En este Año de la Misericordia que hemos querido dedicarlo íntegramente a glosar temas relacionado con la misericordia era obligado dedicar un número a aquellas obras de misericordia relacionadas con la pobreza. Cuando se hizo la programación anual de los temas para cada número del presente año no podíamos saber la providencial coincidencia de fechas entre este número dedicado a la pobreza con la canonización de la Madre Teresa que ha dado el mayor testimonio de misericordia atendiendo a los más pobres de entre los pobres en pleno siglo XX.
Su vida es una muestra de lo que Iglesia hace, de cómo lo hace y de por qué lo hace al preocuparse de los más necesitados. Ante difamaciones que, a pesar de todo, no son nunca completamente olvidadas al presentar a la Iglesia como unida a «los ricos» o como mínimo despreocupada por los pobres, las religiosas fundadas por la Madre Teresa, como muchas otras congregaciones religiosas masculinas y femeninas que les han precedido o que siguen presentes actualmente en muchos lugares, dan un testimonio irrefutable con su labor apostólica, que es fruto de una caridad que les urge en favor de los mas necesitados. Pero hay otros aspectos que también queremos destacar relacionados con su apostolado. ¿Quienes son los más pobres en nuestra sociedad? No sólo atienden a los que carecen de lo más necesario para solventar sus necesidades de orden material sino también a todos aquellos que –como dice el papa Francisco– son «descartados» en nuestra sociedad (los que pertenecen al tan trágicamente crecido número de los no nacidos), de los que no han sido capaces de acoger a los que van a nacer, de los enfermos, de los ancianos, de los que padecen soledad y de todos aquellos que carecen de las cualidades que el mundo considera constitutivas del éxito social. En esta línea de precisar la verdadera acción cristiana a favor de los pobres es importante recalcar lo que ha dicho el Cardenal Sarah refiriéndose a la labor realizada en el Consejo del Cor Unum: «Como Presidente del Pontificio Consejo Cor Unum consagré mis días a luchar contra la miseria, especialmente en los frentes más doloridos de la humanidad. Se trataba de un combate exigente por hacer llegar los primeros auxilios a quienes ya no tienen nada, ni comida, ni ropa, ni medicinas. En mi oración pienso en la soledad y en quienes no reciben ninguna atención humana».Por ello la presencia de los pobres entre nosotros tiene que ser no sólo motivo de ejercicio de la caridad sino también de recordarnos la necesidad de reconocernos todos pobres ante Dios. Pobreza que solo Él puede remediar porque es fruto de carecer de aquello que sólo Dios nos puede dar: participar de su vida a la que estamos eternamente destinados y que todo hombre en lo más profundo de su corazón ansía incluso cuando no la conoce o la rechaza. Como decía san Agustín: «Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón anda inquieto hasta que no descansa en Ti». «Por el contrario la riqueza –añade el Cardenal Sarah– puede conducir a una gran tristeza y a una auténtica soledad humana».
Napoleón y santa Teresita
Pretender establecer una cierta relación, entre el insigne emperador francés y una religiosa que muere en la flor de la juventud, que los años más importantes de su vida los pasó oculta en los claustros del Carmelo de Lisieux...