21 de julio de 1936. Tras eL asalto al palacio episcopal Antonio Tort acoge a mons. Irurita en su casa
El martes 21 de julio de 1936 a primera hora de la mañana, un grupo de «incontrolados» se presenta ante la catedral para incendiarla, pero al verla protegida por los guardias, se llegan al vecino palacio episcopal. Se agolpan ante la gruesa puerta cerrada gritando que van en busca del obispo y de los tesoros. Echan gasolina a la puerta y le prenden fuego, disparando contra la cerradura, que intentan forzar con palancas.
Ante el inminente asalto, los tres policías que escoltaban el edificio le dicen al obispo que no pueden protegerle, y que debe huir. Mons. Irurita, que acababa de celebrar la santa misa, recoge la reserva del Santísimo y el copón pequeño y en voz alta dice: «Señor, lo que tú quieras».
Sus familiares y el conserje le obligan a que se desprenda de la sotana y de la cruz pectoral, que se resiste a dejar. Le sientan en un peldaño y le quitan las medias moradas y las hebillas de plata de los zapatos; le cubren con la bata y la gorra del conserje, y, por la puerta de la casa de éste que da al callejón de Montjuich del Obispo núm. 2, salen del palacio Mons. Irurita, con Mn. Goñi, su prima Emeteria Almándoz y el conserje Eusebio. Los policías les abandonan a su suerte.
En la última visita que Mons. Irurita hizo al seminario, saliendo de la capilla dijo a los superiores: «¡Qué dicha! A mí me gustaría que al obispo de Barcelona le pusieran una soga al cuello y lo arrastraran por las calles…». Pensó que ahora iba a cumplirse su deseo.
Entran a refugiarse en casa del sacerdote Mn. José Faura, enfrente, en el núm. 3 de la calleja, pero al llegar al piso una telefonista amiga dice que el obispo allí no está seguro, que se venga con ella a su domicilio, y bajan todos a la calle.
- Antonio Tort Reixachs
- Antonio Tort tenía 41 años, era orfebre y estaba casado desde 1917 con Dª María Josefa Gavín Sagardia. En aquel julio de 1936 se encontraba con su familia de diez hijos en su casa de Monistrol de Montserrat donde había nacido.
Al llegarle noticias de los desmanes de las patrullas contra los templos en Barcelona, decidió acudir a proteger la catedral y el palacio episcopal, y ante la falta de medios de transporte, emprendió el camino a pie. Monistrol dista de Barcelona 50 Kms, y tuvo que hacer noche en casa de unos amigos en Sant Feliu de Llobregat. Reemprendió el viaje muy de mañana y llegó pronto a su casa.
Viendo como las turbas intentaban asaltar el obispado, Antonio Tort acudió por el callejón de Montjuich a salvar lo que pudiera, y allí vio al grupo de los salidos del palacio episcopal y casa de Mn. Faura rodeando al obispo Mons. Irurita sin saber a donde dirigirse. Es entonces cuando Dios providente procedió a actuar mediante un protector extraordinario: D. Antonio Tort Reixachs.
Antonio Tort a Mons. Irurita: «Ud. se viene a mi casa»
Antonio Tort le dice a Mons Irurita: «Ud. se viene a mi casa», siguiéndole todos por la calleja hasta su cercano domicilio en calle del Call núm.17. En el corto trayecto, un piquete de milicianos paró al grupo en que iba Mons. Irurita, y preguntó si alguno de ellos era el obispo, pero el conserje Eusebio les disuadió: «¡Ca, el obispo marchó ya hace días!». Los asaltantes tras escalar el balcón, penetran en palacio y destrozan y echan a la calle lo que les parece.
El asalto al palacio episcopal dirigido por el comisario de Prensa de la Generalitat
Francisco Lacruz escribe que el asalto al palacio episcopal del 21 de julio fue dirigido por el comisario de Prensa de la Generalitat Joaquín Vilá Bisa que gozaba de plena confianza del president Companys, y del que dice que:«Después del saqueo, Joaquín Vilá se presentó en la Generalidad revestido de ornamentos sagrados que procedían de aquel expolio. Su presencia fue acogida en el Palacio del Gobierno autónomo con risotadas aprobatorias, aunque días después, para disipar el mal efecto de la salvajada, se dijo que Companys había reñido a Vilá por «aquella broma de mal gusto».[1] Mn. Sanabre escribe que si no fue destruida la documentación del Archivo Episcopal, fue porque temían que el fuego se propagara al vecino Palacio de la Generalitat, no quisieron molestarse en trasladarla a la calle, y se limitaron a la tarea de devastación y busca de tesoros. [2]
En casa Tort alojaron a Mons Irurita en una habitación que daba a la calle con dos camas separadas por un biombo, y el resto fue destinado a oratorio. Lo presidía una cómoda con la imagen de la Virgen de la Merced, y delante de ella una mesa con frontal y un mantel blanco, donde estaba colocado el Santísimo Sacramento todo el día con lamparita siempre encendida. Ante él en un reclinatorio pasaba largas horas orando el señor obispo.
