La conversión de san Francisco de Asís
Este santo, nacido a finales del siglo xii en Asís en plena Edad Media, es un referente a la hora de seguir con valentía y firmeza el impulso del Espíritu Santo frente a la tiranía del mundo, de la carne, de las seducciones del mal. Su figura es fresca y atrayente. La gracia de la conversión llegó a Francisco a través del prójimo más pobre y necesitado de su tiempo, los leprosos. Francisco se encontró con Dios y experimentó su amor.
Cuatro fueron las experiencias que marcaron su vida: el encuentro consigo mismo en la cárcel, en la enfermedad; el encuentro con los pobres y leprosos, con quienes se identificaba y servía; el encuentro con el Crucificado, a quien escucha y obedece; y el encuentro con la voluntad de Dios en el Evangelio.
El cambio de Francisco
Francisco pasó una juventud olvidado de Dios, metido de lleno en el negocio de su padre, ambicioso de glorias y grandezas. Su temperamento era alegre, abierto, emprendedor, generoso, digno de ser admirado. A pesar de tenerlo todo, la vida no le sonrió. A los 21 años Francisco fue a la cárcel como prisionero, fruto de una batalla perdida cuando se alistó en el ejército. Estuvo allí durante meses cautivo en una mazmorra. Una vez salido de la cárcel se le declara una enfermedad larga de curar en los pulmones. Una vez curado, se vuelve a alistar en el ejército de un conde, soñando en volver como caballero, lleno de honores y glorias. Ya de partida, en la primera noche, tiene un sueño que le afecta profundamente, en el cual escucha que se le dice «Francisco, ¿quién te va a pagar mejor, el amo o el siervo? Pues el amo. Y entonces ¿a quién vas a servir? Vuelve a Asís y ahí se te dirá lo que has de hacer».
Conmovido por este sueño y fruto de sus largos momentos de silencio en la cárcel, Francisco se decide por abandonar la empresa de su padre y sus sueños de grandeza y gloria, tomando una fuerte decisión dentro de su corazón y de su ser. Se produce en él un intento por cambiar de rumbo en la vida. Lleva la certeza interior de aquella voz que le dirá lo que ha de hacer. Como que sin quererlo, esta situación le lleva a orar, para pedir a Dios su intervención. Francisco va cambiando poco a poco, ya no es el mismo, le gusta desaparecer y retirarse en oración, pidiendo luz a Dios. Una oración de Francisco dice «glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón, dame fe recta». Su temperamento no cambia, volviéndose más dadivoso con los pobres, ya que unos años antes se hizo la promesa de nunca más negar la limosna a un pobre que se la pidiera.
Aunque estuviera dispuesto a ayudar a los pobres, Francisco no podía soportar a los leprosos. El mismo santo narra: «Cuando yo andaba en pecado, yo no podía ver un leproso, pero el Señor me llevó donde ellos, usé misericordia con ellos, y sentí una felicidad inmensa, y recalco: el Señor me llevó entre ellos». Tanto es así que cuando se acercaba a un leproso, le abrazaba y le curaba las heridas. El Señor recompensaba este esfuerzo, colmándole de una felicidad inmensa, y acabó haciéndose amigo de ellos, visitando leprosorios en cualquier ciudad en que le tocara pasar. Francisco dice que fruto de su convivencia con los leprosos, y saliendo de los pecados, gozó de una dulzura espiritual en el alma y en el cuerpo.
Comienza su conversión
El encuentro con los leprosos produjo algo especial en él, rompiendo el rechazo a los caídos y a los que sufren, poniéndose a atenderles. Aumenta su sensibilidad ante las necesidades de los hombres. Ve ahí a Cristo. Se da cuenta de que el señorío de Cristo es distinto del señorío feudal mundano.
Un día, tomó una gran cantidad de dinero y se dirigió al hospital de leprosos. Reuniéndolos a todos, dio la limosna a cada uno de ellos al tiempo que les besaba la mano. Así es como se muestra Francisco, rechazando la sociedad urbana de la época, que omitía a una gran cantidad de marginados como enfermos y pobres.
Otro día, pasando cerca de Asís, entró en la capilla de San Damián, y arrodillado ante la imagen de Cristo, suplicó «Señor, ¿qué quieres que haga?», a lo que Él contestó «Francisco, repara mi Iglesia