DURANTE varias décadas, los países europeos parecían estar en paz, y en contra de intervenciones militares. Este hecho cambió con la invasión rusa de Ucrania. La guerra y la paz han vuelto a la agenda europea. Más recientemente, Tierra Santa ha vuelto a caer en un conflicto armado por la invasión de Hamás a Israel y por la invasión israelí a Gaza. En nuestras democracias occidentales, los periodistas hablan de una mayor polarización política y social. Dentro de nuestra Iglesia católica, los comentaristas también hablan de un aumento de las divisiones y la polarización. Sin embargo, nosotros, los católicos, predicamos la paz. De hecho, no sólo hablamos de paz. También podemos alcanzar la paz. Más bien, podemos ser los instrumentos por los que Cristo hace eficaz la paz. Los hippies de San Francisco de los años sesenta podían hablar de paz. Pero los católicos somos las personas más capa[1]citadas para llevarla a cabo, como representantes de Cristo. En honor de santo Tomás de Aquino, quiero hablarles hoy sobre la paz. Uniendo vuestro mundo de España y mi mundo de América, se dice que los tomistas españoles del siglo XVI ayudaron a fundar el derecho internacional y los derechos de los pueblos. Una estatua del tomista español Francisco de Vitoria se alza en el edificio de las Naciones Unidas en Nueva York como testimonio de esta importante labor. Quisiera desarrollar estos fundamentos hispanos con relación a la paz internacional e investigar con vosotros cómo se puede alcanzar la paz a través de la Eucaristía y del sacerdocio católico.
Con demasiada frecuencia, podemos tener poca amplitud de miras al no reconocer cómo el sacerdote y la Eucaristía pueden lograr el cambio individual y social de la paz. En la época moderna, los católicos hemos respondido con demasiada frecuencia a las cuestiones de orden social con respuestas de orden meramente natural: por ejemplo, la ley natural o las virtudes morales adquiridas. Con demasiada frecuencia, somos tímidos a la hora de ver o invocar respuestas divinas, sobrenaturales, para los problemas humanos. Sin embargo, el sacerdote y la Eucaristía –es decir, las realidades sobrenaturales– son instrumentos de paz. Pacifican.
Santo Tomás de Aquino, quien será hoy nuestro guía santo, ofrece recursos excepcionales para nuestro estudio de la paz: la Eucaristía y el sacerdocio. Con su visión integradora y sintética de la realidad, nos ayuda a ver las conexiones entre Dios, Cristo, la salvación, los sacramentos, la comunidad, los hombres y la moral. Ningún otro teólogo ha sido tan completo y preciso en la exposición de la verdad. Con res[1]pecto a la paz y los sacramentos, nos muestra la unidad teológica entre la moral y los sacramentos. No podemos tener paz sin virtud. No podemos tener paz sin los sacramentos. No podemos tener los sacramentos sin paz y virtud. Porque Tomás muestra la unidad católica entre el dogma y la moral, es una excelente guía para nosotros, constructores de paz.
La naturaleza de la paz
En primer lugar, ¿qué es la paz en general?
Casi al principio de su tratado de la caridad en la Secunda secundae, santo Tomás dedica una cuestión a la paz. Distingue entre los términos «concordia» (concordia en latín) y «paz» (pax). Dice Tomás: «La concordia, propiamente dicha, se da entre un hombre y otro, en la medida en que las voluntades de sus corazones se unen en un mismo consenso». Con la concordia, hay unidad entre diferentes personas sobre el mismo bien deseado.
Para santo Tomás, la paz tiene un requisito adicional más allá de la concordia. Dice: «La paz denota […] la unión de los apetitos incluso en un solo hombre». Así, la concordia implica la unidad externa de los hombres hacia algún bien. La paz implica la unidad interna dentro de cada hombre.
En el mundo secular de hoy, cuando la gente emplea la palabra «paz», Santo Tomás probablemente usaría la palabra «concordia». La concordia sugiere un tipo de acuerdo político o social.
