El pueblo de Israel había salido de Egipto para ir a la tierra de Canaán, que Yahvé había prometido a sus primeros padres Abraham, Isaac y Jacob y así, después de la entrega de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí continuó su peregrinación por el desierto en dirección a la Tierra Prometida.
La travesía del desierto fue bastante rápida, pues como dice el Deuteronomio tardaron once días en atravesar el desierto de Faras, desde el Horeb, (Dt 1,2.19), con la intención de invadir Canaán desde el sur (Dt 1,20 ss).
El Señor guiaba al pueblo en medio de las dificultades de la travesía y de las guerras que tenían que sufrir al pasar por tierras de diferentes pueblos, pero poco a poco iban acercándose a su destino.
Una de las cosas más comunes en esta travesía era las rebeliones del pueblo contra Yahvé. Cualquier dificultad que encontraban en el camino era suficiente para lamentarse de no estar en Egipto, donde decían ellos que «comían carne hasta hartarse», pero quizás el mayor momento de sedición contra Yahvé fue cuando, estando ya cerca de la tierra prometida, en Cadés, les mandó que enviaran exploradores a dicha tierra.
Cuando llegaron a Cadés, situada a poca distancia de la frontera meridional de Palestina, Yahvé mandó a Moisés que enviara algunas personas a explorar la tierra que les había prometido. Moisés mando a un jefe de cada tribu y tras cuarenta días volvieron con frutos de la tierra que manaba leche y miel, uvas, higos y granadas. Los exploradores hicieron relación a toda la asamblea del pueblo de lo extraordinariamente fértil que era aquella tierra y de lo fuertes que eran los habitantes de los pueblos que en ella habitaban, los amalecitas, los geteos, los jebuseos, los amorreos y los cananeos. A pesar de la insistencia de Caleb, de la tribu de Judá, que animaba a todo el pueblo a subir y conquistarla, los otros exploradores tuvieron miedo e insistían en lo peligroso que era luchar contra aquellos pueblos.
El pueblo cogió mucho miedo y dejando de confiar en Yahvé que les guiaba en su camino hacia la tierra prometida, se rebelaron contra Él y contra Moisés y se decían unos a otros: Elijamos un jefe y volvámonos a Egipto, (Nm 14,4). A pesar de la insistencia de Moisés, Josué y Caleb, de que Yahvé les guiaba y que con Él eran capaces de vencer a todos los pueblos, la asamblea de Israel no quiso escucharlos, intentó lapidarlos, e insistieron en su decisión de volver hacia atrás.
¡Una tierra que Yahvé había prometido a Abraham hacía más de cuatrocientos años, que manaba leche y miel, que Isaac, Jacob y sus sucesores habían deseado durante todo este tiempo, y cuando llega el momento de entrar en ella, la asamblea del pueblo y todo él, desconfía del Señor y se niega a entrar en la tierra prometida y pretende buscar otro jefe sustituyendo a Moisés para que les vuelva a Egipto!
Pero la gloria de Yahvé se mostró en el tabernáculo de la reunión y evitó la lapidación. Y Yahvé se lamentó otra vez de que a pesar de todo lo que había hecho por aquel pueblo no confiaban en Él: ¿Hasta cuándo me ha de ultrajar este pueblo? Voy a herirle de mortandad y hacer de ti una gran nación. Moisés volvió a pedir a Yahvé misericordia para aquel pueblo, como lo has perdonado desde Egipto hasta aquí. (Nm 14,14-20). Ante la nueva demanda de Moisés, Yahvé perdonó a su pueblo por décima vez, pero ante la negativa de entrar en la tierra prometida, Yahvé les hizo volver y vagar por el desierto durante cuarenta años hasta que toda la generación que había salido de Egipto murió. Pero la misericordia del Señor en ningún momento abandonó a su pueblo sino que le protegió durante todo este tiempo venciendo en todas sus luchas contra los pueblos vecinos que les atacaban.
Tras estos cuarenta años, al mando de Josué, junto con Caleb, únicos supervivientes, el pueblo de Israel entró en la tierra prometida y, con la ayuda de Yahvé conquistaron todas las tierras, empezando por Jericó.
Toda la vida del pueblo de Israel, desde su fundación, había sido una pura misericordia de Yahvé y finalmente llegaron a la tierra que tanto habían esperado Abraham y su descendencia.
Una vez entrado el pueblo de Israel en Palestina fueron conquistando las tierras con la ayuda de Yahvé y distribuyéndolas entre las tribus. Se puso en práctica la legislación dada por Yahvé en el monte Sinaí y se fue completando por medio de Josué.
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