Apariciones de Pellevoisin
La Santísima Virgen se apareció quince veces, en 1876, en la pequeña ciudad de Pellevoisin, diócesis de Bourges, en la región de Berry, en el corazón de Francia. La vidente, Estelle Faguette, era una joven francesa de 32 años que padecía tuberculosis en ambos pulmones y en todo su sistema óseo. Sin embargo, a pesar de sufrir de una peritonitis crónica, ella se resistía a aceptar que iba a morir, dejando así a sus padres y a su sobrina desprotegidos.
Estelle nació en 1843, de padres muy pobres. Siempre enfermiza, llevaba una vida simple, de empleada doméstica. Aconsejada por su confesor, pasó algún tiempo entre las monjas agustinas, sirviendo como enfermera en el Hôtel-Dieu, gran hospital de la capital. Sin embargo, su salud cada vez más débil la llevó a interrumpir el noviciado en 1863.
Siempre muy piadosa, una religiosa la presentó a la familia de La Rochefoucauld, que la empleó en el castillo de Poitiers-Montbel, a tres kilómetros de Pellevoisin. Para alivio de sus padres, ella empezó a recibir un salario, vital para el sustento de la familia.
Tras diez años trabajando para la familia Rochefoucauld, la enfermedad se agravó en junio de 1875. De acuerdo con las declaraciones de sus médicos, Estelle sufría de tuberculosis, peritonitis aguda y de un tumor abdominal. El 10 de febrero de 1876, su muerte estaba próxima: apenas le quedaban algunas horas más de vida, conforme afirmó uno de los doctores.
Ocurrió entonces la primera de las quince apariciones de Nuestra Señora, en la noche del 14 de febrero. Desahuciada por el médico, Estelle esperaba resignadamente la muerte. Entre oraciones y recuerdos de su vida pasada, renovaba a cada instante el ofrecimiento a Dios de su último sacrificio.
Estando en su lecho de muerte, se le apareció el demonio y trataba de atemorizarla. No obstante, en ese instante de confusión y terror, apareció la Virgen María, que miró al demonio y le dijo: «¿Qué haces tú allí? ¿No ves que ella lleva mi medalla y la de mi Hijo?». El demonio huyó.
Nuestra Señora le dijo a Estelle que su Hijo iba a tener piedad de ella, pues le había agradado su ofrecimiento en los últimos instantes de su vida. Por ello, sufriría cinco días en honor a las cinco llagas de Cristo, y sanaría. Además, la Virgen hizo prometer a su hija que si vivía debería dedicarse a proclamar la gloria del Sagrado Corazón de María.
La noche siguiente, del 15 de febrero, Nuestra Señora se apareció, y estableció un diálogo con la vidente. Esta vez, Estelle pidió a la Virgen que se la llevara al Cielo porque ya estaba preparada para morir. Sin embargo, María la reprendió diciéndole que si su Hijo le devolvía la vida era porque la necesitaba. Además, le aseguró que tendría una vida de penas y sufrimientos, pero Dios se serviría de ellos para llevarla al Cielo.
En ese instante, Estelle vio, una a una, sus faltas pasadas. Faltas que ella consideraba sin importancia. La Santísima Virgen desapareció dejándola sumida en una profunda contrición, pues comprendió que hasta los pecados veniales son severamente detestados por la Virgen María.
En la tercera aparición, la noche siguiente, la vidente seguía teniendo el recuerdo muy vivo de los pecados vistos la noche anterior. Estelle se sentía avergonzada delante de la Inmaculada, que sin embargo la tranquilizó. María le mostró sus actos de virtud y le habló de los grandes deseos que le venían al corazón. Y añadió: «Yo soy toda misericordiosa, todo lo obtengo de mi Hijo. Tus buenas acciones y fervorosas oraciones tocaron mi Corazón maternal. Especialmente tus palabras en la carta que me escribiste en septiembre. Enseñé a mi Hijo tu carta y hallaste misericordia ante Él. De ahora en adelante, trata de ser fiel. No pierdas las gracias que te han sido dadas y proclama mi gloria».
El viernes 18 de febrero, el estado de salud de Estelle se había agravado mucho. Los médicos y familiares daban por hecho que era la última noche de la vidente. Sin embargo, al día siguiente, Estelle seguía viva, y después de recibir la comunión, se levantó y se vistió sola, radiante de salud. Toda la ciudad de Pellevoisin fue a verla. Los médicos que la juzgaron condenada certificaron su total y completa curación.
Aquella noche, la Santísima Virgen se le había aparecido una vez más. La vidente relata que detrás de María había una placa de mármol con una inscripción: «Invoqué a María en el auge de mi miseria, y ella obtuvo de su Hijo mi curación completa».