La concordia no tiene por qué ser virtuosa. La concordia podría surgir en una banda de ladrones que desean robar juntos un banco. Pero la paz, porque implica la unidad interna de todos los apetitos del hombre –intelectual, animal y natural– sólo puede darse en el hombre virtuoso. Los apetitos del hombre vicioso están en guerra entre sí. Pero, en el hombre virtuoso, los apetitos están ordenados por la razón y la fe. Operan juntos. Así, pueden alcanzar sus fines y estar en reposo. Así, santo Tomás asume y reutiliza una frase de san Agustín, diciendo: «la paz es la tranquilidad del orden».
El único objeto verdadero de la paz es Dios, porque sólo Él puede satisfacer todos los apetitos de la persona. Como escribió san Agustín refiriendo a Dios: «Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». La paz es lo contrario de la «inquietud». Por eso, escribe santo Tomás, «el corazón del hombre no está en paz, mientras no tiene lo que quiere, o si, teniendo lo que quiere, aún le queda algo por querer y no puede tener al mismo tiempo».
Lo que estamos describiendo con la paz es teología moral funda[1]mental. Volvemos a las cinco prime[1]ras cuestiones de la Prima secundae. Estamos hablando del «último fin de la vida humana», «la felicidad», y de «si la felicidad del hombre consiste en la riqueza», «los honores», «la gloria», «el poder», «los bienes corporales», «el placer», la propia alma o «algún bien creado».7 La paz se refiere a esa felicidad que es la «participación» humana que todo lo abarca en «el bien increado», Dios mismo.8
La virtud que realiza esta unión perfectísima con Dios es la caridad.
Así, la virtud que más perfectamente realiza la paz es la caridad. La caridad da tanto la concordia –unión de la voluntad con otros hombres rectos– como la paz –unión de la voluntad de cada hombre9 –. Para el hombre caritativo que está en paz, sus apetitos tienen a Dios como objeto propio. Y amando a Dios, ese hombre caritativo está unido a los demás hombres en cuanto Dios está unido a ellos. Y así, ese hombre caritativo está en paz con esos otros hombres del mismo modo y en el mismo grado.
La paz puede describirse como un estado del ente: un estado de orden, libre de dificultades, en reposo, unido al objeto deseado. Pero la paz es también un acto: la creación de orden y unión, el acto de pacificar o pacificación, el acercamiento de facciones enfrentadas, la curación y la elevación.
La causa de la paz
Si el único objeto verdadero de la paz es Dios –que está más allá de nuestro alcance por nuestros propios medios naturales– entonces el único dador de paz es Dios.
Nuestra incapacidad creatural para procurarnos la paz se complica aún más por nuestros pecados. A su vez, el pecado ha complicado la capacidad del Creador para proporcionarnos esa paz. Esto no quiere decir que la capacidad de Dios sea limitada. Más bien, los pecadores somos destinatarios difíciles de paz. Los pecadores somos más conflictivos, más inclinados a la división, más impacientes.
La paz para nosotros, pecadores, llega por el medio divinamente novedoso de Jesucristo y su salvación. San Pablo escribe que «en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por Él y para Él quiso reconciliar todas las cosas, las del Cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz». En efecto, la paz sólo es posible mediante el sacrificio de Cristo.
La ironía divina es que un acto de sacrificio, el derramamiento de la sangre de Cristo, un acto de desunión, es verdaderamente un acto que unifica y pacífica. De nuevo, como dijo san Pablo, Dios Padre «[hace] la paz mediante la sangre de la cruz [de Cristo]». O, como dice san Pablo a los Efesios, «ahora, en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, estáis cerca por la sangre de Cristo. Porque Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad».
Dios es el dador de la paz. Nos da la paz por medio de Cristo. Y nos da la paz a través de los actos de Cristo: actos que ocurrieron hace dos mil años y actos que ocurren ahora. Podemos decir que todos los medios de salvación de Cristo son actos de paz por la conexión entre caridad y paz.
La Pasión y la Resurrección de Jesús son actos instrumentales por los que el amor de Dios irrumpe en nuestro rechazo hacia Él. Contra nuestra dureza de corazón –una du[1]reza que era universal, excepto en la Santísima Virgen María– era necesaria la iniciativa de Dios a nivel universal: la Pasión y Resurrección de Cristo. Y la iniciativa de Dios es necesaria a nivel individual, para aplicar la salvación de Cristo en las almas de las personas individuales mediante la fe y los sacramentos.
