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Con ocasión del centenario de Schola Cordis Iesu que se acaba de celebrar se ha considerado que la publicación de los escritos del padre Ramón Orlandis i Despuig era un modo idóneo de manifestar nuestro agradecimiento por el fecundo magisterio recibido de su fundador. Al mismo tiempo confiamos que esta publicación ayude a la formación de sucesivas generaciones para que de este modo Schola Cordis Iesu pueda continuar con renovada fidelidad a sus orígenes al servicio de la Iglesia.
El lector que no tenga noticia de la labor apostólica del padre Orlandis deseará conocer algo de su vida para mejor comprender sus escritos. A la espera de la biografía documentada que culminará la publicación de las obras completas de Orlandis, resumimos a modo de semblanza los apuntes que se publicaron en Cristiandad a la muerte del padre. (Cristiandad 331, septiembre de 1958)
Nació en Palma de Mallorca, el 2 de diciembre de 1873, bautizado pocas horas después de su nacimiento. Podemos leer en su partida de bautismo:
«En la ciudad de Palma de Mallorca, capital de la provincia de las Islas Baleares, Obispado de Mallorca, a los dos días del mes de diciembre de 1873, Yo, D. José Ferriol, Pbro., cura párroco de la parroquia de san Jaime, bauticé solemnemente a un niño nacido a las tres y media de la tarde del mismo día, hijo legítimo de los nobles señores consortes D. Ramón Orlandis y Maroto, y Dª. Luisa Despuig Amer de Troncoso; siendo sus abuelos paternos los nobles señores consortes D. Mariano Orlandis y Dña. Ana Maroto, y los maternos los nobles señores consortes D. Juan Despuig y Dña. Francisca Amer de Troncoso, todos propietarios y naturales de esta ciudad. Se le puso por nombres Ramón Nonnato, Francisco de Asís, Luis, Mariano, Juan, José, Pedro, Joaquín, Buenaventura, Carlos, Ignacio, Baltasar, Melchor, Gaspar, Manuel, Jaime y Lupo; fueron sus padrinos los nobles señores D. José Orlandis y Maroto, y Dª Magdalena Despuig Amer de Troncoso, ambos solteros, propietarios y naturales de esta misma ciudad, a quienes advertí el parentesco espiritual y obligaciones que por él contraían, siendo testigos don Bartolomé Ferrer y D. Pedro Jerónimo Ferrer, presbíteros y coadjutores, naturales también de esta ciudad, y para que conste extendí y autoricé la presente partida a los dos días del mes de diciembre de 1873. José Ferriol, Pbro. Rubricado».
Murió su madre a los pocos días de su nacimiento, y a lo largo de su vida sintió el vacío del amor maternal que añoraba aún en sus últimos años. Creció entre sus hermanos Pedro (5), Concepción (6) y Juan (7), bajo la tutela de su padre, amantísimo, de firme carácter en un ambiente familiar hondamente cristiano y tradicional. Estas circunstancias quizá expliquen algunos de los rasgos de su personalidad. Junto a una rectitud de criterio y excepcional profundidad de pensamiento, le caracterizaba un trato sencillo y entrañable. La preocupación por las circunstancias particulares de aquellas personas con las que trataba y dirigía espiritualmente llamaba poderosamente la atención. Esta riqueza humana unida a una visión sobrenatural de la vida fue muy decisiva en su extensa e intensa labor de orientación espiritual de tantas personas.
Cursó los estudios de bachillerato en el colegio de San José que los PP. jesuitas tenían en Valencia. Destaca muy pronto por cualidades literarias y al terminar sus estudios de bachillerato en 1892 ingresa inmediatamente en la Universidad de Deusto, donde cursará estudios simultáneamente de Derecho y Filosofía y Letras, terminando ambas licenciaturas, de un modo excepcional, solo en tres años. Era frecuente realizar ambos estudios, pero teniendo ordinariamente una duración de seis años.
Durante las vacaciones de verano se reunía con el resto de la familia en la finca de Punta de Amer, en la costa oriental de la isla. Allí participaba en tertulias literarias con personajes tan relevantes en el mundo de las letras mallorquinas como los hermanos Antonio y Miguel Alcover, y el poeta Miguel Costa y Llobera, al cual profesó a lo largo de toda su vida una gran admiración.