Adoración continua en casa Tort
Mercedes Tort testifica la vida cuasi conventual de la casa: «Teníamos organizada la adoración continua al Santísimo, que empezaba a las nueve de la mañana, turnándonos sucesivamente. Allí estaba ya arrodillado Don Manuel a las cinco de la mañana, preparándose para la Santa Misa que celebraban él y don Marcos y en las que comulgábamos todos.
Había cada día dos misas; la primera, a las seis y media, la celebraba el señor obispo, y le ayudaba D. Marcos; la segunda, la celebraba éste, ayudándole D. Antonio Tort.
A las doce del mediodía se rezaba el Ángelus y la primera parte del Rosario en el oratorio. Después de comer se tenía en familia la visita del Santísimo. A las cinco de la tarde, otra parte del Rosario y las letanías del Sagrado Corazón. A las ocho de la noche, la última parte del Rosario con la visita al Santísimo. Esta era la pauta de vida común de aquella familia.»
Escribe la hermana Torres: «El mes de octubre podemos afirmar que el señor obispo lo pasó rezando rosarios. También le acompañaba su familiar. Hubo días que pasaron de veinte partes y aún llegó a veinticinco», así como varios vía crucis». «Los primeros días –sigue diciendo Mercedes Tort–, tras el trabajo, las hermanas, Paquita y yo nos reuníamos alrededor del señor obispo, bien en el cuarto de las niñas, bien en el comedor. Si era en el cuarto de las niñas, él se colocaba bajo el cuadro del Niño Jesús; si en el comedor, debajo del Sagrado Corazón: nosotros nos poníamos en corro a su alrededor y nos contaba cosas espirituales, detalles de su vida y de su vocación sacerdotal».
«Después de la cena, en las noches calurosas de aquel verano, el señor obispo y los hermanos Tort tomaban el fresco y cambiaban impresiones bajo la persiana del balcón desde el que se veía la plaza de San Jaime, y el obispo bendecía todos los días a las turbas que se congregaban ante la Casa Consistorial y la Generalitat. Cuando en un mitin se le acusó de cobarde y pastor mercenario, decía sonriendo: «poco saben, ni piensan, que cada noche les bendigo y ruego por ellos.»
«En todas y cada una de las cosas nos edificaba; durante los cuatro meses que estuve con él, puedo asegurar que no oí palabra, ni vi acción alguna que no fuese edificante. En la mesa era muy mortificado, por la más pequeña cosa que se le hacía se mostraba sumamente agradecido, no se quejaba de nada ni de nadie». En el comedor estaba entronizada la imagen del Sagrado Corazón, y en la puerta del piso figuraba su placa.
Cuando el domingo 19 de julio una patrulla vino a detener al vecino D. Luciano Cunill, chocolatero de los bajos y cabo del somatén, no la vieron, pero los vecinos, asustados, pidieron que la quitara, y D. Antonio puso la placa por dentro. Al Sr. Cunill lo asesinarían poco después.
Confiando en un pronto final de la Revolución, Antonio Tort fabricaba un báculo para la fiesta de la Purísima, y las carmelitas le confeccionaban una mitra. Cuando se lamentaban de tantas tribulaciones Don Manuel les tranquilizaba: «¡Qué prueba verifica el Señor con sus fieles!… ¡No atemos sus manos; muy bien sabe Él lo que ha de durar y lo que nos conviene!».
El 5 de agosto llegaron a refugiarse en casa Tort otras dos carmelitas: sor Elvira y sor María Torres. La vida durante aquellos meses transcurría tranquila dentro de la clausura.
No faltaban los chistes y acertijos de don Marcos, que era muy alegre y chispeante.
Escribe la hermana Sabanés: «Transcurrieron los días y los meses sintiéndonos, a pesar de todo, felices, tranquilos y confiados, siempre alentados por la suavidad del señor obispo, que nunca perdía su característica sonrisa, animándonos a esperar, confiando siempre en el Señor.»
