Infancia piadosa
Margarita de Cortona nació el año 1247 en Laviano, en el seno de un matrimonio católico labriego. Su madre fue la educadora de la niña en el amor a la familia y en la piedad, enseñándola a rezar y a vivir en gracia de Dios. Una de las oraciones que le enseñó su madre y que ella no olvidaría jamás rezaba: «Señor, te ruego por la salvación de todos aquellos por los que tú quieres que yo te ruegue». Cuando Margarita cumplió los siete años, sucedió algo que cambiaría su suerte. Su madre murió y su padre se volvió a casar con una mujer dominante y agresiva, que no ejerció de madre con Margarita sino más bien de madrastra hostil y envidiosa. A partir de ese momento, la vida para Margarita se hizo muy difícil, pues su padre, Tancredo de Bartolomei, se dedicaba por entero al trabajo en el campo y ella se encontró sin alegría, sin confianza y sin afecto. Así pues, estando Margarita con semejante falta de afecto, se dedicó a buscar el cariño fuera del hogar.
Vanidad de vanidades
Margarita era una joven muy bella, alta y de rostro agraciado, de manera que llamaba la atención de los jóvenes de los pueblos cercanos. Por esta razón, poco a poco, fue desarrollándose en ella el deseo de libertad y de vanidad. Un día, un joven noble y rico se enamoró de Margarita, que por entonces tenía quince años. El joven se llamaba, probablemente, Arsenio y tenía un palacio en Montepulciano y otro en el campo, en Valiano. Arsenio se propuso conquistar a la joven por todos los medios posibles. Primero, los halagos, luego, las promesas y regalos y, finalmente, el dinero, que fue lo que realmente excitó la vanidad de la joven haciendo que cediese y se fuese con él a su casa, con la promesa –jamás cumplida– de que se casaría con ella. Así fue cómo Margarita, a los dieciséis años, cansada de su madrastra y movida por la búsqueda de afecto y amor, se escapó secretamente una noche, a través del río, con Arsenio. Éste remó ansiosamente para atravesar el ensanchado cauce del Chiana pero, un choque hizo que la barca volcase. Arsenio, a nado, consiguió salvar a Margarita que, nerviosa y empapada, pensó si este primer accidente no sería un aviso de lo alto. Sin embargo, esquivó la luz y se fue con Arsenio a su palacio en Montepulciano. La realidad que le esperaba sería distinta a lo imaginado, la joven había salido del dominio de su madrastra para convertirse en la concubina de un hombre rico, no en su esposa y señora. Margarita vivió con Arsenio durante ocho años y tuvo un hijo con él. Vivían entre lujos, fiestas, placeres y vestidos. Disfrutó despilfarrando y presumiendo con orgullosa vanidad y, además, no ocultó sus relaciones amorosas ilícitas sino que hizo alarde de ellas.
Sin embargo, la joven estaba profundamente inquieta en su interior, no era realmente feliz y añoraba el hogar paterno donde, por lo menos, tenía honor. Margarita sabía que su conciencia no era libre, que era esclava del pecado y que estaba alejada de Dios. Estuvo largo tiempo en el umbral de la lucha entre el deseo de romper con el pecado y la debilidad por sus pasiones. Sin embargo, Margarita llevaba dentro de su corazón la piedad que su madre le infundió en la infancia; por eso, a veces, lloraba a solas su rebajamiento moral y otras, cuando recibía reverencias les decía que no las merecía. Incluso un día, llegó ella misma a predecir su conversión: «No hagáis caso de estas cosas –decía a las amigas envidiosas de su elegancia–, día vendrá en que peregrinaréis para visitar mi sepulcro». A pesar de todo, a veces se retiraba al bosque para orar y también practicaba limosna con los pobres, cosa que muchos pensaban que lo hacía para relajar su conciencia. Margarita pidió a Arsenio arreglar la situación mediante el matrimonio pero, él siempre se negó y deseó vivir más tiempo en aquella libre unión. Ella rogaba a Dios que la ayudase y la sacase de esa situación de pecado.
