Siempre es interesante mirar al pasado para comprender el presente. No hay reglas fijas, pero sí se pueden descubrir influencias, constantes que arrojan luz sobre la situación que vivimos. Es lo que señala la historiadora italiana Angela Pellicari a propósito de la decisión del primer ministro italiano, Mateo Renzi, que se declara católico y que ha recibido el apoyo explícito de múltiples hombres de Iglesia, de dinamitar la institución del matrimonio con la aprobación de la ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo, y esto en medio de gigantescas protestas que han llevado a la calle a millones de italianos en un fenómeno sin precedentes.
Pellicari ve un precedente histórico de la actitud de Renzi: la figura del conde de Cavour, el gran hacedor de la unificación italiana bajo la hegemonía de la Casa de Saboya. Cavour también impulsó una ley que iba contra los deseos y creencias de la inmensa mayoría de los italianos: la ley de 29 de mayo de 1855 contra las órdenes mendicantes y contemplativas. Con esta ley se les negaba personalidad jurídica y el Estado liberal les arrebataba todos sus bienes. Era la proclamada política de «una Iglesia libre en un Estado libre» que mostraba así su verdadero rostro.
No fue un trago especialmente agradable. La oposición no sólo de la Iglesia, sino de la práctica totalidad del pueblo, parecía indicar un grave error estratégico. Cavour, hombre poco dado a las cuestiones religiosas, debía involucrarse en una batalla de índole religiosa que duró seis meses de discusiones parlamentarias. La Casa de Saboya, según la profecía de Don Bosco, debe a la aprobación de esta ley su desaparición del elenco de dinastías reinantes. Y a pesar de todo, el conde de Cavour siguió adelante. ¿Por qué?
El motivo de su persistencia fue la necesidad perentoria, vital, de contar con el apoyo de las potencias liberales de la época, principalmente Inglaterra y Francia, para continuar con su proyecto de unificar Italia bajo la égida liberal y anticatólica característica del nacionalismo del Risorgimento. Sólo con el apoyo de estas potencias podía Cavour construir esa Italia que debía pasar por encima del Vaticano, los monarcas católicos italianos y la inmensa mayoría del pueblo italiano. Y esas potencias exigían toda la legislación anticatólica que Cavour impulsó. Hoy el dictado de las potencias no exige leyes anticlericales, sino el fin del matrimonio, y Renzi, sabedor de que si no se pliega a esos deseos le dejarán caer, ha decidido seguir los pasos de Cavour enfrentándose también con millones de italianos. Es muy dudoso que, en un análisis a largo plazo, los Saboya saliesen ganando con su política anticatólica; probablemente no tendremos que esperar tanto para hacer un balance de las políticas de Renzi.
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