La escritora Anne Bernet, desde las páginas de France Catholique, reflexiona sobre un aspecto del mensaje de Lourdes al que habitualmente no se le presta mucha atención: «El ciclo de apariciones marianas en la Francia del siglo XIX puede leerse como una larga advertencia contra la deriva social posrevolucionaria. La Rue du Bac, en 1830, advertía de los peligros de la caída de la monarquía y de la descristianización, pues al negar a Dios se
abrían las puertas de un mundo inhumano; La Salette, en 1846, subrayaba las consecuencias de estos cambios: el abandono de la práctica religiosa y de las normas alimentarias propias de la Cuaresma, el trabajo dominical, la depravación de una parte del clero, faltas que provocaban la cólera divina y merecían castigo. Sin embargo se piensa que Lourdes no tenía ni una dimensión política ni una condena de la modernidad. Y sin embargo…
Ningún anuncio catastrofista
Cuando Bernadette, en Nevers, dijo que el mensaje de la Virgen no era político, decía la verdad, según su propio criterio y las expectativas de las personas que le preguntaban, en el sentido de que en las apariciones no hay ningún anuncio catastrofista: nada de derramamiento de sangre, nada de ciudades pecadoras aniquiladas, sólo una denuncia subyacente de los errores de la época, y de los venideros, una denuncia silenciosa que Bernadette ilustra sin saberlo, siendo encarnación de la víctima inocente de una sociedad en la que ella y su familia ya no tienen cabida. La familia Soubirous parece salida de una novela de Hugo o Zola, la buena sociedad de Lourdes parece como escapada de Balzac o Flaubert. Por un lado, el orden, el decoro y las buenas costumbres, al menos en apariencia; por el otro, una familia de artesanos arruinada, no por la desgracia sino, como sostiene la “buena sociedad”, por la pereza del padre y el despilfarro de la madre. Al cabo de un tiempo, cuando la pareja ya se había hundido en la pobreza, sin que nadie les echara una mano, cuando François Soubirous fue encarcelado por
haber cogido un trozo de madera abandonado en la vía pública, cuando Louise, sin pan para sus hijos, tuvo que conformarse con un vaso de vino malo como comida, los “buenos cristianos” describirían a Bernadette como “la hija de un ladrón y de una borracha”. Estas personas, pobres de una manera que ni podemos imaginar, no poseen nada, habiendo perdido el molino familiar, aparte del producto del trabajo que se les niega porque uno “roba” y la otra “bebe”; arrojados al lumpen proletariado, son esas “clases trabajadoras peligrosas” de las que propietarios, patronos, policías y magistrados desconfían. “Es la magnitud de su miseria lo que me hace sospechar de él”, afirmó el panadero de Lourdes cuando acusó erróneamente a M. Soubirous de robar tres barras de pan, sin conmoverse por sus hijos hambrientos.
Jesús y María leen los corazones
Será la mayor de esos niños, una muchacha enfermiza y raquítica, analfabeta, que sólo hablaba el dialecto de la zona, a la que, sin embargo, Nuestra Señora decidió aparecerse dieciocho veces… Peor aún, para hacerlo, eligió una gruta a orillas del Gave donde los criadores de cerdos apacentaban sus animales y se paseaban las prostitutas. ¿Se puede expresar más claramente que ella y su Hijo no tienen nada que ver con los prejuicios? Leen
los corazones, y los corazones de los pobres son a veces mejores que los de los ricos. “¡Pequeña mocosa!”, le espetó la mujer del farmacéutico, “la mujer más bella de Lourdes” según el superintendente, que sabía de lo que hablaba, mientras abofeteaba a Bernadette por acusarla de mentir. Pero cuando la Virgen se dirigió a la misma niña, le dijo, dirigiéndose a ella con una cortesía que nadie había empleado nunca con la pequeña: “¿Me harás la
gracia de venir aquí todos los días?”. La cortesía del Cielo es diferente de los “buenos modales” de una burguesía donde una supuesta “buena educación” intenta compensar la ausencia de verdadera nobleza, que nada tiene que ver con el nacimiento o el nombre. ¿Es inocente que la Reina del Cielo elija como confidente a la hija Soubirous, que significa Soberana, porque conviene recordar que el pobre padre de Bernadette es un rey caído por la
maldad de los demás, como lo será por enfermedad Louis Martin, el padre de Teresita? Decididamente todo es un mensaje en esta novela realista donde el Cielo trastoca el escenario.
«¡No os enriquezcáis!»
Las autoridades sospechaban que la familia Soubirous había montado una estafa para recaudar dinero, porque atribuían a otros sus propios defectos. No entendían nada, pues habían adoptado como lema las famosas palabras del ministro Guizot, verdadero eslogan de la época: “¡Enriqueceos!” Durante toda su vida, Bernadette repitió a los suyos: “¡No os enriquezcáis! Sobre todo, ¡no os enriquezcáis!”, y cuando sorprendió a su hermano menor aceptando dinero de una visitante, le dio una bofetada en la cara y le dijo que devolviera aquella humilante limosna. Al obispo de Montpelier, monseñor Thibault, que quiso regalarle un precioso rosario, Bernadette respondió, para gran confusión del prelado y de los sacerdotes que le rodeaban: “Monseñor, la
Santísima Virgen no ama las vanidades”. El obispo preguntó: “¿Es pobre esta niña?”, “Sí, muy pobre”, respondió el sacerdote. Con lágrimas en los ojos, el obispo Thibault exclamó, haciéndose eco del Magnificat: “No, Bernadette, no eres pobre; eres bienaventurada”.
“Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. El beato Pío IX no se equivocaba cuando veía en los acontecimientos de Lourdes la
aprobación celestial de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, que busca salvar al mundo del nefasto modelo nacido de la Ilustración. Los buenos filósofos burgueses tienen razón al desconfiar del mensaje de Lourdes: es, en efecto, revolucionario, pero al modo del Evangelio».
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