La Santísima Virgen hizo saber a Estelle que lo que más le afligía era la falta de respeto por su Hijo en la Sagrada Comunión y la actitud que muchos tienen durante la oración, cuando tienen la mente ocupada en otras cosas.
Llamada a la conversión
Una vez curada, Estelle se lanzó al trabajo por la gloria de María, tal como ella lo había pedido. Afligiéndose con sus imperfecciones en la ejecución de ese santo trabajo, la Virgen se le apareció una sexta vez, durante el rezo del rosario: «Calma, hija mía, paciencia. Tendrás sufrimientos, pero yo estaré siempre aquí».
En la fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen, Nuestra Señora apareció por séptima vez. Estas fueron las palabras de la Virgen: «Has proclamado mi gloria. Continúa. Mi Hijo tiene también otras almas predilectas. Su Corazón tiene tanto amor por el mío que nada me rehúsa. Por mi intermedio, Él tocará los corazones más endurecidos. Vine especialmente para la conversión de los pecadores».
La paz del alma
En la novena aparición, María instó a Estelle a que guardara la paz y la calma en su alma. Además, la Madre de Dios le mostró el escapulario del Sagrado Corazón de Jesús, sacándolo de su pecho: «Tengo predilección por esta devoción. Aquí seré honrada».
El viernes 15 de setiembre, Nuestra Señora se apareció con las manos juntas, en oración. «Sé que hiciste un gran esfuerzo para mantenerte calma. No es solamente para ti que lo pido, sino también para la Iglesia y para Francia. La Iglesia no goza de esa paz que yo deseo». Después de un profundo suspiro, añadió: «Que todos recen y tengan confianza en mí. ¡Francia, qué no hice por ella! ¡Cuántas advertencias! Y aún así, ella se rehúsa a escuchar. No puedo contener más a mi Hijo». Y terminó acentuando especialmente estas palabras: «Francia sufrirá».
Futuros sufrimientos
En las siguientes apariciones, la Madre de Dios mostró a Estelle el sufrimiento por el que pasaría Francia. La Virgen predijo que dos grandes guerras iban a llegar a Francia causando muchas muertes y sufrimiento.
En la décimocuarta aparición, Nuestra Señora le habló mientras ella rezaba su rosario. La Madre de Dios le dijo: «No perdiste tu tiempo hoy; trabajaste para mí». Estelle había bordado un escapulario, y la Virgen añadió: «Hay que hacer muchos más».
Difusión del escapulario
La fiesta de la Inmaculada Concepción fue escogida para su décimo quinta y última aparición. Las palabras de María en esta aparición fueron las siguientes: «yo soy absolutamente misericordiosa y la servidora de mi Hijo. Su Corazón tiene mucho amor por el mío… y Él va a tocar los corazones más duros a través de mí. He venido especialmente a salvar a los pecadores. Los cuartos donde están los tesoros de mi Hijo han estado mucho tiempo abiertos. Si sólo pudieran orar… Amo la devoción al escapulario. Llamo a todos al descanso y la paz, especialmente la Iglesia y Francia».
La Santísima Virgen añadió que ésta sería su última aparición a Estelle. Sin embargo, le prometió que estaría invisiblemente a su lado. La Madre de Dios ordenó a la vidente que besara su escapulario. Habiendo hecho lo que la Virgen le dijo, Estelle exclamó: «besé verdaderamente un corazón de carne, sentí el calor y las pulsaciones».
María Santísima le dijo entonces que presentara al obispo aquel modelo de escapulario, y expresó el deseo de que todos lo lleven, a fin de reparar los ultrajes sufridos por el Santísimo Sacramento. En señal de las gracias dadas a los que lo llevan, la Virgen María hizo caer de sus manos una lluvia abundante: «Esas gracias son de mi Hijo. Yo las tomo de su Corazón. Él no me lo puede rechazar». Y alejándose, añadió: «Ánimo. No temas, yo te ayudaré».
Reconocimiento de la Iglesia
Aún en 1876, con licencia eclesiástica, el cuarto de las apariciones fue transformado en oratorio, y poco después en capilla. Al año siguiente fue erigida la cofradía de la Madre de Todas las Misericordias, elevada a la dignidad de archicofradía en 1894, por León XIII. El mismo Papa ofreció un cirio para esa capilla, concediendo indulgencias a los peregrinos.
En 1922, Pío XI concedió a los párrocos de Pellevoisin el poder de imponer el escapulario del Sagrado Corazón de Jesús (novena aparición), así como el de conceder indulgencias.
El actual Arzobispo de Bourges ha confiado a los Padres de La Comunidad religiosa de San Juan, la dirección espiritual del santuario de Pellovoisin, como lugar desde el que se difunda un mensaje de la misericordia de Dios para el Hombre de Hoy, así como la dirección de un centro de peregrinos, a los que los atienden con gran celo pastoral.