Antes de terminar sus estudios universitarios ya había tomado la decisión de orientar su vida en la Compañía de Jesús. Las palabras del padre Aguirre, profesor de Deusto, le habían impactado: «no olvidéis que hay un examen mucho más trascendental, el de toda la vida ante el Juez supremo». «Estas palabras, meditadas –decía después el padre Orlandis– decidieron mi entrada en la Compañía». En un escrito autobiográfico señala «Mi vocación comenzó el año 1893, y durante algún tiempo vacilé; por fin, habiéndome aconsejado bien y examinado el asunto, confirmado en mi vocación, fui admitido a la Compañía de Jesús». Podemos encontrar un eco de su definitiva elección en las siguientes palabras: «no admiraba ni tenía confianza en lo humanamente grande o prestigioso».
El 25 de noviembre de 1895, inicia su noviciado a los 22 años en el monasterio de Veruela, cedido aquella época temporalmente a la Compañía de Jesús. Dado que ya tenía terminados sus estudios universitarios, después del noviciado, siguiendo lo establecido en la Compañía, comenzó a estudiar Humanidades, y –al ser también un alumno aventajado– el Hno. Orlandis fue profesor en el juniorado de griego, latín, historia y poética desde 1898 hasta 1902. Comentan sus discípulos que les sabía transmitir un gran interés y entusiasmo por el contenido de sus enseñanzas. «Era una delicia aprender griego con el padre Orlandis; nada de monotonía de áridos preceptos; todo era allí vida y movimiento; la luz de los autores griegos iluminaba el estudio de su lengua maravillosa; y aprendíamos a entrar con la llave del idioma en los tesoros que nos ofrecían en raudal directo los más excelsos artistas de la palabra humana». Estas extraordinarias cualidades docentes le acompañarán a largo de toda su vida en sus diferentes ministerios apostólicos.
Se ordena sacerdote en 1908, en la iglesia parroquial de Tortosa, donde radicaba el Colegio Máximo en el cual había cursado sus estudios de Filosofía, Teología y Sagrada Escritura. La tercera probación que es el año que los jesuitas dedican a completar su preparación para sus ya próximos ministerios, la realizó en la Santa Cueva de Manresa y en 1910 hizo la profesión solemne, los últimos votos, como jesuita profeso.
Sus primeros ministerios fueron fundamentalmente docentes, enseñando teología sacramentaria y teología moral, primero en Tortosa y más tarde en Sarriá, donde se trasladó el Colegio Máximo. Uno de sus alumnos jesuitas comenta: «nunca olvidaré una clase que nos hizo sobre el Sacramento de la confirmación, en la que rayando lo sublime su exposición doctrinal, nos conmovió profundamente el alma al hacernos sentir y aun vibrar al unísono de su espíritu con el cotejo de lo que fue para los cristianos de la primitiva Iglesia este Sacramento del Espíritu Santo, y lo que por desgracia es hoy para los cristianos de nuestros tiempos». En cuanto a la teología moral, «la enseñó con sorprendente destreza y resultado. Ponía in bono lumine los principios morales; y de ellos derivaba, no en casuística menuda, sino como desarrollo luminoso de los mismos principios, como consecuencias íntimamente ligadas con ellos, las aplicaciones a la vida práctica. Tenía una santa ojeriza al modernismo en la moral, en las costumbres; lo delataba, lo refutaba; y por eso tuvo una de las más grandes alegrías de su vida cuando años adelante el papa Pío XI publicó su encíclica Quas primas, en la que vio enseguida lo que en realidad era, una condenación del Modernismo moral y práctico, como lo había sido del modernismo dogmático e histórico la encíclica Pascendi de san Pío X, con el decreto Lamentabili. Esta dedicación docente la alternará con algunos ministerios de apostolado externo, algo variado: Congregaciones Marianas, catecismos, centros obreros, etc., pero como cosa secundaria, como de paso. Entre éstos, ya en Tortosa empieza a dedicarse preferentemente al confesionario» (R. Cayuela, Cristiandad 331, septiembre de 1958).
