En España, desde la transición política, el secularismo se ha manifestado como laicismo y relativismo moral. Con ello ya no se trata de expulsar a Dios del Estado; sino expulsarlo de la sociedad, del modo de entenderse el hombre, de la ética y de la vida social. Con este fin se han configurado las nuevas leyes que proclaman nuevos derechos humanos como el aborto, la eutanasia, la anticoncepción, la reproducción asistida; el divorcio exprés, la entronización de la ideología de género en el ámbito educativo y en la sanidad, la demolición del matrimonio con la equiparación al mismo de las uniones de hecho y de las uniones de las personas del mismo sexo; los atentados contra los signos religiosos en los espacios públicos; la pretensión de expulsar de la escuela la enseñanza de la religión, el rechazo de la presencia religiosa en los actos públicos, etc.
Repasando bien todos estos acontecimientos, que de manera vertiginosa se han vivido en estos últimos veinticinco años en España, resulta claro que hemos sufrido un fuerte proceso de ingeniería social que, en connivencia con el Nuevo Orden Mundial, dirigido por oligarquías económicas, han tomado a España como un laboratorio donde experimentar la disolución de la antropología cristiana y, en definitiva, de la civilización cristiana con referencias claras contra la Iglesia católica. Mediante un cambio cultural, promovido desde la enseñanza, con la colaboración de los múltiples medios de comunicación y de la informática, se ha querido también arrancar a Dios del corazón humano, rompiendo todos los vínculos que le unen a la Tradición como solar humano: romper los vínculos con la familia, romper los vínculos con la patria común y romper los vínculos con la religión. Rotos estos vínculos, sólo queda como resultado el individuo a quien el consumismo estimula obsesivamente.
Reig Pla: Porque es eterna su misericordia, Carta pastoral con motivo de los XXV años de la restsauración de la diócesis y el jubileo de la misericordia