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CRISTIANDAD

El padre Orlandis, recuerdos de mi infancia

Teresa Lamarca Abelló es hija de Tomás Lamarca, uno de los primeros discípulos del padre Orlandis. En este artículo Teresa narra sus recuerdos con el padre Orlandis y los inicios de su labor apostólica en los colegios de Santa Ana y «Estudios Schola».

Por Teresa Lamarca Abelló
julio 2025
en Artículos
10 min de lectura

En 1921 el padre Ramón Orlandis Despuig S.I. fue destinado a Barcelona a la residencia de la calle Caspe con el cargo de promotor diocesano y director del centro del Apostolado de la Oración de la iglesia del Sagrado Corazón.

Aquí empieza la obra fundamental del padre Orlandis. Como dice la breve reseña que los jesuitas escribieron a su muerte: «Con profundo conocimiento de la potencialidad espiritual de que es capaz el Apostolado de la Oración, desde entonces concentró su actividad en promover de un modo profundo e íntimo la devoción al Sagrado Corazón de Jesús… como el medio más indicado para preparar el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo y combatir el naturalismo, el liberalismo y el laicismo, los grandes males de la sociedad». Para esto fundó el Secretariado Diocesano del Apostolado de la  Oración con una sección de señoras y una de caballeros en Schola Cordis Iesu, dirigida principalmente a la formación de celadores.

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Fueron largos y fecundos años de sacerdocio, trabajo, estudio, enseñanza, apostolado y magisterio, a través de conferencias, tertulias, publicaciones, dirección espiritual… A esto orientó su vida toda y dedicó todos sus trabajos y obras, a esto debían y deben su formación profunda todos los que desde aquellos años se han ido formando en Schola.

Viví mi infancia muy cerca de Schola. En 1949 el padre pidió a mis padres que fueran a vivir con Mª Asunción López a un piso en la Vía Layetana, encima del Secretariado del Apostolado de la Oración de señoras, muy cerca de la calle Lauria nº 15 piso 3º donde estaba Schola, Cristiandad y el padre Orlandis. Mi padre, que colaboraba en la revista Cristiandad desde su fundación, trabajó en ella de un modo exclusivo desde 1950 a 1958, y en los últimos cuatro años, del 54 al 58, también en el colegio para chicos, «Estudios Schola», que se fundó en el mismo lugar.

De Schola y de los colegios es de donde proceden la mayoría de mis recuerdos. Son recuerdos y vivencias de una niña, puesto que cuando murió el padre Orlandis todavía no había cumplido los 10 años, pero también son reflexiones de lo que vi y oí de mis padres y de los «antiguos» de Schola, relacionado con el padre. Quizás todo ello ayude un poco a acercarnos a su persona y a su obra.

El padre Orlandis y los niños

Recuerdo al padre Orlandis en Schola. Le recuerdo muy mayor, encorvado, andando despacio, un poco vacilante, apoyado en alguien, a veces en el hombro de mi hermano a quien le oí decir: «Tú serás el báculo de mi vejez». Con una sonrisa muy dulce, fina, silenciosa, alegre, calmada, acogedora. Su presencia infundía respeto, en ningún caso temor. Tenía con nosotros los niños un trato muy sencillo. Pienso que tenía un corazón de niño, porque parecía que gozaba con nosotros, nunca tuve la sensación de que le molestáramos, de que tenía prisa o que no le dejábamos hacer algo mucho más importante. Gozaba con nuestras obras de teatro y nuestros cantos. Mi tía cuenta que una vez que mi padre, pequeño, estaba enfermo, el padre, que le había ido a visitar, al despedirse simulaba que se equivocaba y en lugar de ponerse su sombrero se ponía el de colegiala de mi tía, para hacer reír y alegrar a los pequeños.

Cuando las niñas del colegio Sta. Ana le íbamos a representar una obrita de teatro o a cantar, él se sentaba en la silla más cercana a nosotras. Se reía muchísimo, con una risa sin estridencias, se le veía que gozaba mucho viéndonos. Incluso se sacaba fuera de la sotana aquel audífono rectangular, que a veces silbaba, y lo acercaba a nosotras para oírnos mejor. Creo que nos hacía repetir alguna parte.

Recuerdo las misas en la capilla de Schola donde al finalizar rezábamos las oraciones para después de la Comunión: Alma de Cristo, Tomad, Señor y recibid, la oración a Cristo Rey… allí las aprendí. Las misas de Gallo tan solemnes y a la vez tan recogidas y familiares, con el padre Orlandis espléndidamente revestido. Allí hice la primera Comunión, bajo la dulce mirada de María.

Para obtener la curación del Sr. Modolell, íbamos todos los días a Schola a hacer la novena al beato Claudio la Colombière y conseguir así también su canonización.

