Una de las catequesis que el papa Benedicto XVI impartió sobre santo Tomás de Aquino (2 de junio de 2010) finalizaba con estas palabras:
«La vida y las enseñanzas de santo Tomás de Aquino se podrían resumir en un episodio transmitido por los antiguos biógrafos. Mientras el santo, como acostumbraba, oraba ante el crucifijo por la mañana temprano en la capilla de San Nicolás, en Nápoles, Domenico da Caserta, el sacristán de la iglesia, oyó un diálogo. Tomás preguntaba, preocupado, si cuanto había escrito sobre los misterios de la fe cristiana era correcto. Y el Crucifijo respondió: “Tú has escrito bien de mí, Tomás. ¿Cuál será tu recompensa?”. Y la respuesta que dio Tomás es la que también nosotros, amigos y discípulos de Jesús, quisiéramos darle siempre: “¡Nada más que tú, Señor!».
Este año 2024 la Iglesia ha celebrado los 800 años del nacimiento de este gran teólogo y doctor de la Iglesia. Con motivo de ello aparece la obra que presentamos a continuación: La verdad de santo Tomás de Aquino, del presbítero de la diócesis de Valencia Juan José Llamedo González, quien afirma del santo:
«Pocos hombres o mujeres logran, en tan breve espacio de tiempo, crear un legado tan extenso y tan intenso. Intenso por la cantidad y calidad de una vida plasmada en dignidad, santidad y sabiduría. Es extenso tanto por la cantidad y la calidad de escritos directos como por el eco y el efecto de una existencia y un modo de pensar que siguen siendo un referente, después de casi 800 años.
»Aunque algunos pretendan sofocarlo saltándose el devenir de la historia, como si el intervalo entre 1225 y 1274 no hubiera existido, hay Tomás de Aquino para rato. Su aportación a la cultura, al pensamiento y a la dignidad de las personas humanas no se silencia fácilmente. La influencia de santo Tomás de Aquino llega hasta nuestros días e impregna nuestra cultura.
»Del siglo xiii, con unas plumas de ave, unos tinteros y hojas de papiro, pergamino o aquel aún tosco papel, más la ayuda de un fiel secretario y de cinco o seis amanuenses, se conservan más de 130 obras auténticas. Algunas de ellas de gran volumen como la Suma contra gentiles o la Suma teológica. Opúsculos de filosofía, teología, política o moral; cartas; comentarios bíblicos…
»No, no es posible silenciar a Tomás de Aquino. Puede que se desee silenciar su nombre por aquello de no reconocer que la fe mueve la razón a buscar el bien y la verdad. Y que el varón y la mujer sean más auténticamente humanos cuando desplieguen lo que tiene por naturaleza, sin someterse a la tiranía de la sinrazón».
Con el ánimo de dar a conocer a este gran santo, en esta biografía novelada, el autor nos acerca, junto al contexto histórico y vida del santo, a su pensamientos filosófico y teológico, extractando numerosos textos de la obra del Aquinate con las que va condimentando, de manera ágil, la narración de su vida.
Es así como recoge una preciosa oración que solía dirigir a menudo a la Virgen María, la cual es digna de ser enmarcada en un lugar visible de nuestras casas:
«A las entrañas de tu piedad encomiendo hoy, y para todos los días de mi vida, mi cuerpo, mi alma, todos mis actos, los pensamientos, la voluntad, los deseos, las palabras, las obras y toda mi vida y mi fin. Para que, con tu intercesión, todas las cosas se orienten al bien, según la voluntad de tu Hijo amado y Señor nuestro, Jesucristo. Para que tú seas para mí, oh Señora mía santísima, auxilio y consuelo ante las tentaciones y las luchas del antiguo enemigo y de todos los demás enemigos.
»Pide para mí, oh, Señora, una perpetua castidad de mente y del corazón, para que con un corazón puro y un cuerpo casto pueda servir a tu querido Hijo y a ti en mi Orden.
»Consigue de tu Hijo para mí la pobreza voluntaria con la paciencia y la tranquilidad de ánimo, para que sea capaz de sostener la disciplina de la Orden y de trabajar por mi salvación y la de mi prójimo. Y, además, pide para mí, oh, dulcísima Señora, una caridad con la que yo ame con todo el corazón a tu Hijo sacratísimo, Nuestro Señor Jesucristo, y a ti, después de Él, sobre todo y al prójimo en Dios y por Dios.
»Haz, oh, Reina del Cielo, que yo tenga siempre en el corazón el temor junto al amor de tu dulcísimo Hijo.
