UN día al aproximarse Margarita a la reja del coro para recibir la comunión de manos del padre Claudio de la Colombière se le apareció el divino Corazón rodeado de llamas; cerca de Él aparecieron dos corazones que parecían querer unirse y encontrarse con el de Jesús: «De esta manera mi puro amor une estos tres corazones para siempre». Margarita acepta esta unión de corazones, pero se encuentra muy pequeña con respecto al jesuita que le acompaña y un día le dice al Señor: «Señor, ¿no hay una gran desigualdad entre este santo jesuita y vuestra pobrísima esclava?» A lo que el Señor le contesta: «Las riquezas de mi Corazón suplirán y lo igualarán todo; díselo sin temor». Todo estaba preparado para que la hermana Margarita pudiera recibir la máxima revelación del Sagrado Corazón. Era la infraoctava de la fi esta del Corpus Christi, probablemente el día 16 de junio de 1675, cuando estando Margarita en la capilla del monasterio, ante el Santísimo Sacramento expuesto, N.S. Jesucristo le descubre su sacratísimo Corazón y le dice con ademán amoroso: «He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres y que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y que no recibe en reconocimiento de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este sacramento de amor. Pero lo que me es mucho más sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan. Por esto te pido que se me dedique el primer viernes después de la festividad del Santísimo Sacramento a una fi esta particular para honrar mi Corazón, comulgando este día y reparando su honor con un acto púbico de desagravio a fin de expiar las injurias que ha recibido durante el tiempo que he estado expuesto en los altares. Te prometo además que mi Corazón se dilatará para derramar con abundancia las infl uencias de su divino amor sobre los que den este honor y los que procuren le sea tributado». Margarita se ve incapaz de hacerlo, pues está retirada en el convento y le dice al Señor: «¿Cómo puedo cumplir estos encargos?» Le contesta el Señor: «Dirígete a mi siervo (el padre Claudio la Colombière) y dile de mi parte que haga cuanto pueda para establecer esta devoción y complacer así a mi Corazón divino; que no se desanime a pesar de las difi cultades que se le presenten y que no le han de faltar; pero debe saber que es omnipotente aquel que desconfía de sí mismo para confi ar únicamente en mí». Esta aparición es la mayor efusión de luz después de Pentecostés. Pocos días después, el 21 de junio de 1675, fiesta de san Luis Gonzaga, viernes siguiente a la octava de Corpus, mismo día pedido por el Señor, se celebra la primera fiesta del Amor en la que Margarita y el padre la Colombière se consagran al Sagrado Corazón. Las dificultades que señala el Sagrado Corazón al padre Claudio se presentarían muy pronto, pues durante los siguientes quince años se hizo un silencio sobre estas importantísimas revelaciones. Y para más confi rmación poco tiempo después el padre Claudio es enviado a Inglaterra, como predicador de la duquesa de York, futura reina de Inglaterra. Margarita le dio un billete al padre Claudio en el que le señala tres importantes indicaciones para su nueva misión, que él, de momento, no entendió:
I.- El talento del padre La Colombière es el de llevar las almas a Dios: por esto los demonios dirigirán contra él los esfuerzos; hasta las personas consagradas le harán sufrir y no aprobarán lo que diga en sus sermones para guiarlas hacia Dios. Pero la bondad de Dios será su sostén en sus cruces, tanto cuanto en Él confíe.
II.-Debe tener una dulzura compasiva para con los pecadores y no servirse de la fuerza si no cuando Dios se lo dé a entender.
III.- Que tenga gran cuidado de no apartar el bien de su fuente. Esta palabra es corta, pero encierra muchas cosas, de las cuales Dios le dará la inteligencia según la aplicación que haga de ella. Margarita quedó en Paray entre dulces consolaciones y duras tribulaciones.
En esta situación se le volvió a aparecer Jesucristo a Margarita presentándole en una mano el cuadro de una vida, la más dichosa para una religiosa, llena de paz, de consolaciones interiores, gozando de plena salud y con el aplauso y estima de las criaturas y en la otra mano un cuadro de una vida pobre y abyecta, siempre sacrifi cada. El Señor le da a elegir: «Escoge, hija mía, el que más te agrade; cualquiera que elijas, te daré las mismas gracias». Margarita le contestó: «Vos solo me bastáis. Haced de mí lo que más gloria os dé. Con tal que Vos estéis contento me basta». Me contestó el Señor que había escogido la mejor parte, como María y presentándome el cuadro de la crucifi xión me dijo: «He aquí lo que yo escogí y más me agrada, tanto para el cumplimiento de mis designios como para volverte como yo soy». Margarita abrazó este cuadro y aunque se estremeció de espanto, besó la mano del que se lo presentaba y abrazó el cuadro con todo el afecto de su corazón. A partir de dicho momento fueron creciendo los dolores que se le habían anunciado en esta aparición, que fue[1]ron aumentando a lo largo de los años siguientes en que esta devoción estuvo pendiente de las autorizaciones de la madre superiora.