Los «Lineamenta» indican que en el contexto eclesial mucho más amplio descrito por la «Evangelii gaudium» el nuevo recorrido marcado por el sínodo extraordinario tiene como punto de partida las «periferias existenciales», las cuales requieren un enfoque pastoral caracterizado por una «cultura del encuentro capaz de reconocer la obra libre del Señor también fuera de nuestros esquemas habituales y asumir, sin reparos, esa condición de “hospital de campaña” que tanto ayuda al anuncio de la misericordia de Dios» (introducción a las preguntas después de la «Relatio synodi», primera parte).
La pregunta que hay que plantearse, entonces, es la siguiente: ¿cuáles son estas periferias de la vida en el nuevo contexto socio-cultural que tenemos hoy ante nosotros?
El impacto de la globalización en las culturas humanas ha sido tan destructivo que no sólo las instituciones sociales tradicionales, sino también los valores que las sostienen han sido sacudidos desde sus cimientos. A través del poder político y legislativo (con, por ejemplo, las nuevas leyes que deconstruyen la familia y el matrimonio y especulan sobre la vida humana), del poder financiero (con fondos para el desarrollo condicionados a la adopción de documentos «anti-familia» y «anti-vida») y especialmente del poder de los medios de comunicación, una ideología relativista se está difundiendo en todas nuestras sociedades contemporáneas.
Si nos fiamos del presidente del consejo de las conferencias episcopales europeas, en los países del hemisferio septentrional «la convivencia de hecho es ya la norma», dato confirmado por los estudios sociológicos. Vivir en una familia cristiana, según los valores del Evangelio, se ha convertido en una situación marginal respecto a la mayoría. Las familias cristianas, en este contexto, son ahora una minoría no sólo numéricamente, sino también sociológicamente. Sufren discriminaciones silenciosas, pero oprimentes e implacables. Todo está contra ellas: los valores dominantes, la presión mediática y cultural, los vínculos financieros, la legislación vigente, etc . Y la propia Iglesia, a través de documentos como los «Lineamenta», parece que también estén llevándolas hacia esa situación.
Si los «Lineamenta» están expresados en el lenguaje que vemos, ¿qué tipo de Iglesia se ocupará de este «pequeño resto»? ¿Quién hará oír la voz misericordiosa del Buen Pastor diciendo repetidamente: «No temas, pequeña grey» (Lc 12, 32)?
¿No hemos encontrado aquí tal vez la verdadera «periferia» de nuestra aldea mundial postmoderna? Esperemos que el próximo sínodo no expulse de la «gruta de Belén» (la Iglesia) a la pequeña familia cristiana que ha encontrado espacio en las fondas de la «Ciudad del rey David» (nuestro mundo globalizado). Las hermosas familias cristianas que están viviendo heroicamente los exigentes valores del Evangelio son hoy las verdaderas periferias de nuestro mundo y de nuestras sociedades en la que transcurre la vida como si Dios no existiera.
Además de este «pequeño resto», hay una segunda categoría que pide en voz alta más atención pastoral. Son las víctimas del sistema postmoderno, que no se dan por vencidas. No se sienten en casa en este mundo sin Dios. Llevan consigo la nostalgia por el calor de la «familia cristiana», pero sienten que no tienen la fuerza necesaria para volver a ese modo de vida radicalmente evangélico.
A estas personas les parece que nosotros presentamos hoy una Iglesia rígida, una madre que ya no les entiende y les cierra la puerta en las narices, mientras que otros intentan convencerles de que son juzgados y condenados precisamente por las mismas personas que deberían acogerles y preocuparse por ellos. En lugar de ayudarles a descubrir el horror del pecado y a que pidan ser liberados de él, les ofrecen, sin tener ningún derecho a hacerlo, un tipo de «misericordia» que no tiene otro efecto que dejar que se hundan aún más profundamente en el mal.
Pero estos hermanos y hermanas que han sido realmente heridos por la vida no se dejan engañar. Tienen sed de verdad en sus vidas, no de conmiseración o palabras melifluas. Saben muy bien que son víctimas del sistema globalizado cuyo fin es debilitar y destruir a la Iglesia. No están entre quienes dan voz a las ideologías relativistas que deterioran los cimientos de la doctrina cristiana y anulan la Cruz de Cristo.
Se ven a sí mismos como el pecador del que habla san Agustín que, aunque no se asemeja a Dios por haber perdido la impecabilidad, desea por lo menos.
Este, de hecho, es el motivo por el cual no quieren que nadie les impida gritar al Cielo: «¿Quién nos dará la salvación?», «Jesús, hijo de David, ¡ten piedad de mí!», prometiéndoles en cambio algo que Cristo no ha prometido nunca que daría.
Dios nunca ha cerrado su corazón a estos hermanos y hermanas y tampoco la Iglesia, su sierva, puede hacerlo. Pero, ¿cómo puede asumir la Iglesia un enfoque pastoral de misericordia hacia ellos? Evitando vendar con la comunión sacramental una herida que no ha sido tratada por el sacramento de la reconciliación debidamente recibido.
Si su enfoque pastoral no debe ser la condena, que maltrata a la persona dañada por un herida sangrante, sino más bien la presencia compasiva, entonces la Iglesia no puede hacer creer que ignora la existencia real de las devastaciones causadas por la herida; debe, en cambio, aplicar el bálsamo de su corazón, para que así esta herida pueda ser tratada y vendada en vista de la verdadera sanación.
Esta especie de presencia respetuosa, con el renovado modo de ver las cosas que viene de Dios, nunca llamará «bueno» a algo que es malo o «malo» a algo que es bueno, como recuerda el ritual para la ordenación de los obispos. Se trata de una pastoral de esperanza y de espera, como el padre misericordioso espera al hijo prodigo. Como el Buen Pastor, la Iglesia deberá buscar a los hijos que están lejos, deberá cargarlos sobre sus espaldas, abrazarlos y no volver a lanzarlos sobre las espinas que laceraron sus vidas. Este es el significado de la misericordia pastoral.
Venezuela: «Sin el sacerdote, no sé cómo podríamos continuar aquí, nos faltaría la poca esperanza que nos queda»
La crisis de Venezuela tiene numerosos rostros.Entre todos ellos hay una parte de la población de la que poco se ha contado en las noticias que llegan desde el país sudamericano. Se trata de los sacerdotes, obispos, religiosas y otros miembros del clero....