Dª. María Gavín, esposa de D. Antonio Tort, había regresado a Barcelona en agosto con los niños pequeños. El 3 de septiembre, dio a luz en casa al undécimo de los hijos de la familia Tort-Gavín. «Por la tarde del mismo día don Marcos lo bautizó, siendo padrino el señor obispo, quien le impuso el nombre de Manuel María.»
En casa de D. Antonio Tort: «El senyor gran i el senyor petit»
En casa de D. Antonio Tort D. Manuel se dejó crecer la barba y D. Marcos el bigote. Dice Mn. Ribes que lo hicieron para no ser reconocidos y comprometer a la familia Tort, pues la esposa le manifestó que «ellos no querían hacerlo, pero lo aceptaron por el bien de los demás.»
Para nombrarlos discretamente en la casa, a Mons. Irurita se le llamaba «el señor», y a Mn. Goñi «don Marcos», pero un día Antoñito, hijo de cuatro años, fijándose en la estatura de ambos, les llamó «el senyor gran i el senyor petit», y desde entonces en el hablar de los niños Don Manuel era «el senyor gran» por ser más alto, y don Marcos «el senyor petit», por ser más bajo. Este modo de identificarlos se extendió al resto de convivientes.
El hermano jesuita Francisco Vives, amanuense del Provincial, había conseguido embarcar a Italia al padre Murall a través del cónsul Italiano D. Carlo Bossi. El padreTorrent y D. Antonio Tort le encomendaron preparar la salida de Mons. Irurita.
Dice el hermano Vives que fue a casa de los Tort a hablar de la posibilidad de salir al extranjero, y que el Sr. obispo le dijo: «Si el Santo Padre me llama, correré a su llamada a pesar de todos los peligros; pero, de lo contrario, estoy contento de no separarme de mi diócesis.»
1 de diciembre de 1936, la patrulla de control núm. 11 invade casa Tort
A primera hora de la tarde del 1 de diciembre un grupo de milicianos de la patrulla nº 11 se presentaba a registrar la casa de D. Antonio Tort en el piso principal de la calle del Call núm. 17, al haber hallado una lista de asistentes a un aplec en Montserrat en que figuraban su hermano Francisco y su hija Mercedes de 18 años.
Durante el registro el obispo estuvo sentado en el comedor repitiendo en voz queda: «Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.» Registraron y saquearon la casa a sus anchas, y habiendo tomado uno de ellos el copón que contenía las sagradas formas, lo dejó sobre una mesa. En un santiamén, Don Antonio Tort lo tomó y fue distribuyendo las sagradas formas a todos los moradores de la casa. A su hijito Jaime, de cinco años, su padre, le administró la Primera Comunión: «Hijo mío, te quitan el padre de la tierra, pero aquí tienes a tu Padre del Cielo, que no te podrá quitar nadie.» Antonio Tort se despidió de los suyos con la frase con la que los padres cristianos desearíamos despedirmos de nuestros hijos en la hora de la muerte: ¡Fins el Cel! (hasta el Cielo).
Se llevaron detenidos a la sede de la patrulla, Ateneo Colón en la calle Pedro IV 166 a Mons. Manuel Irurita, a su familiar Mn. Marcos Goñi, a los hermanos Antonio y Francisco Tort, a las carmelitas sor María Torres y sor Montserrat Sabanés, y a Mercedes, hija de don Antonio, a la que liberarán por ser menor de edad.
En la checa de San Elías del 1 al 3 de diciembre
Escribe sor María Torres que en el Ateneo Colón: «A eso de las diez de la noche nos llamaron de nuevo, y a las dos y a los hermanos Tort, nos hicieron bajar para entrar en un coche… Al momento de partir nos dimos cuenta que bajaban también el señor obispo y don Marcos, que subieron a otro coche, y los dos emprendieron el camino. Después de un buen rato –prosigue la hermana Torres– llegamos al comité central vulgarmente llamado de San Elías.»
Esperando ser interrogada la hermana María Torres le dijo a Mons. Irurita: «Si me preguntan sobre quiénes son ustedes, ¿qué digo? Di de todo la verdad, que somos dos sacerdotes vascos. Y ¿en cuanto al nombre? Di que mi nombre es Manuel», y si les preguntan el apellido, digan que puede que sea Pérez, como un apellido común.
