El intento de cientos de miles de personas, que en teoría huyen de la guerra en Siria, de cruzar la frontera y acceder a la Unión Europea, donde solicitan derecho de asilo, ha conmocionado a la opinión pública, en especial después de la muerte de un niño, ahogado, tras naufragar el bote en el que viajaba junto con otros «refugiados». El Papa se ha hecho eco de esta trágica situación y ha pedido que los europeos tengamos una actitud de generosa acogida ante esta excepcional avalancha humana.
Una primera pregunta surge: ¿por qué ahora? Lo cierto es que el éxodo de refugiados sirios lleva ya años despoblando aquel país tras cuatro años de conflicto. Hasta el momento la mayoría de refugiados se habían instalado en Turquía hasta llegar a una cifra de un millón y medio de sirios en aquel país. Tal magnitud se ha traducido en fuertes tensiones con la población local turca, con el consiguiente desgaste para el partido en el gobierno, que no ha podido renovar su mayoría parlamentaria en las elecciones generales del pasado mes de junio. Ante la imposibilidad de formar gobierno estable, el presidente turco Erdogan ha convocado nuevas elecciones para el próximo mes de noviembre, en las que espera mejorar sus resultados gracias al endurecimiento de su postura respecto a los refugiados sirios: su propuesta de trasladarlos a campos de refugiados en el norte de Siria y su política de no frenar a quien quiere abandonar el país son la causa de la huida masiva con destino Europa que estamos viviendo.
En esta avalancha humana, como ocurre en todo fenómeno masivo, hay de todo: verdaderos refugiados sirios, pero también iraquíes, afganos y hasta paquistaníes que quieren aprovechar para entrar en Europa, así como yihadistas infiltrados, algo que cada vez es más notorio. De hecho, las imágenes nos hablan no de personas que han huido con lo puesto, sino de «clases medias», con teléfonos móviles de última generación y con conocimientos básicos del idioma inglés (los más pobres no escapan ni siquiera cuando caen las bombas, pues carecen de los medios y no saben dónde y cómo huir). Por otra parte, los últimos datos hablan de que aproximadamente solo la mitad de los «refugiados» son realmente sirios y de que un 72% del total son hombres (por un 15% de mujeres y un 13% de niños).
Ahora que está más clara la naturaleza del fenómeno podemos plantearnos la cuestión moral ante la que nos enfrentamos. Como cristianos, pero incluso desde la ley natural, es un deber moral acoger a aquellos que se ven obligados a abandonar su propia tierra a causa de una situación que de forma objetiva pone en peligro sus vidas o sus más elementales derechos, muy especialmente el de profesar libremente la verdadera religión, como es el caso de numerosos cristianos sirios. En este sentido van las palabras del papa Francisco. Por otra parte resulta también evidente que lo que es de aplicación a los refugiados no lo es para aquellos que emigran sin que medie guerra alguna; menos aún cuando se tratan de personas que buscan acabar con los países de acogida, como es el caso de las personas de ideología islamista. Los conflictos entre «refugiados» una vez acogidos en Europa a los que estamos asistiendo, con musulmanes hostigando a cristianos, yazidíes y otras minorías, han hecho saltar todas las alarmas y el mismo Papa ha advertido sobre el derecho de los estados de acogida a negar la entrada a potenciales terroristas. Y es que, junto al deber moral de acogida que antes señalábamos, existe el deber de los estados de asegurar la paz, el orden público y de preservar los rasgos que definen a la comunidad de acogida. Tal y como sostuvo el nuncio apostólico ante Naciones Unidas en Ginebra, monseñor Silvano Tomasi, «La acogida, la generosidad es un deber, pero se debe encontrar un punto de equilibrio para tutelar también a la población que acoge y, sobre todo, debe respetarse el derecho de los países a mantener su propia identidad». Y añadía que otro elemento a tener en cuenta es el deber de los acogidos de integrarse, haciendo referencia implícita a los musulmanes.
En estas situaciones, complejas, siempre es bueno escuchar a quienes están directamente implicados. ¿Qué dicen los obispos de las zonas de donde son originarios la mayoría de los refugiados? El patriarca melquita Gregorio III Laham no puede ser más claro cuando afirma que: «el punto central no es acoger y albergar a los refugiados, sino acabar con el conflicto desde su raíz […] Esto es lo que esperamos: la paz, no palabras sobre migrantes y discursos sobre acogida». No es una voz aislada, sino lo que vienen repitiendo desde hace años los obispos sirios e iraquíes que contemplan cómo la irresponsable política estadounidense empeñada en derrocar a Bashar el Assad ha provocado el nacimiento y expansión del Estado Islámico y ha sumido a la región en una devastadora guerra de la que no se vislumbra el final. Las reiteradas peticiones de una intervención militar para acabar con el EI y el frente Al Nusra han caído hasta ahora en saco roto, aunque parece que Rusia sí está decidida a combatir sobre el terreno a estos poderosos grupos yihadistas.
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