Cada primer viernes de mes a la hermana Margarita se le renovaba aquel dolor de costado que le apareció durante la primera revelación cuando lo unió al adorable Corazón de Jesús y al mismo tiempo se le presentaba como un sol brillante.
Y dice Margarita: «Una vez entre todas, estando expuesto el Santísimo Sacramento, después de sentirme completamente retirada al interior de mí misma, se me presentó Jesucristo, mi divino Maestro, todo radiante de gloria, con sus cinco llagas, que brillaban como cinco soles, y por todas partes salían llamas de su sagrada humanidad, especialmente de su adorable pecho y me descubrió su amantísimo y amabilísimo Corazón, que era el vivo foco de donde aparecían todas las llamas.
» Entonces me explicó las inexplicables maravillas de su puro amor y hasta qué exceso había llegado su amor para con los hombres, de quien no recibía sino ingratitudes. Esta aparición era más brillante y regia que las anteriores. Amante apasionado, se queja del desamor de los suyos y, divino mendigo, nos tiende la mano el Señor para solicitar nuestro amor».
«Está atenta a mi voz», le dice Jesús y dirige varias peticiones: «Primera: me recibirás sacramentado, tantas veces como la obediencia te lo permita. Comulgarás además todos los primeros viernes de cada mes. Todas las noches, del jueves al viernes, haré que participes de aquella mortal tristeza que yo quise sentir en el Huerto de los Olivos: tristeza que te reducirá a una especie más difícil de sufrir que la muerte. Para acompañarme en la humilde oración que hice entonces a mi Padre en medio de todas mis congojas, te levantarás de once a doce para postrarte durante una hora conmigo, el rostro en el suelo, tanto para colmar la cólera divina, pidiendo misericordia para los pecadores, como para suavizar, en cierto modo, la amargura que sentí al ser abandonado por mis Apóstoles, obligándome a echarles en cara el no haber podido velar una hora conmigo».
Esta larga aparición, que tuvo lugar el año 1674, hace que Margarita quede absorta en la capilla y las hermanas la tienen que hacer volver en sí y la llevan ante la M. Superiora, la M. de Saumaise, y cae de rodillas en su presencia, temblorosa y conmovida. La M. Superiora la humilla duramente, ella le presenta las peticiones que le ha hecho el divino Corazón y la M. Superiora da un no tajante a todas ellas.
Tras este incidente, Margarita se ve reducida a un estado continuo de fiebre y calentura que no cede ante los remedios que se le recetan. Margarita sufre más de sesenta excesos de fiebre y está a punto de morir. En todo momento el Médico celestial la consuela, incluso se le aparece la Santísima Trinidad en forma de tres jóvenes resplandecientes vestidos de blanco. Otro día, ansiosa por ir a recibir la santa Eucaristía, se le aparece Jesucristo y le dice: «Levántate y ven a buscarme», cosa que hace sin dificultad.
La M. de Saumaise quiere acabar con ello y le dice: «Si son del Señor estas peticiones que me hace, pídale usted la cura enseguida y se las concederé». La enferma obedece y al momento recobra la salud por medio de su Madre divina: «Ánimo, querida hija, yo te doy la salud de parte de mi divino Hijo; aún queda un largo y penoso camino que recorrer». La rápida curación impresiona vivamente a la M. Superiora y a la comunidad.
En vez de aceptar este hecho como una prueba de la verdad de las apariciones, la Superiora y la comunidad se preguntan aún sobre la veracidad del espíritu que las guía y creen necesario hacerla examinar por varias personas doctas. La conclusión de ellos fue considerar a Margarita una visionaria, dándole orden de comer sopa y condenar su gusto por la oración y prohibir a Margarita y a la Superiora que hicieran caso de estas maravillas, por evidentes que fueran.
Durante varios meses Margarita sufre terribles tribulaciones interiores que le sirven para confiar solo en Dios y dominarse a sí misma ante los ataques de la comunidad.
Eran finales del año 1674, cuando Margarita está ya al límite de las resistencias, el divino Maestro interviene y le anuncia: «Yo te enviaré a mi siervo. Descúbrete a él por completo, y él te dirigirá según mis proyectos». A los pocos días de llegar a Paray le-Monial, a mediados de febrero de 1675, como superior de la casa de la Compañía de Jesús en la ciudad, el P. Claudio la Colombière, joven jesuita, casi recién ordenado, hace una visita al monasterio de la Visitación para darse a conocer y al entrar en el locutorio, donde le reciben las hermanas, Margarita siente una voz interior que le dice: «Éste es el que te envío». Tras una plática que dio este joven jesuita a la comunidad, el padre Claudio le pregunta a la Superiora: ¿Quién es esa joven religiosa? Sin duda es un alma privilegiada. Algo especial vio en la Hna. Margarita que le llamó la atención, pero ella no se le descubre hasta que la Madre Superiora no se lo ordena.
En la primera reunión que tuvieron, Margarita le explica al padre todas las maravillas del amor divino que la martirizan, así como todo su interior. Tras esta exposición de su vida el padre Claudio le confirma: «Nada tiene que temer, el espíritu de Dios es quien la guía; siga sus movimientos; sea la víctima del Sagrado Corazón».
¡Un río de paz inundó su corazón!