La ternura del amor de Dios
Dios se ha enamorado de esta miseria, se ha enamorado precisamente de esta pequeñez. Y en este monólogo de Dios con su pueblo se ve este amor, un amor tierno, un amor como el del papá o la mamá, cuando habla con el niño que se despierta de noche asustado por un sueño. Y lo tranquiliza: «Yo te tomo la mano derecha, quédate tranquilo, no temas».
Todos nosotros conocemos las caricias de los papá y de las mamás, cuando los niños están inquietos por el susto: «No temas, yo estoy aquí; yo estoy enamorado de tu pequeñez; me he enamorado de tu pequeñez, de tu nada». E incluso: «No tengas miedo de tus pecados, yo te quiero tanto; yo estoy aquí para perdonarte». Esta es la misericordia de Dios.
Las caricias de Dios
El Señor quiere tomar sobre sí nuestras debilidades, nuestros pecados, nuestros cansancios. Jesús cuántas veces hacía sentir esto y después: «Vengan a mí, todos ustedes que están fatigados, agobiados, y yo les daré descanso. Yo soy el Señor tu Dios, que te tengo por la derecha, no temas pequeño, no temas. Yo te daré fuerza. Dame todo y yo te perdonaré, te daré paz».
Estas son las caricias de Dios, son las caricias de nuestro Padre, cuando se expresa con su misericordia.
Nosotros que estamos tan nerviosos, cuando una cosa no va bien, nos agitamos, estamos impacientes… En cambio Él dice: «Quédate tranquilo, hiciste algo gordo, sí, pero quédate tranquilo; no temas, yo te perdono. Dámela». Esto es lo que significa lo que hemos repetido en el salmo: «El Señor es misericordioso y grande en el amor».
Fe en la paternidad de Dios
Nosotros somos pequeños. Él nos ha dado todo. Nos pide sólo nuestras miserias, nuestras pequeñeces, nuestros pecados, para abrazarnos, para acariciarnos.
Pidamos al Señor que despierte en cada uno de nosotros, y en todo el pueblo, la fe en esta paternidad, en esta misericordia, en su corazón. Y que esta fe en su paternidad y su misericordia nos haga un poco más misericordiosos con los demás.