Mientras que san Pablo identifica la sangre sacrificada de Cristo como la causa de la paz, los actos instrumentales que participan de esa sangre participan también de la causación de la paz. Los sacramentos son, pues, causas de la paz.
La Eucaristía, sacramento de paz
La paz es un efecto de la cari[1]dad. El hecho de que la Eucaristía sea un o el «sacramento de la paz» se fundamenta en el hecho de que la Eucaristía es un o el «sacramento de la caridad», sacramentum caritatis. La Eucaristía presupone la caridad y realiza la caridad. La Eucaristía presupone la caridad en la medida en que el sacramento sólo puede celebrarse litúrgicamente en un contexto eclesial. La Iglesia fue constituida en la caridad por Cristo. La Iglesia está vinculada en la caridad entre sus miembros en la tierra, en el Purgatorio y en el Cielo. Según santo Tomás, la estructura sacramental de la Eucaristía revela esta dimensión caritativa. Santo Tomás describe cómo la unión caritativa se significa en la Eucaristía por sus especies: a saber, la unión de muchos granos que se utilizan para formar un trozo de pan, y la multitud de uvas que se utilizan para formar una cantidad de vino. La multitud se une armoniosamente en algo uno.
El sacerdote como agente de paz
Si la Eucaristía es un sacramento de paz, y si el sacerdocio está intrínsecamente unido con la Eucaristía, entonces el sacerdote católico es también un instrumento de paz.
Mientras que la paz tiene que ver con la tranquilidad en el orden, el sacerdote también tiene que ver con el orden. El sacerdote establece el orden salvífico de Dios en la tierra, en una especie de movimiento descendente.
El sacerdote también establece el orden entre la gente y en la gente, en una especie de dimensión horizontal. El sacerdote, como mediador entre Dios y los pecadores, «está en la brecha», como Moisés y, so[1]bre todo, como Jesús. El sacerdote, como mediador, es pacificador.
En su función santificadora, el sacerdote da la paz con frecuencia en su ministerio sacramental. En la Misa, es el sacerdote quien dice antes de la Comunión: «La paz del Señor esté siempre con vosotros». Es a través de las manos del sacer[1]dote consagrante que recibimos el sacramento eucarístico de la paz. En el sacramento de la penitencia, cuando el sacerdote absuelve, dice: «Dios Padre… te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados» etc. Y en la mayoría de las fórmulas de despedida post-absolución, el sacerdote concluye: «Id en paz». Si acudimos al sacramento de la unción de los enfermos, uno de los efectos del sacramento es fortalecer la paz ante las tentaciones finales del proceso de morir
Conclusión
Para concluir, tal vez pueda someter a vuestra consideración dos temas: uno social y otro sacramental.
En primer lugar, en el plano social, el creciente reconocimiento por parte de la Iglesia de la virtud del diálogo y la diplomacia a lo largo de los siglos no debe ocultar la verdad y la práctica de que se necesitan medios sobrenaturales para la paz. Estos medios sobrenaturales incluyen los sacramentos. Si no fue[1]ra por la Eucaristía y el sacerdocio católico, la violencia en nuestras sociedades cristianas sería mayor. Y si no hubiera luz y sanación cristianas en el mundo, la guerra sería aún más frecuente. De hecho, el cristianismo ha marcado una diferencia social positiva en la historia de la humanidad.
Como segunda consideración final, vuelvo a lo sacramental. La Eucaristía es el sacramento preeminente de la paz porque es sustancialmente el «Rey de la Paz», Jesucristo, y porque Cristo está activo en este sacramento. Los otros seis sacramentos no implican la plena presencia sustancial de Cristo, pero comunican el poder de Cristo. Y ese poder es también pacificador. Cada uno, a su manera, significa y realiza la paz de Cristo. La Eucaristía es un sacramento de paz a través de la nutrición sacrificial. El sacerdocio comunica la paz a través de la mediación jerárquica y la bendición.
Gracias a Jesucristo por su paz