año 1936 y de 38 mártires asesinados en Albania por su fidelidad a Dios durante el régimen comunista entre los años 1945 y 1974.
Los mártires benedictinos José Antón Gómez (1891-1936), Antolín Pablos Villanueva (1871-1936), Juan Rafael Mariano Alcocer Martínez (1889-1936) y Luis Vidaurrázaga Gonzáles (1901-1936), beatificados el pasado 29 de octubre en la catedral de la Almudena (Madrid) por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos. Los nuevos beatos, recordó monseñor Amato, «fueron fusilados en su patria a sangre fría, no por ser malhechores, sino por ser sacerdotes. ¿Cómo fue posible que hombres mansos e inocentes hayan sido brutalmente maltratados y asesinados? El clima sociopolítico de los años 30 se caracterizó por una manifestación de terror con la Iglesia, una persecución cruenta. Explotó el odio contra sacerdotes, religiosos y laicos. En aquel período hubo tinieblas sobre la tierra. El enemigo de Dios logró por breve tiempo bañar de sangre inocente esta tierra bendita. ¿Por qué la Iglesia reabre esta página de la historia? Porque quiere conservar la memoria de los justos, no de la injusticia que sufrieron; la memoria de una inmensa cantidad de fieles españoles que han sacrificado su vida para impedir la descristianización de España».
Pocos días después, el 5 de noviembre, el cardenal Amato beatificaba en la catedral de San Esteban de Shkodra (Albania) ante más de diez mil peregrinos a dos arzobispos, veintiún sacerdotes, siete franciscanos, tres jesuitas, cuatro laicos y un seminarista, pequeña muestra de los más de cien sacerdotes católicos que fueron ejecutados o murieron tras ser torturados en las cárceles comunistas hasta 1991 acusados de ser «espías» del Vaticano. En 1946 el dictador Enver Hoxha estableció un gobierno estalinista, desatando la persecución religiosa en el país, persecución que fue en aumento especialmente a partir de 1967 en que, iniciada la «Revolución cultural china», abolió todas las prácticas religiosas, destruyendo o modificando el uso de iglesias y mezquitas. Dicha abolición fue sancionada por la Constitución de 1976, que declaró a Albania el primer país ateo del mundo, hasta que la caída de la dictadura comunista en 1991 permitió de nuevo la práctica religiosa en un país mayoritariamente musulmán en la actualidad. Se trata de «una página trágica de la historia europea» en la que los católicos albaneses ofrecieron un testimonio heroico en la confesión de su fe, alentados por el ejemplo de los mártires, muchos de los cuales murieron gritando «¡Viva Cristo Rey!, ¡viva Albania!, y ¡viva el Papa!», y de sus pastores, firmes en su negativa de separar la Iglesia en Albania de la Santa Sede de Roma, como les conminaba el tirano Enver Hoxha. «Cuando faltaban los sacerdotes –recordó el cardenal Amato– eran los padres los que bautizaban a los hijos, los instruían en la fe, bendecían los matrimonios. También la oración y el rezo del rosario se intensificaron. Se visitaban los museos sólo para contemplar el crucifijo y las imágenes sagradas; los niños se llamaban en la escuela por el nombre secular y en casa por el de bautismo». Su memoria «sirve para reforzar la invitación de Jesús a perdonar a los enemigos, a amarlos y a orar por los perseguidores».