»Te ruego, además, que, en el momento del fin de mi vida, tú, Madre única, puerta del Cielo y abogada de los pecadores, no permitas que yo, indigno siervo tuyo, me aleje de la santa fe católica. Te ruego que tú me socorras con tu gran piedad y misericordia, y me defiendas de los espíritus del mal; y que yo, lleno de esperanza en la bendita y gloriosa Pasión de tu Hijo y en tu intercesión, obtenga de Él el perdón de mis pecados y que, muriendo en tu amor y en su amor, me dirija por la vía de la salvación y de la salud eterna».
O aquella otra oración que con gran devoción rezaba cada día santo Tomás tras la comunión eucarística:
«Gracias te doy, Señor Dios, Padre todopoderoso, por todos los beneficios. Y señaladamente porque has querido admitirme a la participación del sacratísimo Cuerpo y Sangre de tu unigénito Hijo. Te suplico, Padre clementísimo, que esta sagrada comunión no sea para mi alma lazo ni ocasión de castigo, sino intercesión saludable para el perdón. Sea armadura de mi fe, escudo de mi buena voluntad, muerte de todos mis vicios, exterminio de todos mis carnales apetitos; y aumento de caridad, paciencia y verdadera humildad y de todas las virtudes; sea perfecto sosiego de mi cuerpo y de mi espíritu, firme defensa contra todos mis enemigos visibles e invisibles, perpetua unión contigo sólo, mi verdadero Dios y Señor, y sello feliz de mi dichosa muerte. Y te ruego que tengas por bien llevarme a mí, pecador, a aquel convite inefable, donde tú, con tu Hijo y el Espíritu Santo, eres para tus santos luz verdadera, y satisfacción cumplida y gozo perdurable, dicha completa y felicidad perfecta. Por Cristo Nuestro Señor. Amén».
En otra ocasión aparece la figura de fray Reginaldo, su secretario y amigo íntimo, quien nos cuenta cómo santo Tomás «antes de ponerse a estudiar, sostener una discusión, enseñar, escribir, o dictar, recurría a la oración en secreto, con frecuencia deshecho en lágrimas. Si alguna duda se le ofrecía, interrumpía el trabajo mental para acudir nuevamente a sus plegarias». Al hilo de lo cual recuerda aquella oración que solía rezar el santo antes del estudio:
«Oh, inefable Creador nuestro, altísimo principio y fuente verdadera de luz y sabiduría, dígnate infundir el rayo de tu claridad sobre las tinieblas de mi inteligencia, removiendo la doble oscuridad con la que nací: la del pecado y la ignorancia. ¡Tú, que haces elocuentes las lenguas de los pequeños, instruye la mía, e infunde en mis labios la gracia de tu bendición! Dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facilidad para atender, sutileza para interpretar y gracia abundante para hablar. Dame acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar ¡Oh, Señor! Dios y hombre verdadero, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén».
Junto a todos estos aspectos biográficos, a lo largo de la obra, encontramos varias explicaciones de los numerosos temas en los que profundizó el doctor Angélico, como ésta sobre el concepto del mal que se recoge a modo de conversación con uno de sus discípulos:
«Lo malo no es algo, sino fallo de algo en su bondad. Algunos arguyen que, ya que existe el mal, Dios no existe. Más bien hay que argumentar al revés. La experiencia de lo malo prueba la existencia de Dios, pues lo malo no se daría si desapareciese el orden del bien, cuya privación es lo malo, y tal orden no se daría si Dios no existiera. La perfección del universo exige que haya entes incorruptibles y entes corruptibles. Luego existen entes que pueden fallar en su bondad, de lo cual se sigue naturalmente que falle de hecho alguna vez. En esto consiste, precisamente, la razón de lo malo, a saber, en que alguna cosa decaiga en su bondad. La Providencia divina no tiene porqué excluir de las cosas la posibilidad de fallar en el bien. Lo propio de la Providencia divina consiste en conservar la naturaleza, no en destruirla. Lo malo entró en el mundo por efecto del pecado del hombre».
Este relato novelado nos embarca en la maravillosa aventura de conocer la figura de santo Tomás de Aquino profundizando en su vida, su doctrina y su personalidad, para descubrir la intensidad y fecundidad de sus apenas cincuenta años de vida, presentándolo como un incansable buscador de la Verdad. Retrata a un hombre que, sabiéndose frágil y pequeño, huyó de toda soberbia y endiosamiento.
Por todo ello el papa Juan XXII pareció canonizar a un mismo tiempo sus virtudes y su doctrina, al pronunciar, hablando a los cardenales en consistorio, aquella memorable sentencia: «Iluminó la Iglesia de Dios más que ningún otro doctor; y saca más provecho el que estudia un año solamente en sus libros, que el que sigue todo el curso de su vida las enseñanzas de los otros». Es así como esta obra nos ayuda a acercarnos a la figura de este gran santo y doctor de la Iglesia de perenne actualidad en los tiempos actuales.