Como consecuencia, seguramente, de su orientación doctrinal notoriamente tomista, cesará en su tarea docente y será destinado a la comunidad de la residencia de los jesuitas de la calle Lauria en Barcelona para atender de un modo especial, el confesionario de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús adjunta a la residencia. Este ministerio constituirá una de las tareas apostólicas principales de su vida sacerdotal, llegará a ser muy solicitado, hasta tal punto, según cuentan, que en muchas ocasiones antes de abrirse las puertas de la iglesia, había ya cola de fieles esperando confesarse con él. También fue designado director diocesano del Apostolado de la Oración: con este nombramiento podrá dedicarse a difundir aquello que constituirá el centro de su vida espiritual y apostólica: la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Fue en estos años cuando el director de la Congregación mariana radicada en aquella iglesia le confió la formación de un grupo de congregantes universitarios que colaboraban en la revista de aquella entidad, y les parecía necesario tener una mejor preparación literaria y doctrinal. Era reconocido que el padre Orlandis por sus cualidades humanas, intelectuales y espirituales por lo cual se le consideró como la persona que había en aquel entorno más adecuada para aquella tarea. Estas fueron las circunstancias providenciales que propiciaron que el Padre pudiera entrever la posibilidad de realizar aquello que había concebido en 1924, expresivo de su carisma apostólico, escrito que empezó a ser conocido en 1942 multicopiado, publicado en Cristiandad por primera vez el 1 de junio de 1955 y que será aludido en los sucesivos estatutos de Schola Cordis Iesu, como el fundamento espiritual de la asociación. El lector lo encontrará publicado en este volumen.
Con esta ocasión se inicia lo que constituirá el principal legado del padre Orlandis, la formación de apóstoles del Corazón de Jesús como miembros del Apostolado de la Oración. Su labor literaria amplia, sin embargo, no tendrá el mismo alcance que su labor formativa, por eso él mismo reconocía confidencialmente, que el día que tuviese que rendir sus cuentas ante Dios, si se le preguntaba por su labor apostólica reconocería que no había escrito mucho, pero sí que había formado a los que serían capaces de transmitir lo que les había enseñado.
A subrayar dos aspectos de radical importancia que acompañan a esta labor formativa y que están recogidos en su escrito carismático antes citado. En primer lugar, la necesidad de conocer la realidad del mundo que nos rodea: consideraba que no se puede vivir ni con falso optimismo, ni de anuncios desesperanzados ni de calamidades sin remedio. El proceso de secularización creciente que ha invadido nuestra actualidad, ya se iniciaba en los primeros años del siglo pasado, y el padre Orlandis con una mirada sobrenatural sobre esta realidad, enseñaba aquello que santa Margarita María de Alacoque había transmitido y el magisterio de la Iglesia lo ha recogido en sus encíclicas: la devoción al Corazón de Jesús como el remedio providencial y por ello mismo eficaz para curar las heridas profundas de la humanidad contemporánea.
Escribía el padre Orlandis pensando en aquellas personas que iba a formar: «Estas almas, por la luz que del cielo recibirían, tendrían una comprensión íntima de la devoción genuina al Corazón de Jesús y de los designios que ha tenido Jesús al pedirla. Estas almas arderían en celo de la gloria de Dios y de la salvación de las almas y, conocedoras de la realidad, profundamente desengañadas de sus propias fuerzas y valer y también de la eficacia de los medios semihumanos y ordinarios, que nuestra pobre razón puede excogitar para hacer frente a las circunstancias y dificultades extraordinarias de nuestros tiempos, pondrían para su apostolado toda la confianza en el medio que el mismo divino Redentor nos ha dado para vencerlas: la práctica y difusión de una sincera devoción al Sagrado Corazón de Jesús, según las normas y caminos que Jesús se ha dignado señalarnos».
El segundo aspecto que el padre Orlandis consideraba esencial en su labor apostólica era practicar la devoción al Corazón de Jesús tal como la había mostrado santa Teresita del Niño Jesús. «Encariñados con las gracias y luces que Dios ha derramado en santa Teresita y en sus escritos y amaestrados por la experiencia de la virtud espiritual que en ellos se encierra, imitarían su manera de practicar y propagar el espíritu verdadero de la devoción y de alentarse y esforzarse con sus promesas» (Pensamientos y ocurrencias).
