Me alegra poder dirigirme por primera vez a vosotros, pastores de la Iglesia de Francia y, a través de vosotros, a todos vuestros fieles, mientras celebramos, en este mes de mayo de 2025, el centenario de la canonización de tres santos que, por la gracia de Dios, vuestro país dio a la Iglesia universal: San Juan Eudes (1601-1680), San Juan María Vianney (1786-1859) y Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz (1873-1897). Elevándolos a la gloria de los altares, mi predecesor Pío XI quiso presentarlos al Pueblo de Dios como maestros a quienes escuchar, como modelos a imitar y como poderosos apoyos a quienes orar e invocar. La magnitud de los desafíos que afronta la Iglesia de Francia un siglo después, y la actualidad todavía muy presente de sus tres figuras de santidad al afrontarlos, me llevan a invitaros a dar un acento particular a este aniversario.
En este breve Mensaje sólo quiero retener un rasgo espiritual que Juan Eudes, Juan María Vianney y Teresa tienen en común y presentan de modo muy significativo y atractivo a los hombres y mujeres de hoy: amaron a Jesús sin reservas, de modo sencillo, fuerte y auténtico; Experimentaron su bondad y su ternura en una particular proximidad cotidiana y lo testimoniaron con un admirable espíritu misionero.
El difunto Papa Francisco nos dejó, como un testamento, una hermosa Encíclica sobre el Sagrado Corazón en la que afirma: «De la herida del costado de Cristo sigue brotando un río que no se agota, que no pasa nunca, que se ofrece siempre de nuevo a quien quiere amar. Sólo su amor hará posible una humanidad nueva» ( Dilexit nos , 219). No podría haber un programa de evangelización y de misión más bello y sencillo para vuestro país: hacer descubrir a cada persona el amor de ternura y predilección que Jesús tiene por ella, hasta transformar su vida.
Y en este sentido, nuestros tres santos son ciertamente maestros cuya vida y doctrina os invito a darlas constantemente a conocer y valorar al Pueblo de Dios. ¿No fue san Juan Eudes el primero en celebrar el culto litúrgico de los Corazones de Jesús y de María? ¿No es san Juan María Vianney aquel sacerdote apasionadamente entregado a su ministerio que afirmaba: “El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús”? y finalmente, ¿no es santa Teresita del Niño Jesús y de de la santa Faz la gran doctora de la scientia amoris que nuestro mundo necesita, ella que «insufló» el nombre de Jesús en cada momento de su vida, con espontaneidad y frescura, y que enseñó a los pequeños un modo «facilísimo» de acceder a Él?
Celebrar el centenario de la canonización de estos tres santos es ante todo una invitación a dar gracias al Señor por las maravillas que realizó en esta tierra de Francia durante largos siglos de evangelización y de vida cristiana. Los santos no aparecen espontáneamente sino que, por gracia, surgen en el seno de comunidades cristianas vivas que han sabido transmitirles la fe, encender en sus corazones el amor a Jesús y el deseo de seguirlo. Esta herencia cristiana todavía os pertenece, todavía impregna profundamente vuestra cultura y permanece viva en muchos corazones.
Por eso espero que estas celebraciones no sólo evoquen con nostalgia un pasado que parece ya superado, sino que despierten esperanza e inspiren un nuevo impulso misionero. Dios puede, mediante la ayuda de los santos que os ha dado y a quienes celebráis, renovar las maravillas que ha realizado en el pasado. ¿No será santa Teresita la Patrona de las misiones en los mismos países donde nació? ¿No podrán san Juan María Vianney y san Juan Eudes hablar a la conciencia de muchos jóvenes sobre la belleza, la grandeza y la fecundidad del sacerdocio, suscitar un deseo entusiasta y darles el coraje de responder generosamente a la llamada, mientras en vuestras diócesis se siente cruelmente la falta de vocaciones y los sacerdotes son probados cada vez más duramente? Aprovecho esta oportunidad para agradecer de corazón a todos los sacerdotes de Francia su compromiso valiente y perseverante y deseo expresarles mi afecto paternal.
Queridos hermanos en el episcopado, invoco la intercesión de san Juan Eudes, san Juan María Vianney y santa Teresita del Niño Jesús y de la santa Faz, por vuestro país y por el pueblo de Dios que allí camina con valentía, bajo los vientos contrarios y a veces hostiles del indiferentismo, del materialismo y del individualismo. Que den ánimo a este pueblo, en la certeza de que Cristo ha resucitado verdaderamente, Él, el Salvador del mundo.
Implorando para Francia la protección maternal de su poderosa patrona, Nuestra Señora de la Asunción, concedo a cada uno de vosotros, y a todas las personas confiadas a vuestro cuidado pastoral, la bendición apostólica.