Muchos domingos acompañábamos a mi padre a Schola porque tenía que hablar con el padre y allí encontrábamos a Pablo López, su esposa Mª Aurelia, algunos de los «jóvenes» de la Schola de entonces, Florencio Arnán, que nos hizo de la Santa Infancia, Sevilla, Heredia, que fue sacerdote…

Era una Schola cuyas familias quizás no estaban tan unidas como ahora porque no tenían la convivencia que hay ahora. Con todo, yo recuerdo la buena convivencia en Viladrau con los Bofill, los Canals, los Peira, la familia Freixa… y también una convivencia allí familiar y cercana con el padre que gozaba incluso viendo cómo batían el trigo.

«El padre quería acercarnos al Corazón del Señor y que le amáramos por encima de todo»

El padre quería acercarnos al Corazón del Señor y que le amáramos por encima de todo. Él decía: «aunque historiador parezco, sólo misionero soy». Verdaderamente esto fue durante toda su vida: misionero del Corazón de Jesús. Repetía: «dicen que siempre hablo de lo mismo» pero «nunca predicaré otra cosa mientras viva» porque «Jesús es persona de gran Corazón». Es por esto que a mí me dio la primera Comunión a  la temprana edad de 5 años y no me exigió en aquel «examen previo» un conocimiento completo del Catecismo o una conducta intachable sino que tuvo suficiente con saber que yo tenía fe, fe en Jesús que está realmente en la Sagrada Forma. Cuando a la pregunta de si sabía qué era la Sagrada Forma yo le respondí que era Jesús, él con voz más alta y mucha firmeza dijo a mis padres: «Esta niña puede recibir la Primera Comunión». Siento no poder contar lo que me dijo aquel día porque no lo recuerdo. Sí recuerdo el pareado que le dedicó a Margarita Bofill en su Primera Comunión al año siguiente, tan sencillo y tan precioso. Le dijo:

«Margarideta, Margaridoia,

 del Bon Jesús ets la joia»

También para facilitar que estuviéramos cada día muy cerca de Jesús nos dio permiso, a mis hermanos y a mí, para tomar un vaso de leche antes de salir de casa, de modo que pudiéramos comulgar todos los días antes de llegar al colegio (entonces el ayuno eucarístico era desde la media noche).

Una temporada que me portaba mal me hicieron ir a hablar con él a su despacho, aquel despacho que tenía una puerta acolchada, como de médico, y en el centro un timbre de rosca, y donde el padre prácticamente vivía. Dentro había una mesa, muchos libros y sillas y sillones para sentarse. Allí me hizo sentar y me fue preguntando y hablando para corregirme con seriedad y dulzura. Al final me regaló el libro de Genoveva de Bravante  y me dijo: «Cuando lo hayas leído vienes y hablaremos sobre el libro». Al cabo de un tiempo fui y me estuvo preguntando y comentando los pasajes más bellos de la obra. Esta era su manera de hacer: curar el mal haciendo levantar la mirada y el espíritu hacia la belleza y el bien, hacia el Buen Jesús, el Bon Jesús, como le llamaba él.

Importancia de la educación

El padre Orlandis daba gran importancia a la educación y formación de los niños. Bajo su impulso se fundaron dos colegios: la Escuela Santa Ana y «Estudios Schola». En 1953 se fundó la escuela Santa Ana en unos locales de la parroquia de Santa Ana. Empezó con diez niños, como parvulario para niños y niñas, las cuales luego continuaban allí sus estudios. Los chicos al hacer primero de Bachillerato pasaban a «Estudios Schola» que se fundó en 1954 en dos habitaciones de la galería de Schola, junto al despacho del padre Orlandis. El padre seguía de cerca los dos colegios (de cierta profesora decía que no era apropiada para estar con niños porque tenía una voz muy masculina). A Santa Ana vino a hablarnos de santa Teresita, a este día pertenecen las fotografías que hizo el Sr. Minoves, las últimas que quedan de él.

En una conferencia de 1956 decía: «… aquí está comenzando un colegio, al cual yo doy mucha importancia, mucha, pero que mucha importancia, y creo que no lo entienden los que no le dan importancia…». Para el colegio de Schola hizo un plan de estudios basados en las humanidades clásicas. Instaba, según sus propias palabras, a la «asidua y determinada lectura de los autores clásicos… fuentes inagotables de buen gusto… donde surge en toda su hermosura el orden más admirable de las facultades humanas», «Se ve a las claras cuanto (hace) adelantar en buen gusto el juntar a la lectura de Shakespeare la de los trágicos antiguos y la de nuestros clásicos del buen siglo». Daba mucha importancia a la formación del gusto para prepararnos a gustar de veras lo más importante: el amor del Corazón de Jesús.

En los colegios quería que con trabajo serio, dedicado, constante y humilde se fueran formando nuestras mentes y nuestros corazones, que se elevaran, de modo que todos los estudios de la ciencia y del saber, toda la belleza del mundo, dentro de una unidad, de un mismo sentido, nos llevara a gustar el amor del Buen Jesús, a gustarle para no separarnos nunca más de Él. Así en unos versos dice: «amb el record del Cel tot té bellesa / l’amor, la ciència, el contemplar del món». Y  Mª Asunción López dice que el padre «tenía un modo especial de enseñar, nunca agobiante, aunque era continuo, vastísimo pues versaba sobre todo y lo aplicaba a todas las ocasiones».

