Cuando en diciembre del año 2006, firmamos la escritura de constitución de la fundación Educatio Servanda, iniciábamos un camino del que no seríamos plenamente conscientes hasta unos años después.
La plena toma de conciencia de que Educatio Servanda era un proyecto inspirado, en el que se escondía algo mucho más grande que una acción humana generosa para contribuir en los ambientes educativos, familiares, culturales y sociales, cambiaría por completo nuestras vidas.
Como matrimonio, decidimos dejar atrás mis fecundas realidades empresariales y yo me entregué desde entonces a tiempo completo en la dirección de Educatio Servanda desde la presidencia. Éramos conscientes de que «nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el Reino de Dios» por eso quemamos las naves.
De aquella decisión han pasado algo más de quince años en los que el Señor nos ha encomendado dos escuelas infantiles, once colegios, tres centros de formación profesional, una escuela de hostelería, la gestión de un monasterio cisterciense, una editorial, un periódico digital católico y la organización y dirección de decenas de congresos, galas, premios… Más de seis mil alumnos con sus familias se forman en alguno de nuestros centros atendidos por los más de setecientos profesionales que sirven en ellos.
Una realidad fecunda, presente en siete diócesis, con sus obispos o arzobispos diocesanos integrados en sus patronatos como condición indispensable para nuestro nacimiento en cada diócesis, para acompañarnos desde dentro y para nombrar y guiar a los sacerdotes diocesanos que trabajan en el conjunto de nuestros centros, diecisiete a día de hoy.
Eso es lo que se ve cuando se mira hacia atrás, pero si algo hemos aprendido en estos años es que nunca sabemos lo que tenemos por delante, de hecho, nunca lo hemos sabido. En esta misión, no somos nosotros quienes decidimos el camino, no somos como los exploradores que, de manera fortuita, aleatoria o guiados por su instinto van descubriendo un nuevo mundo.
Nuestro trabajo es mucho más parecido al de los rastreadores que al de los exploradores. Nuestra misión es caminar siguiendo un rastro, unas huellas, escudriñando los signos en cada giro del camino para no perderle.
Nosotros sabemos que Él nos llamó, que va delante, que nos va abriendo y marcando el camino, que nos va pautando las etapas, cuidándonos desde la distancia, sin violentar nunca nuestra libertad, y que nuestra tarea es «simplemente» querer seguirle hasta donde Él nos lleve, por donde Él nos lleve por amor.
Como magistralmente decía Jean Baptiste Chautard en su clásico libro de espiritualidad, El alma de todo apostolado, a pesar de la exuberancia y la exigencia material de lo ya existente, no podemos olvidar que «el Dios de las obras no debe ser abandonado por las obras de Dios» –ni abandonado ni ahogado añadiría yo– y que el «Ay de mí si yo no evangelizare» no nos autoriza a olvidar el: «¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo si pierde su alma?».
La única forma segura de no perder nunca ese rastro es el discernimiento, que pasa indefectiblemente por el silencio y la oración. Todo lo demás, viene después.
Y fue siguiendo ese bendito rastro como nos dimos de bruces con lo que hoy identificamos como un regalo desconocido, un «tesoro escondido», como lo denominó el beato Bernardo de Hoyos, un caudal espiritual del que sólo reconoces su verdadero valor cuando sus apóstoles te van revelando todo su contenido. Así de repentina se nos presentó la invitación de Jesús, a meter a Educatio Servanda en la intimidad de su Corazón.
Con motivo del X aniversario, como siempre mediante causas segundas, supimos que teníamos que consagrar de una manera solemne a la fundación Educatio Servanda, todas sus obras y todos sus miembros al Sagrado Corazón de Jesús. Hasta ese momento, incluso ya con la decisión tomada, el Corazón de Jesús era para nosotros una devoción relacionada con estampas del siglo diecinueve y devociones de nuestras abuelas.
Entonces comenzaron a aparecer los signos que siempre confirman las decisiones acertadas. El primero de ellos fue descubrir, ¡diez años después! que nuestro primer capellán, el sacerdote de la parroquia geográficamente más cercana a nuestro primer colegio era el padre José Julio Fernández Perea: un apóstol del Corazón de Jesús nos aguardaba ya diez años antes.
Él asumió como una llamada particular nuestro acompañamiento, formación, y enseñanzas acerca de esta espiritualidad definida por el papa Pío XII en «Haurietis aquas»como una espiritualidad central en la Iglesia.
De su mano primero y después de la mano de otros muchos maestros que él mismo nos invitaba a conocer, hemos ido profundizando en los misterios del Corazón de Jesús, tanto a nivel personal y matrimonial como a nivel institucional. No era posible hacer ese «tránsito institucional» sin una llamada personal que Silvia y yo recibimos y asumimos en momentos distintos. Todos nos preparamos durante más de un año para el gran momento de la consagración que tuvo lugar el 15 de octubre de 2016. El acto tuvo lugar en la basílica del Cerro de los Ángeles –diócesis que nos vio nacer– con todos nuestros centros, familias, capellanes y cinco obispos presentes, testigos de excepción de nuestro compromiso, recitando al unísono una oración particular escrita para la ocasión y para nosotros por el padre Mendizábal.
Con la perspectiva que da el tiempo, podemos decir que, aunque evidentemente aquel no fue un momento fundacional desde el punto de vista temporal, sin ninguna duda fue un momento «fundante» para Educatio Servanda. Fue fundante por identitario, por significativo, porque tuvo y tiene un impacto profundo y perpetuo. Fue fundante por transformador, porque cambió el modo, el acento pastoral, la forma personal e institucional de relacionarnos con Jesús y de presentarlo a nuestros alumnos y familias. Fue fundante por universal y permanente en la doctrina católica. Fue fundante por central, por esencial para nuestra joven institución.
Pocos días después se multiplicaron las cruces, personales e institucionales, pero también en muy poco tiempo comenzaron a florecer las prácticas devocionales del Corazón de Jesús como parte esencial de la pastoral de centros y actividades.
El ofrecimiento de obras, la celebración de su fiesta, la comunión reparadora de los primeros viernes de mes, las Horas Santas, las novenas y jaculatorias del mes de junio, entronizaciones en los centros y hogares de las familias, los retiros espirituales anuales de nuestros directores se redirigieron a la basílica de la Gran Promesa y la formación en la espiritualidad del Corazón de Jesús es ya parte ineludible de todos nuestros cursos de formación de directivos y docentes.
¿Por qué una institución nueva, joven, dedicada a la educación, ha recibido esta particular llamada? No tenemos la respuesta, quizá nunca la tengamos del todo, pero sí una intuición. Creemos que son tiempos en los que Jesús necesita de manera particular ser consolado en su Corazón con el amor inocente y puro de los niños: «Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el Reino de los Cielos».
En este mismo sentido resuenan en nuestros corazones las palabras que el papa Juan Pablo II, santo patrón de Educatio Servanda, dirigía así a los niños en 1983 «¡Queridos niños! Vosotros sois jovencísimos, y por eso precisamente tenéis un puesto especial en mi corazón, como también lo tenéis en el Corazón de Jesús, quien demostró siempre una especial predilección por los pequeñines. Procurad vivir con profundo entusiasmo esta edad vuestra, teniendo también en cuenta, cuanto generosa y sabiamente ponen a vuestra disposición vuestros educadores». Que Dios nos ayude a revelarles también a ellos ese tesoro escondido y con ello contribuyamos a su reparación, al consuelo del Corazón traspasado del Señor.