El próximo 10 de septiembre tendrá lugar en Markowa (Polonia) una beatificación muy singular. Por primera vez se elevará a los altares a toda una familia junta, incluido un bebé que aún estaba en el vientre materno y aún no había sido bautizado.
Se trata de Józef y Wiktoria Ulma con sus siete hijos (Maria, Antoni, Franciszek, Władysław, Barbara y
Stanisława, con edades comprendidas entre el año y medio y los ocho años, además del nonato), asesinados por los nazis el 24 de marzo de 1944 en Markowa por haber escondido durante un año y medio en su casa, a pesar de ser conscientes del riesgo y de las dificultades económicas, a una familia judía que también fue cruelmente ejecutada.
Józef Ulma había nacido el 2 de marzo de 1900 en Markowa, graduándose en la escuela agrícola
de Pilzno. En Markowa tenía una finca y comerciaba con verduras, dedicándose a la fruticultura, a la
enseñanza de técnicas de cultivo y crianza de abejas y gusanos de seda y a la producción artesanal de cuero. Además dirigía una cooperativa láctea y era miembro de una cooperativa de salud. Muy querido por todos en el pueblo, era un cristiano ferviente que asistía habitualmente a la parroquia de Santa Dorotea de Markowa, era bibliotecario en el Club de Jóvenes Católicos y miembro activo de la Unión de Jóvenes Rurales «Wici».
El 7 de julio de 1935 se casó con Wiktoria Niemczak, nacida el 10 de diciembre de 1912 también en
Markowa, que desde su matrimonio se dedicó a la casa y a sus hijos, ayudando a su marido en sus actividades y participando con él en la vida de la comunidad cristiana del pueblo. También se dedicó al teatro, participando en las funciones del grupo de teatro amateur de la «Wici» y perteneció, junto con su esposo, a la Cofradía del Rosario Viviente, participando activamente en iniciativas de oración y apostolado.
El martirio material de la familia Ulma está suficientemente probado. En cuanto al martirio formal ex
parte persecutoris también está claro la aversión anticristiana que movía a los ejecutores del crimen, el comandante Eilert Diecken y el gendarme Joseph Kokott. Aunque no lo requería el reglamento de la gendarmería, Diecken había renunciado a la fe cristiana –evangélica– al unirse a la policía nazi y Kokott, a pesar de no pertenecer a las SS, exhibía en su gorra la «cabeza de la muerte» que también distinguía a los miembros de los grupos himlerianos de origen satanista y esotérico, los mismos a
los que probablemente pertenecía Diecken. Los asesinos conocían la militancia católica de los Ulma y la
motivación evangélica de su hospitalidad, ajena al interés económico.
En cuanto al martirio formal ex parte victimarum, y como ha señalado el padre Witold Burda, postulador de la causa, los Ulma «construyeron su familia sobre el fundamento de la fe con fi delidad a los dos mandamientos esenciales: el mandamiento de amar a Dios y el mandamiento de amar al prójimo» y su martirio supuso la coronación de esa vida cimentada en la caridad.
«La familia Ulma –ha resaltado el padre Burda– fue martirizada por su fe en Cristo, y los perseguidores,
unos soldados alemanes, les privaron de la vida por odio a la fe o por la virtud resultante desde la fe,
en este caso, el amor al prójimo», a ejemplo del buen samaritano, como lo muestra ese pasaje subrayado en la Biblia encontrada posteriormente en su casa.
La fama del martirio se ha mantenido constante en el tiempo a pesar de los complejos acontecimientos
históricos de Polonia y ha llegado hasta nuestros días, combinada con cierta fama signorum
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