Tragedia seguida de misericordia y conversión
Durante el año 1273, la pareja residió temporalmente en una casa de campo a las afueras de Montepulciano. Una mañana, el marqués fue a visitar las posesiones, acompañado de su inseparable lebrel. En el bosque de Petrignano unos hombres armados le cosen a puñaladas y esconden su cuerpo ensangrentado bajo unas ramas. Al segundo día, Margarita advierte la vuelta del perro que emite aullidos lastimeros y tira insistente de la falda de su ama como diciendo: «Sígueme». Ella le sigue con dolorosos presentimientos. En el bosque, debajo de un roble, frente al cual se detiene el perro, hay un montón de ramas. Margarita las separa y, en estado de putrefacción y con horrorosas heridas, reconoce el cadáver. Aquel acontecimiento le sacudió de tal manera que provocó un cambio radical en su vida. Rápidamente sintió la gracia que le inundó. Primero, tuvo una gran pena y dolor. Después, un enorme remordimiento por todos sus pecados y ofensas que le llevó a despreciar toda su vida anterior y a iniciar una vida de austeridad, sin adornos y con humildes vestidos. Incluso trató de desfigurar su belleza natural frotándose el rostro con una piedra. Margarita llegó a decir: «En Montepulciano perdí la honra, la dignidad, la paz; todo, menos la fe». Se sentía muy pecadora y quiso comenzar su conversión precisamente donde había empezado su vida de pecado. Por ello, vendió todas sus joyas y objetos de lujo y volvió a Laviano, a su casa paterna, acompañada de su hijo de siete años. Pero su padre no la acogió sino que, influido por la madrastra, la rechazó. Sin saber qué hacer ni a dónde ir, quedó llorando bajo una higuera donde se vio muy tentada por el demonio que la animaba a seguir con la vida fácil, la vida de pecado. El combate fue violento, pero la gracia sobreabundó y rechazó la tentación. Pidiendo la iluminación de Dios, creyó que éste le decía: «Tu padre terreno te ha abandonado, tu Padre celestial te recibirá. Ve a Cortona y ponte bajo la dirección de los frailes menores».
Margarita había experimentado el fuerte y misericordioso abrazo de Jesús. Lloró amargamente la muerte de Arsenio y el dolor de sus pecados, pero vio en aquel suceso la mano tendida de Dios. En la muerte del amante había comenzado la vida para el Amor.
Franciscanismo y vida nueva
De camino a Cortona, dos nobles damas se acercaron a ella y con palabras caritativas y afectuosas se ofrecieron para ayudarla. Ellas mismas se preocuparían de la educación de su hijo y a ella, la recomendaron al franciscano Giunta Bevegnati, en quién encontraría asistencia espiritual. Él supo guiar su espíritu ardoroso, por la penitencia reparadora y la confianza, hasta llegar a la unión consumada mediante el ingreso en la Tercera Orden de San Francisco, en junio de 1276. El ingreso fue para ella una verdadera transfiguración. Buscaba con ansia el retiro, la oración, el ayuno y las injurias. Rezaba a Jesús: «Servirte siempre y no ofenderte jamás. Luego, llévame donde quieras». La vida de Margarita en Cortona cambió radicalmente. Pensando en el amor que Dios tiene a sus criaturas y sabiéndose ella una privilegiada, quiso responder a ese amor practicando las dos vertientes de la vida cristiana: la contemplación por la manifestación de su amor a Jesucristo en la oración y la vida activa por medio de la acción caritativa, socorriendo a los pobres y en especial, a mujeres embarazadas, de quienes será patrona posteriormente. Llevaba una vida austera y de penitencia, aunque también experimentó favores celestiales como éxtasis, revelaciones o visiones místicas. Ella misma reveló que el Sagrado Corazón de Cristo le dijo: «Quiero que tu conversión sea un ejemplo para muchos pecadores, para que se sientan animados también a dejar la vida de pecado que han llevado, y a emprender desde ahora en adelante una vida llena de buenas obras. Deseo que todos los pecadores de todos los siglos recuerden que estoy dispuesto a recibirlos con los brazos abiertos como el padre recibió al hijo pródigo».
Cuando Margarita se angustiaba pensando en si Jesús le habría perdonado todos sus pecados, oía su voz que le decía: «Porque he muerto en la cruz por salvarte, por eso te perdono todas tus culpas, sin dejar ninguna que no quede perdonada. Glorifícame, y yo te glorificaré. Ámame, y yo te amaré». Ojalá la misericordia que tuvo el Señor con santa Margarita de Cortona sea un ejemplo para todos nosotros, para que también nos sepamos perdonados y acogidos en su Sagrado Corazón, especialmente en este Año de la Misericordia.