Las calles de Tirana están abarrotadas de coches alemanes último modelo. El tráfico es lento en las principales avenidas hasta la caída del sol. Altos edificios de hormigón y cristal, sobre los que cuelgan letreros luminosos y carteles publicitarios, contrastan con las fachadas lisas y dejadas de las antiguas moles de viviendas de la época comunista. El país quiere salir adelante y dejar atrás las muchas etiquetas de su pasado más reciente. Albania, un país desconocido para muchos de nosotros a pesar de ser un vecino de Europa, está viviendo una etapa de rejuvenecimiento. La Iglesia, que estuvo confinada a las catacumbas durante cuarenta años, experimenta también una primavera de la fe, como señalan religiosos y sacerdotes que se entregan con ardor misionero en esta tierra de mártires.
Un pasado de persecuciones
La Iglesia de Albania ha vivido muchos momentos difíciles. La toma de Constantinopla, capital del Imperio bizantino, por parte de los turcos en el 1453, fue el preludio de una etapa oscura para los cristianos albaneses. La región fue invadida por las tropas turcas que islamizaron a la sociedad, a pesar de la oposición del guerrero y héroe nacional Skanderbeg. Los católicos que resistieron huyeron al sur de Italia o se refugiaron en las inaccesibles montañas del norte del país. Esas mismas montañas servirían de refugio siglos después contra los comunista, que en 1944 se hicieron con el poder del país y llevaron a cabo una persecución directa contra la religión, destruyendo iglesias y mezquitas, asesinando a religiosos y sacerdotes o confinándolos a campos de trabajo.
Los orígenes cristianos de Albania se remontan a los primeros siglos de la historia de la Iglesia. Albania forma parte de la antigua tierra de Iliria, una región de influencia griega que más tarde formaría parte del Imperio romano. San Pablo fue quien anunció el Evangelio en estas tierras, como afirma en Rm 15,19: «Desde Jerusalén y sus alrededores hasta Iliria, he llevado a su pleno cumplimiento la Buena Noticia de Cristo». La primera diócesis se estableció en Durrachium, hoy Durrës, en las orillas del mar Adriático, un puerto floreciente en el que en el año 66 d.C. había unas setenta familias cristianas. Su obispo Astio fue uno de los primeros mártires. Y desde entonces el martirio ha estado muy presente en la Iglesia albanesa. El papa Francisco en su reciente visita al país, en septiembre de 2014, afirmaba emocionado: «No sabía que Albania había sufrido tanto».
Cristo hoy en Albania
Hoy la Iglesia en Albania vive una etapa de apertura, donde misioneros, sacerdotes y religiosos desarrollan una labor que entrelaza lo social con la evangelización de primer anuncio. La convivencia es muy buena entre religiones. Según el Informe Libertad Religiosa 2014, editado por Ayuda a la Iglesia Necesitada, los musulmanes son el 80% (entre suníes, la mayoría, y bektashis), muchos de ellos por tradición más que por convencimiento. Los católicos son en torno al 10%, una cifra que va en aumento. El trabajo entre los más pobres, las instituciones católicas de educación y el mensaje de redescubrir la dignidad del hombre son claves. Sorprende ver que la beata Teresa de Calcuta, conocida en Albania como «Nënë Tereza» (Madre Teresa), es uno de los símbolos del país. La Premio Nobel de la Paz nació en Macedonia y sus padres eran albaneses, por lo que se la tiene una gran estima. En cada ciudad existe una calle o plaza con su nombre y el único aeropuerto del país se llama «Aeropuerto Internacional Nënë Tereza».
Dos briznas de hierba entre las cenizas
El carmelo de Nenshat, un pequeño pueblo al norte de Albania, es un símbolo del renacer de la Iglesia albanesa. Se trata del único carmelo en todo el país y tiene poco más de diez años de vida. Entre sus muros viven ocho religiosas, a la cabeza de ellas está la madre Mirjam, que han hecho crecer con su oración y presencia a una pequeña comunidad de católicos. Ahora están construyendo una nueva residencia para tres sacerdotes carmelitas que acaban de llegar de Italia y que crearán una casa para ejercicios espirituales. Nenshat era sede del obispado de Sapë, cuyas dependencias fueron completamente destruidas por el régimen del dictador comunista Enver Hoxha, que declaró al país oficialmente ateo en la constitución de 1967. Se conserva sólo la fachada del edificio, que sirve como parte del claustro del nuevo monasterio carmelitano. El huerto también se está ampliando y toca reformar la iglesia, para lo que han pedido apoyo a Ayuda a la Iglesia Necesitada.
Sin duda esta comunidad es un milagro, como la vida de una de las religiosas, la hermana Bianca. Se convirtió cuando tenía 19 años. En casa no había recibido ninguna formación cristiana, a pesar de que su abuela, que estuvo en un campo de trabajo durante años, era católica. La Hna. Bianca conoció a Jesús a través de dos Misioneras de la Caridad que justo al lado de su casa cuidaban de ancianos terminales. Un día sintió dentro de sí la llamada a consagrarse a Dios. Cuando se lo contó a su madre ésta se rió diciéndole que ni siquiera estaba bautizada. Tuvo que recibir el bautismo en secreto. Gracias a un libro sobre santa Teresita de Lisieux que las Misioneras de la Caridad le regalaron, fue como conoció la obra carmelita y confirmó su vocación.
Al sur del país la situación es diferente, la Iglesia vive en la diáspora, repartida en pequeñas comunidades entre una mayoría musulmana y ortodoxa. En la ciudad de Fier está la parroquia de Ntra. Sra. de la Inmaculada, cuyo párroco es el franciscano conventual padre Jaroslav Car, un hombre grande en estatura y corazón. «El principal problema al que nos enfrentamos es la emigración y la mentalidad de la gente, que sigue dañada por el pasado comunista», asegura el padre Jaroslav. Es complicado crear comunidad porque aún hay muchas desconfianzas y envidias entre vecinos. Además de atender a la comunidad católica en Fier, el padre Jaroslav tiene una misión entre varios poblados marginales de los alrededores de Fier. Cuando llegó hace ya diez años, celebraba la Eucaristía dentro de un búnker de la época comunista en el poblado de Jaru. Ahora gracias al apoyo de Ayuda a la Iglesia Necesitada, que ha donado un total de ochenta mil euros, acaban de consagrar la nueva iglesia de Jaru, a la que acuden de otras poblaciones. «Muchas gracias por vuestra labor», asegura el padre Jaroslav, «sin vosotros no podríamos llegar a estas personas». La Iglesia en Albania está siendo luz en medio de una sociedad hastiada por el sinsentido, donde los jóvenes buscan en otros países una salida. Sin la ayuda de los católicos de otras partes del mundo, esta grey pequeña pero valiente no podría sostener tantas acciones evangelizadoras.