Y porque Dios es el más profundo cimiento de una sociedad bien ordenada –lo era de la nación española–, la revolución comunista, aliada de los ejércitos del gobierno, fue, sobre todo, antidivina. Se cerraba así el ciclo de la legislación laica de la Constitución de 1931 con la destrucción de cuanto era cosa de Dios. Salvamos toda intervención personal de quienes no han militado conscientemente bajo este signo; sólo trazamos la trayectoria general de los hechos. Por esto se produjo en el alma nacional una reacción de tipo religioso correspondiente a la acción nihilista y destructora de los sin-Dios.
(…) Afirmamos que el levantamiento cívico-militar ha tenido en el fondo de la conciencia popular un doble arraigo: el del sentido patriótico, que ha visto en él la única manera de levantar España y evitar su ruina defi nitiva; y el sentido religioso, que lo consideró como la fuerza que debía reducir a la
impotencia a los enemigos de Dios y como la garantía de la continuidad de su fe y de la práctica de la religión.
Carta colectiva del episcopado español a los obispos del mundo entero (1/VII/1937)