Voluntad salvífica de Jesucristo: sitio! (Tengo sed)
Cansado un día el Señor, al parecer sin finalidad alguna, llegó a la hora del mediodía cerca de una aldea infiel, y se sentó junto a un pozo, mientras iban los discípulos a buscarle alimentos en la ciudad inmediata. Al volver, le hallaron hablando con una mujer samaritana a quien había iluminado y curado el corazón, de la manera más delicada y misericordiosa. Le dijeron que se pusiese a comer. «Yo tengo para comer un alimento -les dijo- que vosotros no sabéis»; y como se maravillasen ellos al oír esto, añadió: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Alzad vuestros ojos y ved los campos que blanquean ya para la siega» (Jn. 4, 31-38).
Con estas palabras nos descubre Cristo la voluntad del Padre, fin único de su misión, y la causa de la esterilidad aparente de sus trabajos. Salvar almas, recoger en el aprisco las ovejas perdidas, traer al hogar doméstico a los hijos de Dios dispersos por el vasto desierto del mundo, lanzar sobre la tierra el fuego del amor divino, y abrasarla en sus llamas; he aquí todo el blanco de su ambición y de sus afanes, de su vida y de sus sacrificios. Pero tan grande empresa no la ha de llevar a cabo por Sí solo, sin cooperadores, pues así lo ha dispuesto la Providencia divina; y muy pocos son los que encuentra que quieran cooperar a su obra, dándole el alimento que ansía en su hambre. Desde lo alto de la cruz, altar de sacrificio, sus ojos, al escudriñar el universo, no encuentran sino almas rebeldes a su amor, y deja la tierra lanzando el grito de su misericordia angustiada: Sitio, tengo sed.
Apostolado de la Oración. Introducción II