Los ejercicios espirituales de san Ignacio, como carisma de la Iglesia, han contribuido de forma notoria y universal a la santificación de los fieles. En ellos se descubre una profunda pedagogía espiritual, que encamina al hombre hacia el fin para el que Dios le ha creado. La meta de los Ejercicios es que todas nuestras intenciones, acciones y operaciones se ordenen al cumplimiento de nuestro fin, la salvación del alma, realizando todo para mayor servicio y alabanza de su divina Majestad. Como el fin que se pretende es de orden sobrenatural, únicamente el orden que impone la caridad en el alma es proporcionado para esta meta. Los Ejercicios buscarán, por tanto, enraizar la caridad en todas las dimensiones del hombre, para que ésta llegue a su perfección, y así el hombre alcance la perfección de la vida cristiana. Se podría decir por tanto que el fin primordial de los ejercicios es alcanzar la «santidad incoada», la perfección integral de la persona estructurada desde la caridad.
Para alcanzar esto, el medio principal que san Ignacio nos presenta es el de la oración de contemplación. Veamos algunos elementos propios de la contemplación ignaciana.
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