La guerra civil en Kosovo se saldó con la victoria de los albanokosovares, apoyados por Estados Unidos y la OTAN, frente a los serbios. De este modo la cuna de la nación serbia quedaba en manos musulmanas.
Tras casi veinte años desde el final de la guerra, Kosovo sigue siendo un territorio en conflicto, mantenido en niveles de baja intensidad solamente por la continuada presencia de las tropas de la KFOR que evitan un nuevo estallido de violencia, esta vez no en lejanos países, sino en la misma Europa.
La discriminación y las explosiones de violencia son constantes sobre la población serbia que no ha podido emigrar y sigue viviendo en Kosovo como minoría perseguida. Si el fin de la guerra coincidió con numerosos actos de pillaje y destrucción de iglesias ortodoxas que recuerdan la presencia serbia en Kosovo, las intimidaciones no han cesado desde entonces. Recientemente, en la ciudad del suroeste de Musutiste, turbas de albanokosovares musulmanes impidieron a los 160 serbios que aún residen allí celebrar la festividad de la Asunción de María, una de las más importantes para los cristianos ortodoxos. Ocurría esto en una ciudad en la que el monasterio de la Santa Trinidad, del siglo xv, y la iglesia de la Virgen Odigitria, de principios del siglo xiv, fueron destruidos durante la guerra, en 1999. La libertad de culto es en Kosovo papel mojado.
La destrucción del patrimonio cristiano no es la consecuencia de erupciones de odio, sino que es fruto de una estrategia de los nacionalistas albanokosovares para borrar toda huella de presencia serbia. A la luz de esta constatación, parece poco probable que el retorno a sus casas de los miles de serbios que huyeron del UCK se pueda hacer una realidad en un futuro cercano, a pesar de todas las promesas que los dirigentes kosovares hacen a la ONU para poder seguir recibiendo ayudas internacionales (ayudas que son vitales para un país sumido en la crisis, con un paro juvenil del 60% y una tasa de desempleo general del 35%).
Pero más preocupante quizás sea la constatación de que Kosovo se está convirtiendo en una base de entrenamiento para los yihadistas en plena Europa. Por un lado, las inversiones saudíes y turcas están transformando el islam local, cada vez más escorado hacia el salafismo; por el otro, la presencia del ISIS es ya una realidad: el New York Times ha publicado evidencias de que durante los dos últimos años han partido al menos 300 yihadistas entrenados en Kosovo hacia Siria e Iraq. Además el peligro de contagio es alto, como lo testifican las tensiones étnicas que están estallando en Macedonia y, en menor medida, en Montenegro.
El experimento que Estados Unidos impulsó hace casi dos décadas se ha revelado como un intento fallido de «nation building» (construcción de naciones) y amenaza con crear una base yihadista en el corazón de Europa.
Vuelvan la mirada a María
«Estoy contento de estar con ustedes aquí, en las cercanías del “Cerro del Tepeyac”, como en los albores de la evangelización de este continente y, por favor, les pido que me consientan que todo cuanto les diga pueda hacerlo...