Mons. Irurita y Mn. Goñi, para no ser entendidos por sus carceleros, hablaban entre sí en euskera, su lengua materna.
Don Manuel animó a las religiosas: «Decid muchas veces, ¡Sagrado Corazón de Jesús en Vos confío!». Le registraron y quitaron el rosario. Lo reclamó, y lo miraron y remiraron para ver qué tenía de particular, pero él afirmó: «Es que no puedo vivir sin el rosario». Lo echaron al suelo. Se arrodilló, lo recogió y lo besó.
«En la mañana del viernes día 4 ya no vimos a ninguno de los cuatro»
La carmelita de la Caridad María Torres que estuvo en San Elías desde la noche del martes 1 hasta la mañana del viernes 4 en que la llevan con otros presos al Palacio de Justicia, testimonia: «En la comida y cena de los días 2 miércoles y 3 jueves, al bajar al comedor en el piso de abajo veíamos al Sr Obispo, a Marcos Goñi y a Antonio Tort; nos saludamos de lejos y disimuladamente nos bendecía.»
El jueves día 3, antes de la cena Antonio Tort le da 10 ptas. al jefe del comedor para las chicas, que las reciben. Añade la hermana Torres: «A la mañana siguiente, o sea el viernes día 4, al salir como de costumbre, ya no vimos a nuestros amigos. ¿Dónde estaban? Serían la once de la mañana cuando nos llamaron a las dos Hermanas a declarar, y después de varias preguntas, lo que nos hizo estremecer fue cuando nos preguntaron: «¿Aquel que firmaba Manuel Luis Pérez es el obispo de Barcelona?» «Nos quedamos heladas sin saber qué decir. Dios nos dio su gracia, reaccionamos y dijimos: «¿el obispo de Barcelona?, si decía el periódico que había salido para Roma». Insistieron «Pero, ¿quién era aquel Manuel? Dijimos que sabíamos el nombre y que en la casa le llamaban don Manuel». No insistieron más sobre el asunto.
«Mandaron luego que nos condujeran al Palacio de Justicia. Con nosotras salieron también de san Elías tres detenidos. En el coche les preguntamos por los cuatro que habíamos perdido, por los detalles que de ellos dimos, recordaron que eran de los que aquella noche habían desaparecido a las doce, habiendo ido a por ellos los milicianos. Era la noche del jueves al primer viernes de diciembre», tiempo en que Mons. Irurita practicaba la Hora Santa pedida por el Corazón de Jesús a santa Margarita María.
«Creo que no volveréis a verlos en la tierra» (Padre Torrent)
María Gavín, esposa de Antonio Tort, sabiendo que los detenidos habían ingresado en San Elías, acudió a su familiar el policía Ramón Reixachs y a personas de alguna influencia en busca de ayuda para liberarlos, pero ninguna de ellas se la prestó.
La tarde del 4 de diciembre de 1936, el vicario general P. José Mª Torrent, visitaba en su domicilio a los familiares de don Antonio Tort, a sus ancianos padres Jaime y Anita, a su esposa María, y a sus once hijos menores de edad. Quería mostrarles su gratitud, consolarles y hacerles compañía en aquellas horas de prueba, y como una invitación a poner la más ilimitada confianza en la infinita bondad de Dios, les dijo: «Creo que no volveréis a verlos en la tierra».
Así fue. El 5 de abril de 1940 se procedió a la apertura de las fosas del cementerio de Montcada y se exhumaron 1.155 cuerpos, de los que fueron reconocidos 472.
Al examinar José María Tort Gavín, hijo de don Antonio y sobrino de don Francisco, las fichas de los cadáveres exhumados, halló las de su padre y de su tío con los números 802 y 823, como asesinados el 3 de diciembre de 1936. En una de las fichas próximas, la núm. 814, halló la de Mons. Manuel Irurita, y en la núm. 788 la de Mn. Marcos Goñi.
Tras la beatificación de don Antonio Tort Reixachs el pasado 23 de noviembre de 2024, le encomendamos siga protegiendo, como hizo en los cuatro últimos meses de vida mortal, a su querido obispo Mons. Manuel Irurita, para que, quienes estuvieron unidos en su reclusión, detención, fusilamiento y sepultura, lo estén también, Deo volente, en su elevación a los altares.
[1] Francisco Lacruz, El Alzamiento, la Revolución y el Terror en Barcelona, Arysel (1943) 122
[2] Sanabre, El Archivo Diocesano, Barcelona (1947)