Orientaba mucho al estudio de la historia, eje y nervio de sus estudios, conferencias…, que decía «viene a ser el pedestal del reinado social de Jesucristo». A mi padre le salvó, a los 15 años, de una crisis de fe mediante el estudio de la historia. Lo importante era «sobrenaturalizarlo todo».

En nuestra escuela no había notas, para nosotras las calificaciones no tenían ningún valor especial. Nos teníamos que formar muy bien no para «hacerlo bien» sino para «hacer bien». Oigámosle a él mismo explicar esto: «Yo no pretendo hacerlo bien,  yo pretendo hacer bien. Mirad, el día dos cumpliré ochenta años y ¿qué sacaré yo de hacerlo bien? que digan: ¡Qué bien lo hace o qué mal!, tanto da una cosa como otra. Lo que deseo es hacer bien, porque esto es lo único que llevaré al otro mundo: hacer bien. No digo que: sí, hemos de procurar hacerlo bien, esto es otra cosa, pero no por hacerlo bien, sino por hacer bien»(conferencia del 28 de noviembre de 1955), y en otra conferencia del lunes anterior dice: «Encomendadme a Dios, ya que he de hacer esto… ¡Me lo han pedido! Que Nuestro Señor, no, no me lo haga hacer bien, no, no, hacerlo bien no, hacer bien… La fórmula creo que es esta: hacerlo bien no, hacer bien. ¿Qué sacaré yo de hacerlo bien? ¡Hacer bien!… Lo ha hecho muy bien ¿y a mí qué me importa? ¿He hecho bien o no he hecho bien? Por consiguiente para hacerlo bien, he de trabajar. Ahora,  para hacer bien he de esperar que Nuestro Señor haga fructificar ese poco que puedo hacer yo».

Su devoción filial a María

En los colegios Santa Ana y «Estudios Schola», bajo su orientación, se fomentaba en la piedad un trato familiar, respetuoso y cercano con Jesús sacramentado: nosotras bajábamos todos los días a la Iglesia Santa Ana y arrodilladas en el comulgatorio, alrededor del sagrario, nos enseñaban a hablar con el Señor con fe y con confianza. En el mes de mayo bajábamos a cantarle a María cantos sencillos pero siempre muy escogidos, profundos, de buen gusto, hermosos, de nuestra tierra, en catalán o en castellano, o en latín. El padre era muy devoto de la Santísima Virgen, él nos la mostraba en el bellísimo cuadro del altar de Schola como el camino por donde se derraman hasta nosotros todas las gracias del Corazón de Dios. En sus últimos días, en la enfermería de Sant Cugat, murmuraba la canción «Oh, Maria, mare mia, / oh, consol del trist mortal, / ampareu-me i guieu-me a la pàtria celestial…», que seguro había aprendido en la infancia.

 Nos inculcaban un profundo amor al Papa y a la Iglesia. Recuerdo que escribimos a Pío XII para felicitarle en su 80 aniversario y la respuesta llegó en plena fiesta de la Virgen de Montserrat firmada por el cardenal Montini, el que después sería Pablo VI. ¡Con qué solicitud vivimos la enfermedad y muerte de Pío XII, el cónclave y la elección del nuevo papa! Cuando la «fumata»  blanca indicó que ya teníamos papa, bajamos a la iglesia, con una alegría inmensa, a dar gracias a Dios.

Preparando la fiesta de san José, hacíamos sacrificios poniendo por cada uno un granito de trigo en una cestita para que una vez molidos fueran las formas que los nuevos sacerdotes debían consagrar en el día de su ordenación, el día de san José.

Cuando estaba ya tan mal, antes de que le llevaran a la enfermería de Sant Cugat, le llevábamos a su despacho flanes que hacía mi madre y que era lo único que tomaba.

El 24 de febrero de 1958 murió el padre en Sant Cugat del Vallès a donde había sido trasladado un mes antes. Sobre su tumba sólo tres fechas, dice María López, «evocan lacónicamente los largos años de sacerdocio, trabajo, estudio, enseñanza y magisterio del hijo de san Ignacio».

Fui testigo de la triste orfandad en que quedaron sus discípulos porque, otra vez citando a Mª Asunción López, «además de maestro era para todos el confidente, el amigo, el padre que se prodigaba y daba sin contar, como da la persona que ama, porque el padre Orlandis amaba a sus discípulos». Que él nos acoja en el Cielo, donde prometió esperarnos.

Gracias, padre Orlandis, por habernos señalado el camino del Cielo, el amor del Corazón sacratísimo de Jesús, y la fuente que derrama todas sus misericordias, la Santísima Virgen Medianera de todas las gracias. Y confiamos en que nos saldrá a recibir a la puerta del Cielo como prometió. ¡Gracias, padre, por tanto!

Etiquetas: Padre Orlandis
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