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CRISTIANDAD

Cómo compuso san Francisco de Asís el «Cántico de las criaturas»

Por Francesc Mª Manresa i Lamarca
diciembre 2024
en Artículos
5 min de lectura

acía en este mismo lugar [San Damián] el bienaventurado Francisco y llevaba más de cincuenta días sin poder soportar de día la luz del sol, ni de noche el resplandor del fuego. Permanecía constantemente a oscuras tanto en la casa como en aquella celdilla. Tenía, además, grandes dolores en los ojos día y noche, de modo que casi no podía descansar ni dormir durante la noche; lo que dañaba mucho y perjudicaba a la enfermedad de sus ojos y sus demás enfermedades. Y lo que era peor: si alguna vez quería descansar o dormir, había tantos ratones en la casa y en la celdilla donde yacía –que estaba hecha de esteras y situada a un lado de la casa–, que con sus correrías encima de él y a su derredor no le dejaban dormir, y hasta en el tiempo de la oración le estorbaban sobremanera. Y no sólo de noche, sino también le molestaban de día: cuando se ponía a comer, saltaban sobre su mesa; lo cual indujo a sus compañeros y a él mismo a pensar que se trataba de una tentación diabólica, como era en realidad.

En esto, cierta noche, considerando el bienaventurado Francisco cuántas tribulaciones padecía, sintió compasión de sí mismo y se dijo: «Señor, ven en mi ayuda en mis enfermedades para que pueda soportarlas con paciencia». De pronto le fue dicho en espíritu: «Dime, hermano: si por estas enfermedades y tribulaciones alguien te diera un tesoro tan grande que, en su comparación, consideraras como nada el que toda la tierra se convirtiera en oro; todas las piedras, en piedras preciosas, y toda el agua, en bálsamo; y estas cosas las tuvieras en tan poco como si en realidad fueran sólo pura tierra y piedras y agua materiales, ¿no te alegrarías por tan gran tesoro?». Respondió el bienaventurado Francisco: «En verdad, Señor, ése sería un gran tesoro, inefable, muy precioso, muy amable y deseable». «Pues bien, hermano –dijo la voz–; regocíjate y alégrate en medio de tus enfermedades y tribulaciones, pues por lo demás has de sentirte tan en paz como si estuvieras ya en mi Reino».

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Por la mañana al levantarse dijo a sus compañeros: «Si el emperador diera un reino entero a uno de sus siervos, ¿no debería alegrarse sobremanera? Y si le diera todo el imperio, ¿no sería todavía mayor el contento?». Y añadió: «Pues yo debo rebosar de alegría en mis enfermedades y tribulaciones, encontrar mi consuelo en el Señor y dar rendidas gracias al Padre, a su Hijo único Nuestro Señor Jesucristo y al Espíritu Santo, porque Él me ha dado esta gracia y bendición; se ha dignado en su misericordia asegurarme a mí, su pobre e indigno siervo, cuando todavía vivo en carne, la participaciónensu Reino. Por eso, quiero componer para su gloria, para consuelo nuestro y edificación del prójimo una nueva alabanza del Señor por sus criaturas. Cada día ellas satisfacen nuestras necesidades; sin ellas no podemos vivir, y, sin embargo, por ellas el género humano ofende mucho al Creador. Cada día somos ingratos a tantos dones y no loamos como debiéramos a nuestro Creador y al Dispensador de todos estos bienes».

Se sentó, se concentró un momento y empezó a decir: «Altísimo, omnipotente, buen Señor…». Y compuso para esta alabanza una melodía que enseñó a sus compañeros para que la cantaran. Su corazón se llenó de tanta dulzura y consuelo, que quería mandar a alguien en busca del hermano Pacífico, en el siglo rey de los versos y muy cortesano maestro de cantores, para que, en compañía de algunos hermanos buenos y espirituales, fuera por el mundo predicando y alabando a Dios.

Quería, y es lo que les aconsejaba, que primero alguno de ellos que supiera predicar lo hiciera y que después de la predicación cantaran las alabanzas del Señor, como verdaderos juglares del Señor. Quería que, concluidas las alabanzas, el predicador dijera al pueblo: «Somos juglares del Señor, y la única paga que deseamos de vosotros es que permanezcáis en verdadera penitencia». Y añadía: «¿Qué son, en efecto, los siervos de Dios sino unos juglares que deben mover los corazones para encaminarlos a las alegrías del espíritu?» (cf. Admoniciones 20). Y lo decía en particular de los hermanos menores, que han sido dados al pueblo para su salvación.

A estas alabanzas del Señor, que empiezan por «Altísimo, omnipotente, buen Señor…», les puso el título de Cántico del hermano sol, porque él es la más bella de todas las criaturas y la que más puede asemejarse a Dios.

Solía decir: «Por la mañana, a la salida del sol, todo hombre debería alabar a Dios que lo creó, pues durante el día nuestros ojos se iluminan con su luz; por la tarde, cuando anochece, todo hombre debería loar a Dios por esa otra criatura, nuestro hermano el fuego, pues por él son iluminados nuestros ojos de noche». Y añadió: «Todos nosotros somos como ciegos, a quienes Dios ha dado la luz por medio de estas dos criaturas. Por eso debemos alabar siempre y de forma especial al glorioso Creador por ellas y por todas las demás de las que a diario nos servimos».

Él así lo hizo, y lo hacía con alegría en la salud y en la enfermedad, e invitaba a los demás a que alabaran al Señor. Y, cuando arreciaban sus dolores, él mismo entonaba las alabanzas del Señor y hacía que las continuaran sus compañeros, para que, abismado en la meditación de la alabanza del Señor, olvidara la violencia de sus dolores y males. Así perseveró hasta el día de su muerte.

Cántico de las criaturas
(San Francisco de Asís, invierno de 1225)

ALTÍSIMO, omnipotente, buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.
A ti solo, Altísimo, corresponden,
y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.
Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano sol,
el cual es día y por el cual nos alumbras.
Y él es bello y radiante con gran esplendor;
de ti, Altísimo, lleva signifi cación.
Loado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas;
en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.
Loado seas, mi Señor,
por el hermano viento,
y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.
Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.
Loado seas, mi Señor, por el hermano
fuego, por el cual alumbras la noche,
y él es bello y alegre y robusto y fuerte.
Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna,
y produce diversos frutos con coloridas fl ores y hierbas.
Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor,
y soportan enfermedad y tribulación.
Bienaventurados aquellos que las sufren en paz,
pues por ti, Altísimo, coronados serán.
Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal!
Bienaventurados aquellos a quienes encontrará
en tu santísima voluntad,
pues la muerte segunda no les hará mal.
Load y bendecid a mi Señor
y dadle gracias y servidle con gran humildad.

Etiquetas: "El Cántico de las Criaturas"san Francisco de Asís
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