Desde el comienzo no le fueron fáciles a nuestra Santa ni la reforma en su propósito de volver a la Regla primitiva del Carmelo; y menos aún que una monja de clausura, viviese fuera de su convento y fuese por los caminos y ciudades de España fundando monasterios de Descalzas e incluso de frailes descalzos. La contienda fue durísima e incluso violenta.
El capítulo 28 del libro de las Fundaciones, el párrafo primero comienza así: «Acabada la fundación de Sevilla, cesaron las fundaciones por más de cuatro años. La causa fue que comenzaron grandes persecuciones muy de golpe a los Descalzos y Descalzas, que aunque ya había habido hartas, no en tanto extremo, que estuvo a punto de acabarse todo».
Seguimos con ella en Sevilla. 1575-1576. El año que aquí ha permanecido no le ha resultado cómodo. Sólo le faltaba topar con la Inquisición. El obispo de Palencia Álvaro de Mendoza amigo y protector en Ávila, se vio obligado a entregar el libro de La Vida a la Inquisición de Valladolid. Extrañaban que una mujer escribiera sobre asuntos tan subidos en doctrina y experiencia y tan novedosos para la vida religiosa. Con el gracejo que le caracteriza le escribe a la Madre María Bautista de Valladolid (Sevilla, 30 de diciembre de 1575. BAC Obras Completas-Epistolario pág. 726. Madrid 1963), como muestra de su estado de ánimo y resumen contundente: «No estamos para coplas».
En el breve fragmento que os he seleccionado podréis comprobar la discreción con que guarda silencio sobre lo más lamentable que le ha ocurrido «los más graves no pongo aquí». Se marcha de Sevilla lamentando la tristeza en que ha dejado a sus hijas después de un año de convivencia y aprendizaje de su camino de perfección. La fundación de Sevilla le ha costado padecer mucho: «ninguna me ha costado tanto como ésta, por ser trabajos, los más, interiores». Sólo un anhelo le consuela: «Plega a la divina Majestad que sea siempre servido en ella, que, con esto, es todo poco, como yo espero que será».
¿Qué le ha hecho sufrir tanto interiormente, a pesar de que ella siempre mostraba una serenidad y paz fuera de lo común? Una novicia que había sido expulsada del monasterio de San José de Sevilla le abre un proceso en la Inquisición. Son acusaciones falsas pero que no dejan de contribuir a su descrédito y a sus grandes sufrimientos interiores, aunque su confianza en el Señor es tan grande que consuela a sus hijas quitando siempre hierro al asunto. Miren cómo se lo cuenta a la Madre María Bautista:
«Ahora se entenderá ser todo desatinos. Y tales eran los que decía por ahí: que atábamos las monjas de pies y manos y las azotábamos; y pluguiera a Dios fuera todo como esto. Sobre este negocio tan grave otras mil cosas, que ya vía yo claro que quería el Señor apretamos para acabarlo todo bien, y ansí lo hizo. Por eso no tengan pena ninguna, antes espero en el Señor nos podremos ir presto pasadas a la casa; porque los franciscos no han venido más, y que vengan tomada la posesión, es todo nada.» (Carta a la Madre María Bautista Priora de Valladolid, fechada en Sevilla el 29 de abril de 1576. BAC Obras completas-Epistolario pág. 733. Madrid 1963).
Las acusaciones son más duras aún. Teresa es acusada de inmoral y deshonesta. ¿Qué más querían oír los que tenían en sus mentes sospechas de contarla entre los alumbrados, «cáncer del misticismo» como ya he citado que con el pretexto de estar en relación directa con Dios eran habituales las más escandalosas inmoralidades? Fue todo desatinos. Quiero terminar, en rotundo contraste, con unas palabras de elogio que cinco años después de la muerte de Teresa escribió Fray Luis de León a la Madre Ana de Jesús quien le había encomendado la primera edición de las obras de la santa y que aparecieron en 1588 incluida la carta a modo de prólogo. Hasta entonces corrieron manuscritas pero no editadas. La carta es un prodigio y en algún otro momento volveré a comentarla. Su juicio contrasta con las miradas mezquinas que le acompañaron en vida e incluso después de su muerte:
«Dejados aparte otros muchos y grandes provechos que hallan los que leen estos libros, dos son a mi parecer los que con más eficacia hacen. Uno, facilitar en el ánimo de los lectores el camino de la virtud; y otro, encenderlos en el amor de ella y de Dios. Porque en lo uno es cosa maravillosa ver cómo ponen a Dios delante de los ojos del alma, y cómo le muestran tan fácil para ser hallado y tan dulce y tan amigable para los que le hallan; y en lo otro, no solamente con todas, mas con cada una de sus palabras pega al alma fuego del cielo que le abrasa y deshace. Y quitándole de los ojos y del sentido todas las dificultades que hay, no para que no las vea sino para que no las estime ni precie, déjanla no solamente desengañada de lo que la falsa imaginación le ofrecía sino descargada de su peso y tibieza, y tan alentada, y (si se puede decir así) tan ansiosa del bien que vuela luego a él con el deseo que hierve. Que el ardor grande que en aquel pecho santo vivía salió como pegado en sus palabras, de manera que levantan llama por dondequiera que pasan». (Obras completas de Fray Luis de León BAC M 1969 pág 1314)
«No fue el Señor servido que siquiera oyese un día misa en la iglesia. Harto se les aguó el contento a las monjas con mi partida, que sintieron mucho, como habíamos estado aquel año juntas y pasado tantos trabajos, que como he dicho los más graves no pongo aquí; que, a lo que me parece, dejada la primera fundación de Ávila que aquí no hay comparación, ninguna me ha costado tanto como ésta, por ser trabajos, los más, interiores. Plega a la divina Majestad que sea siempre servido en ella, que, con esto, es todo poco, como yo espero que será. Que comenzó Su Majestad a traer buenas almas a aquella casa, que las que quedaron de las que llevé conmigo, que fueron cinco, ya os he dicho cuán buenas eran algo de lo que se puede decir, que lo menos es. De la primera que aquí entró quiero tratar, por ser cosa que os dará gusto». (Fundaciones 26.2)