En un mundo que ha pasado, sin solución de continuidad, de proclamar la autosuficiencia y exaltación de lo meramente humano, a considerar el hombre como un peligro para el sostenimiento del planeta, y colocar en su futuro el transhumanismo, es decir, el desprecio radical de todo lo humano, el padre Orlandis ya veía en la doctrina espiritual de santa Teresita, el camino para el hombre, que, abrumado por su fragilidad y debilidad, no cayese en desesperanza debido a su tristeza y cansancio, con la entrega al abandono confiado en la divina misericordia.
Para la realización de esta labor formativa el padre Orlandis reunió una biblioteca de unos quince mil volúmenes de filosofía, teología, espiritualidad y, de un modo especial, de historia. La cuidada e intencionada selección de sus libros es ilustrativa de como concebía su apostolado intelectual. Una formación seria exige superar la tentación de superficialidad y no caer en una diletante erudición. Pretendía que sus discípulos tuvieran una visión sobrenatural de la historia, es decir, descubrieran la importancia de estudiar la historia a la luz de la revelación. La teología de la historia era un camino esencial para tener un criterio fundado y sobrenatural sobre el mundo y, al mismo tiempo, un modo adecuadísimo de fortalecer la esperanza, algo tan esencial en la vida cristiana, especialmente en un mundo como el actual, tan falto de ella.
En 1944 aquellos jóvenes que había estado formando durante aquellos años habían adquirido ya una cierta madurez, que se vio reflejada en la publicación de la revista Cristiandad. Schola Cordis Iesu y la revista Cristiandad son los dos grandes legados del padre Orlandis que, gracias a Dios, continúan dando sus frutos hasta nuestros días. Esta labor apostólica, sintetizada en el lema de la revista: «Al Reino de Cristo por los Corazones de Jesús y María» la veía en continuidad con la admirable y extraordinaria misión del gran apóstol del Corazón de Jesús y refundador del Apostolado de la Oración: el padre Enrique Ramière.
Para terminar, una consideración final varias veces recordada, el padre Orlandis era un intenso y extenso lector, la biblioteca antes mencionada es prueba de ello, sin embargo, ha sido definido como un hombre de «tres libros»: la Summa Teologica de santo Tomás; los Ejercicios Espirituales de san Ignacio, y las Obras de santa Teresita del Niño Jesús, especialmente el capítulo XI de la autobiografía y las poesías. Comenta el padre Murall: «El de santo Tomás, llena mi entendimiento, me hubiera gustado tenerlo de superior; el de san Ignacio, disciplina mi voluntad, lo hubiera elegido por confesor; santa Teresita me llena el corazón porque es el apostolado universal vivo y vívido. Así como santo Tomás sistematizó e iluminó la “ciencia de Dios” sólo buscando limpiamente la verdad, santa Teresita sistematizó e iluminó la “ciencia de la misericordia de Dios”, es decir, expuso limpiamente la ley de caridad que rige “su corazón”. Al sentirse “corazón de la Iglesia” revela los secretos del Corazón de Jesús, “puesto que ¿quién sino la Esposa conoce los secretos del Esposo?”» (Cristiandad n. 331)
Dos últimas anécdotas recogidas en sus últimos días. Estando en la enfermería de la casa de los jesuitas en sant Cugat, el padre Orlandis apenas ya hablaba, le fueron ver unos miembros de Schola Cordis Iesu, y como muestra de afecto y agradecimiento le preguntaron cariñosamente: «¿Quiere algo padre?» y abriendo los ojos muy expresivamente e incorporándose con recia voz les contestó: «¡Lo quiero todo!». Las palabras de santa Teresita, tan presente a lo largo de toda su vida, expresaban de un modo muy significativo hasta donde habían llegado sus desvelos espirituales y apostólicos, «su todo» estaba en el amor misericordioso del Corazón de Jesús, vivido con el espíritu de la infancia espiritual. Esta actitud de niño queda reflejada en la segunda anécdota que cuenta también el padre Murall: «Y al final de su vida, dejados ya de mano todos los convencionalismos, retornó a la lozanía de la piedad infantil y se le oía repetir sin cesar: “¡Oh, María, Madre mía, oh consuelo del mortal, amparadme y guiadme a la patria celestial!”».











